Apostasía, hipocresía y pecado

OPINIÓN

La vicepresidenta Yolanda Díaz, en el Vaticano el pasado sábado.
La vicepresidenta Yolanda Díaz, en el Vaticano el pasado sábado. Laura Serrano | Efe

20 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cosas veredes. Dirigentes políticos presuntamente católicos, y ultracatólicos de misa diaria, renegando del obispo de Roma. No desde la visita de Yolanda Díaz al Vaticano —calificada de «cumbre comunista» por una dirigente del PP—, sino, prácticamente, desde la llegada de Bergoglio al cargo. Un papa que, al fin, conecta más con el cristianismo de base que con el entramado político de las jerarquías eclesiásticas porque recupera el propósito genuino de la evangelización: divulgar las enseñanzas de Jesús que, como dijo Sabina, fue el primer comunista.

No solo Sabina. Antonio Escohotado, en su trilogía sobre la historia moral de la propiedad, «Los enemigos del comercio», en la que relata los antecedentes, el origen y la evolución histórica del comunismo, cuenta como Juan el Bautista y Jesús fueron influidos por los esenios. Una secta judía de la que «proviene la institución bautismal; un vivo interés por los ángeles y otros seres ‘intermedios’; la fe en una resurrección de la carne; el reparto obligatorio de todas las propiedades (‘consagrar los bienes a Dios’); una limitación del contacto sexual entre esposos a fines procreativos, y la costumbre de llamar «ladrón» al no comunista» pues «pasan a la interpretación del mandamiento ‘no hurtarás’ como prohibición del lucro», y «cualquier tipo de transacción económica implica saqueo (…) forman con sus bienes un fondo común, de suerte que el rico no puede disponer de mayor fortuna que quien nada tiene».

Ambos, Juan y Jesús, constituyeron lo que Escohotado denominó un movimiento «pobrista» revolucionario que rechazaba la propiedad privada y el comercio como oficio: «Quien tenga dos túnicas, compártalas con quien no tenga, y haga lo mismo quien tenga alimento». Una revolución denostada en aquel tiempo por los fariseos que, tal vez por ello, hicieron que el nombre de su movimiento pasase a los Evangelios como sinónimo de hipocresía, avaricia, corrupción y crimen.

Hablando de fariseos, volvamos a la clase política gazmoña de devoción cristiana fingida: lo de amar al prójimo como a sí mismos no es que no vaya con ellos, es que están muy lejos de entenderlo. Su rechazo a los mensajes del actual papa, preocupado por la desigualdad y la pobreza, tiene relación con el desenmascaramiento de la contradicción entre su fe, los principios morales que supuestamente han de guiar su vida y su conducta manifiesta, particularmente la política. Una contradicción que no les lleva a apostatar, claro está, sino que, en una impúdica exhibición de cinismo, descalifican a su máximo guía espiritual, dando carta de naturaleza a su hipócrita relación con la religión.

Una relación que es tradición puesto que obedece a intereses históricamente compartidos. Siendo la Iglesia católica una organización enorme, en historia, tamaño e influencia, tiene intereses muy diversos. Entre ellos, el control social. Y muchos de quienes la han dirigido a lo largo de la historia no eludieron la posibilidad de materializar el afán de poder y riqueza que esta institución les brindaba, en contra de sus propios mandamientos. Esta es la base que subyace a la alianza entre las minorías que ostentan el poder político, militar y religioso, y que socava la confianza y la fe de ciudadanos y creyentes, respectivamente, en sus instituciones. Alianzas de las que la que se estableció en España durante la dictadura franquista es un perverso ejemplo del que aún padecemos penosas secuelas.

Entre las secuelas está esa parte de la clase política, supuestamente católica, que promueve la desigualdad justificando la explotación social como medio de acaparamiento de riqueza; que promueve el rechazo de quienes no comparten sus preceptos y creencias, pretendiendo incluso privarles de derechos fundamentales. Si el catecismo define el pecado como «una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana», estos políticos no son sino pecadores profesionales.

Son estos patriotas de bandera los que arrogándose la representación de la patria y no de todos sus compatriotas, y mucho menos de todo el prójimo, ignoran la definición de pecado de san Agustín: «cuando la soberbia personal ama una parte del todo haciendo de ella un falso todo»

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.