Lecciones de Afganistán

OPINIÓN

Retirada de los últimos soldados estadounidenses en Afganistán después de 20 años en el país
Retirada de los últimos soldados estadounidenses en Afganistán después de 20 años en el país DPA vía Europa Press

05 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que se han apagado los focos mediáticos que nos han estado a punto de deslumbrar, a raíz de la caótica y trágica retirada de las fuerzas de intervención y en la evacuación de los colaboradores de Afganistán, se corre el riesgo de que caiga la noche sobre cuáles han sido las causas del fracaso de la ocupación, y ante todo con respecto negro futuro del pueblo afgano y de las consecuencias de este nuevo fiasco para las relaciones y los organismos internacionales.

Aunque aún sería peor, empecinarse en el error de mantener una suerte de secuela de la intervención con el aplazamiento de la retirada o el mantenimiento de una zona internacional en el aeropuerto de Kabul bajo supervisión de la ONU sin el consentimiento del nuevo gobierno talibán, como ha propuesto recientemente, entre otros, el gobierno francés.

Muy al contrario, se trata de reconocer la independencia efectiva del estado de Afganistán y al tiempo de apoyar al conjunto del pueblo afgano, después de haber sido primero víctima en las últimas décadas del gobierno talibán y su santuario terrorista, luego víctima colateral de la represalia, la ocupación y la guerra de las dos últimas décadas, con la anuencia de los señores de la guerra y de la droga, si bien con el apoyo financiero internacional y la mejora de sus servicios básicos a la par que la corrupción, para estar ahora de nuevo enfrentado a la incertidumbre del gobierno fundamentalista de una nueva generación de los talibanes, el posible bloqueo internacional, con la constante de un país con la mitad de su población sumida en la pobreza y con ello ante el acelerado deterioro en sus precarias condiciones de vida.

Sin embargo, la responsabilidad asumida por los EEUU y también por los gobiernos aliados en la ocupación no termina con la retirada y ni siquiera con la evacuación parcial de los afganos más comprometidos por su colaboración. Está pendiente la evacuación de la parte de los colaboradores que querían pero que por la precipitación y el caos de la retirada no han podido salir. Queda luego el cumplimiento efectivo del derecho de asilo y refugio de los colaboradores en los países de llegada con los que han trabajado, cosa que con la presión de la extrema derecha no parece ni mucho menos garantizada.

Resta, por otra parte, el reto de adaptar las políticas migratorias y en particular las de la Unión Europea a las nuevas circunstancias de esta nueva oleada, que no debería quedar solo en el apoyo anunciado a la contención y externalización de los migrantes en los campos de refugiados de los países vecinos de Afganistán, como Pakistán, Irán o Turquía, sino a un flujo regular y a su integración en Europa. Pero ante todo es preciso recuperar la labor diplomática de los países y los organismos internacionales, desprestigiados por el fracaso de veinte años de ocupación, para garantizar la reconstrucción del país, la supervivencia física y los derechos humanos básicos de los casi cuarenta millones de afganos, así como para evitar que Afganistán continúe siendo un narcoestado o se convierta de nuevo en un santuario terrorista o incluso en un estado fallido.

La imagen de una retirada caótica es también la de la retirada imperial de los EEUU, sino el canto del cisne como lo fuera de Inglaterra y de la Unión Soviética, al menos en esta zona Eurasia, en favor de los competidores de Rusia, China y sus aliados, para reorientar sus preferencias hacia la zona estratégica de Asia Pacífico.

Pero, ante todo, sigue pendiente la reflexión, más que sobre el fracaso de la guerra contra el terrorismo, cosa que a tenor de sus resultados resulta evidente, sobre el papel de gran potencia de los EEUU, de los gobiernos aliados, de la Unión Europea, las alianzas militares, los organismos internacionales y la sociedad civil que desde el 11de Septiembre han enarbolado la solución de la guerra antiterrorista y que por diversas razones se embarcaron en la aventura de la represalia y la ocupación, todo frente a la minoría de los que hemos venido defendiendo el derecho internacional y el multilateralismo como una alternativa más eficaz, más racional y más humana a los conflictos, y que ahora deberían ser capaces de ver autocríticamente sus magros resultados. Porque lo que ha fracasado estrepitosamente en Afganistán, como antes en Irak, Libia y Siria son las distintas respuestas militares unilaterales de los USA, junto con sus aliados en la OTAN o en las NNUU, a la crisis del orden imperial posterior a la guerra fría, en particular en los países árabes y en el mundo islámico a raíz de las llamadas primaveras árabes.

En este sentido, Afganistán ha supuesto la experiencia más acabada de implicación multinacional de los gobiernos, de aplicación del artículo 5 de respuesta solidaria de una alianza militar como la OTAN fuera de su zona europea de operaciones y también de las Naciones Unidas en base a una Resolución específica que en su conjunto dio cobertura de derecho internacional a la operación de guerra antiterrorista y de geoestrategia, al igual que ocurrió con la intervención aérea en Libia, en base al llamado deber de proteger, en principio para garantizar corredores humanitarios que luego dio cobertura a los grupos rebeldes contra el régimen de Gadafi, y aunque de forma diferente mediante la fórmula de la imposición de la paz, disuasoria frente al uso de armas químicas en la guerra de Siria. En ellas se ha implicado, en mayor o menor medida el buen nombre de las propias Naciones Unidas y del derecho internacional, legitimando la injerencia y la intervención militar en países soberanos en conflicto, excediendo su papel genuino de garantía de la paz mediante fuerzas de interposición y sin el consentimiento sino con la oposición explícita de sus respectivos gobiernos.

Con ello, términos hasta entonces discutibles y discutidos como la imposición de la paz o el deber de proteger en garantía de los derechos humanos, han quedado poco menos que descalificados como respaldo a la intervención de parte. Otra cosa bien distinta fueron las mentiras sobre unas supuestas armas de destrucción masiva en Iraq, que está vez no lograron el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. En un mundo multipolar la revitalización y legitimación del papel de NNUU como garante del derecho internacional es vital.

Dentro de todo ello, también sigue pendiente cuál será el papel de la política exterior española en el marco de la UE y de la OTAN y en consecuencia de las razones para el envío de contingentes militares a zonas de conflicto, sobre todo después de la reciente experiencia de Afganistán.

Así, Torrejón se ha destacado como centro de referencia para la evacuación humanitaria de Afganistán. Como expresión del alma de Europa en palabras de la presidenta de la Comisión Europea. Luego se ha producido el acuerdo con los USA para la utilización de las bases de Rota y Morón. Ha sido con esta reafirmación de la alianza euro-atlántica, que la beligerancia de la oposición frente a la gestión del gobierno de izquierdas en Afganistán se ha visto atenuada. Poco se puede esperar de quienes todavía no han hecho una valoración crítica de su implicación en el trío de las Azores.

Sin embargo, la reflexión del comisario para la política exterior europea Sr Borrell, sobre la necesidad de una política exterior europea y de una fuerza militar propia, más allá del grupo de intervención rápida, no ha tenido como consecuencia la respuesta que se merecería en un panorama internacional de fortalecimiento de un nuevo bipolarismo entre los USA y la alianza chino-rusa, en que Europa corre el riesgo de quedar anulada, una vez más.