Chovinistas y cosmopaletos

OPINIÓN

26 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Confieso que me ha sorprendido el resurgir del nacionalismo en estas primeras décadas del siglo XXI, sobre todo en Europa. Sin duda, se debe a motivos coyunturales como la combinación de la crisis económica con el ocaso de una izquierda que, tras el fracaso del llamado «socialismo real», ha perdido el objetivo de una sociedad igualitaria, sin clases sociales, y debe limitarse a paliar los daños de un capitalismo que parece destinado a pervivir hasta el fin de los tiempos. Un final que, encima, hay motivos para considerar que puede no ser muy lejano, no solo debido a la superpoblación, la destrucción de los espacios naturales, la contaminación y el calentamiento del clima, sino a que, terminada la amenaza comunista, renace la del conflicto nuclear. Como escribí en algún artículo reciente, el triunfo del capitalismo solo sirvió para dejar sin máscara ideológica a las políticas imperialistas de las superpotencias. Indudablemente, la capacidad de crear entusiasmo de la izquierda correctora es menor que cuando creía en las utopías

También hay razones más profundas que explican la creciente fortaleza de los movimientos nacionalistas. La democracia moderna nació con y en los estados-nación. La capacidad de autogobierno de la mayoría de las naciones formalmente independientes nunca fue plena y la democracia, con sociedades desiguales en las que la minoría más rica es tremendamente influyente, tampoco, pero la globalización de la economía y su creciente dominio por empresas multinacionales ha acrecentado la percepción de que ambas han disminuido. En Europa, la federalización incompleta ha dificultado la creación de una identidad común y el funcionamiento de las instituciones fortalece la sensación de que los ciudadanos han perdido capacidad de influir sobre la gestión de sus intereses.

No puede despreciarse, por último, el papel de las naciones en un mundo industrializado que ha roto con las tradicionales comunidades rurales, en el que se vive en grandes urbes despersonalizadas y las religiones, al menos en los países más ricos, han perdido o disminuido su influencia. Como planteó Gellner, permiten lo que se ha dado en llamar autoidentificación, la creación de un sentimiento de pertenencia a una cultura y a una comunidad, por recientes e incluso «inventadas» que estas sean, un sentimiento que ofrece cierta sensación seguridad y protección para los seres anónimos que habitan en un mundo que se mueve por fuerzas difíciles de comprender y controlar. Puede tener mucho de irracional, se utiliza interesadamente por determinados líderes y formaciones políticas, pero no es fácil de sustituir, especialmente cuando la clase social ha dejado de ser una seña de identidad, salvo para los ricos y poderosos.

Buscar explicaciones es el camino para encontrar alternativas, que lo que sucede tenga sus causas no quiere decir que deba aceptarse como lo único posible y, menos todavía, que no deban combatirse las soflamas de los predicadores populistas. Con ellos no mejorarán la democracia ni, por lo tanto, el autogobierno, no hay que salir e la Unión Europea para comprobarlo, y, como se está viendo en el Reino Unido, cuando llegan al poder, la demagogia chovinista y xenófoba solo conduce a demostrar que los denostados trabajadores extranjeros y el comercio con los vecinos son cosas indispensables.

La simpleza de las ideas de los chovinistas puede facilitar que lleguen a más gente, poco formada o perezosa para la reflexión, pero no deja de ser una debilidad. El señor Abascal organizó hace unos días un festejo provincialista en el que, al más puro estilo del teniente coronel Tejero, exaltó la diversidad gastronómica y folklórica de nuestro país, la única que acepta y siempre sin superar los límites que impuso el bonapartista Javier de Burgos. Es curioso este amor al legado de Bonaparte de la derecha patriótica española. En su discurso, el líder de Vox clamó contra «los cosmopaletos, contra la tabla rasa del globalismo, y la amputación de nuestras raíces». Como era de esperar, ensalzó la visión heroico-legendaria de la historia de España, nación eterna que, como nos enseñaban de niños durante la dictadura, siempre fue tan rica y hermosa que todos la envidiaban, por eso los que no pudieron conquistarla inventaron leyendas negras y no paran de denigrarla.

Otra curiosidad que no suele recordarse es que el ideario de estos patriotas no solo conserva una herencia innegable del centralismo bonapartista, sino que coincide en muchos aspectos con el de Stalin. Es bien conocido el odio del exseminarista georgiano, trasmutado en chovinista ruso, contra el cosmopolitismo. Al fin y al cabo, su rival Trotski era culto, viajado, dominaba varios idiomas y, encima, de origen judío. Fueron muchos los dirigentes de la Internacional, comunistas exiliados en la URSS y brigadistas que habían luchado en España asesinados por haber estado en contacto con un mundo lleno de libros peligrosos y haber hablado, tenido amistad o luchado codo con codo con republicanos demócratas, socialistas, anarquistas o trotskistas. ¡Leer y viajar contamina! No solo eso, quizá no sea tan sabido que Stalin prohibió el aborto en la URSS, les recordó a las mujeres que su principal deber era ser madres, persiguió a los homosexuales y endureció las condiciones del divorcio. También persiguió a todos los nacionalistas no rusos, esos eran «burgueses», era antisemita y quiso acabar con los artistas e intelectuales cosmopaletos, difíciles de entender, empeñados en extrañas innovaciones y que se olvidaban de las tradiciones y la música popular. Leí este verano el hermoso libro de Josefina Carabias sobre Azaña, en él comentaba como se irritaban los izquierdistas ortodoxos españoles cuando algunos jóvenes definían al dictador soviético como el mayor de los reaccionarios. Lo cierto es que solo le faltó restablecer la propiedad privada e ir misa, lo que ha hecho el exagente de la KGB que hoy gobierna Rusia bañado en agua bendita y que tanto admira la nueva derecha populista y nacionalista europea.

Me confieso cosmopaleto, lo que quiere decir que aprecio todas las culturas que ha creado la humanidad y respeto a todos los seres humanos, pero desprecio profundamente a quienes quieren dividirlos y enfrentarlos, especialmente cuando sostienen que unos son superiores en derechos a otros. Hay alternativa, tiene que haberla, a la globalización imperial de los poderosos y a la mezquindad racista, xenófoba, chovinista, ignorante y reaccionaria.