Plátano de Canarias

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Kike Rincón | Europa Press

26 sep 2021 . Actualizado a las 10:01 h.

Otra vez la Realidad nos ha hecho abandonar la ficción del entorno virtual para sentir la angustia de la verdad.

Nos vienen todas juntas, primero el covid global, ahora la erupción del volcán isleño y una DANA por Levante. Nunca vienen solas esas demostraciones inequívocas de la naturaleza que, por mucho que nos empeñemos en creernos los reyes de la creación, dan cuenta de la diminuta grandeza que ostentamos. En realidad, la historia del planeta no es más que una sucesión de procesos a escala colosal que acabaron con la historia de tantas civilizaciones, Atlántides, Minoicos, Pompeya, Lisboa y muchas otras que solo conocemos por vestigios borrosos recuperados del fondo del mar o de la memoria taraceada en papiros y pergaminos.

Las demostraciones de las fuerzas telúricas nos hacen pequeñitos y nos resitúan en la escala de la importancia que tenemos para el planeta: nada. Estos desastres son una cura de humildad para la que no existe otro bálsamo que no sea la solidaridad. Esa solidaridad que se desata de forma instintiva pero que, lamentablemente, se suele diluir pasado el desastre para quedarse en un recuerdo sin subvenciones y ventajistas carroñeros. Confiemos que esta vez no sea así.

Algo bueno ha tenido esta calamidad y no ha sido precisamente su atractivo turístico, lo verdaderamente relevante está siendo la impecable respuesta de los protocolos de actuación, algo insólito estando como estamos acostumbrados a que nuestra agilidad y coordinación de los dispositivos de protección lleguen tarde, mal y acompañados de las insoslayables trifulcas políticas. El cómo se han hecho las cosas hasta ahora es un hálito de esperanza y credibilidad en nuestro sistema (tan denostado en casi todo lo demás), la realidad de la naturaleza no admite interpretaciones ni juegos políticos de salón.

En la catástrofe de La Palma la tropa de a pie lo tenemos muy fácil, no es necesario recurrir a ONG ni cuentas solidarias, que nunca se sabe a dónde van; lo tenemos tan fácil como consumir plátanos de Canarias, una de esas joyas gastronómicas que no tienen parangón frente a las bananas caribeñas y a las que no damos la relevancia y el cuidado que merecen. Esperemos que la ley de cadena alimentaria que va a aprobarse estos días en el Congreso introduzca una disposición adicional que exima a nuestros plátanos de un precio mínimo de coste que obligaría a los agricultores a dejar un 30 % de su producción en origen, favoreciendo a las multinacionales bananeras y arruinando a más de diez mil familias palmeñas que viven de este manjar brotado del fuego.

Oro parece, plátano es, y el que no los ayude bien tonto es.