Una mujer en lo más alto de la montaña

OPINIÓN

Rosario de Acuña
Rosario de Acuña Real Academia de la Historia

29 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós lo tiene decidido. Será el verano próximo. No puede demorarlo por más tiempo, pues cabe la posibilidad de que algunos de los alpinistas extranjeros que ya habían alcanzado la gloria de coronar en primer lugar otras cumbres de los Picos hicieran lo mismo con el Urriellu. Se fue a Londres a comprar la mejor cuerda que pudo encontrar, y con ella marchó a los Alpes, para entrenarse. De vuelta a Asturias, en los primeros días de agosto de 1904 se pone en contacto con Gregorio Pérez, el Cainejo, «un hombre fornido, cazador eterno de robezos, que vive en la peña mientras las nieves no le arrojan al valle», a quien ya había hecho partícipe de su proyecto un año atrás, y en su compañía emprende la conquista del emblemático pico. Tras no pocas dificultades, al fin, a la una y media de la tarde del viernes cinco de agosto de 1904, Gregorio Pérez y Pedro Pidal alcanzan la cima del Urriellu, dos años antes de que el alemán nacido en México Gustav Schulze lo hiciera por segunda vez. 

Cuenta la leyenda que en el año 1907 se reunieron en la fonda Velarde de Bustio tres afamados montañeros para dar cumplida cuenta de una apetitosa cena. En torno a la mesa se encuentran Pedro Pidal, Gustav Schulze y Jean Marie Hippolyte Aymar d’Arlot, más conocido por el título nobiliario que ostenta, conde de Saint-Saud, y avezado montañero con un largo historial de cimas en su haber, tanto en los Pirineos como en los Picos (en 1890 ascendió a la Pica del Jierru, Morra de Lechugales o Peña Vieja; en 1892 lo hizo a Torrecerredo). Como es fácil suponer, las anécdotas que tienen a la montaña como protagonista amenizan la reunión. Se dice que en un momento de la velada, Shulze entregó a Pidal la tarjeta que el gijonés había dejado en la cumbre, al tiempo que le agradeció la botella de vino que allí encontró. ¡Historias de montañeros! 

En la dedicatoria a su padre que incluye en las primeras páginas de El padre Juan, Rosario de Acuña rememora una de aquellas expediciones en las que solía recorrer durante varios meses y a lomos de una cabalgadura las tierras del norte de España. Se trata en este caso de la que realiza en compañía de un valeroso joven (probablemente Carlos Lamo, quien seguirá con ella hasta su muerte) por la cordillera Cantábrica. Lo que describe en el preámbulo de su obra es un momento de plenitud, de comunión con la Naturaleza. Tras una ascensión de cierta exigencia, con algunos pasos entre peñas y neveros, aquella mujer, que aún no ha cumplido los 40, y su joven acompañante se encuentran en la cima del pico El Evangelista a más de 2.400 metros de altitud, coronando un paisaje majestuoso: «El Cosmos surgía allí, eterno, infinito, anonadando nuestra pequeñez de átomos con sus inmensidades de Dios...».

No fue este el único escrito en el que nos cuenta sus andanzas por las montañas patrias. Otros hay en los que menciona expediciones por el Sistema Central, Sierra Morena o la cordillera Cantábrica, «Peñas de Europa» incluidas, con un recuerdo especial a la ascensión al pico Cordel, el dosmil más oriental de la cordillera. También disponemos de un testimonio gráfico, una fotografía en la que, con vestidura talar y armada de báculo y pamela, se nos muestra en un nevero de la sierra de la Estrella (quien tenga interés puede contemplarla pulsando la pestaña «Retratos» en el sitio web Rosario de Acuña y Villanueva. Comentarios). Bien. Está escrito, está publicado, pero esa descripción acerca de la ascensión a un pico llamado El Evangelista no hizo más que dar alas al escepticismo, pues no existía constancia de tal nombre en la orografía asturiana. Parecía razón suficiente para poner en duda sus otras ascensiones. Tal vez aquellas descripciones no fueran más que un recurso literario de una escritora decimonónica. 

No obstante, hubo a quien tal hipótesis no le terminaba de convencer pues doña Rosario no era dada a artificios de aquel tipo. Tal fue el caso de Daniel Palacio Fernández, uno de los promotores de la refundación del Ateneo-Casino Obrero gijonés en los años ochenta del pasado siglo, quien después de investigar el asunto encuentra la clave de aquella ascensión. En las páginas de «Rosario de Acuña. Homenaje», publicado en 1992, cuenta que el pico conocido como Pica del Jierro aparecía citado en algunos mapas de finales del XIX con la denominación «pico El Evangelista», lo cual parece ser prueba suficiente para avalar lo que la librepensadora dejó escrito: aquella cima que ella dijo que había ascendido sí existía. Al parecer, el nombre por el que la conocía no hacía referencia a la mina de hierro existente en el lugar, sino a la propiedad de la misma, que lo había sido de un tal Juan Evangelista. 

Como quiera que El padre Juan, la obra en cuya introducción daba cuenta de esta ascensión, se publicó en los primeros meses de 1891, es evidente que la citada ascensión debió de tener lugar durante alguno de los veranos anteriores, lo cual pondría en cuestión que hubiera sido el conde de Saint-Saud el primero en alcanzar la cima de la Pica del Jierro. Fuera o no fuera así, lo cierto es que Rosario estaba convencida de que sus pies eran los primeros que pisaban algunos de aquellos lugares. Así lo cuenta en otro de sus escritos: «Seguíamos explorando la cordillera de 'Las Peñas de Europa', y digo explorando, porque los tres que formábamos la expedición (el guía, mi valeroso compañero y yo) hollábamos con nuestras plantas sitios en que jamás otras plantas se habían posado; al menos no había memoria de ello».

Será, precisamente, en este mismo documento donde encontremos la descripción de otra ascensión envuelta en interrogantes. Cuenta que se dirigen a Espinama, que el día ya va vencido y que «una neblina vaporosa» cubre los hermosísimos valles de Liébana. Tenían dos opciones: quedarse en la abrupta cima de Torecerredo o iniciar ya la bajada. Cuando hicieron consejo para ver qué decisión tomar escuchan con asombro que el guía confiesa desconocer aquellos parajes… Un momento. Volvamos a leer. ¿Estaban en la cima del pico Torrecerredo? ¿Rosario de Acuña y sus dos acompañantes habían ascendido a la cima más alta de los Picos de Europa y lo habían hecho dos o tres años antes que el conde de Saint-Saud? Bien. Admitamos lo de El Evangelista; también la ascensión al resto de picos ya citados, pero lo del pico Torrecerredo es otra historia, y no tanto por tratarse del techo de los Picos de Europa, sino porque su descripción no se corresponde con aquel escenario. Aquello no terminaba de encajar. Lo del heno alpino y la hierba finísima resultaba bien extraño. 

Pregunté a montañeros conocedores de la zona y todos me decían lo mismo: lo que allí se describía no era el Torrecerredo. No obstante, había que seguir investigando sobre el asunto. Hubo suerte y al fin encontré una posible explicación. La clave estaba en un fragmento de la descripción: «El guía recordó entonces dónde nos hallábamos: aquel repliegue abruptísimo del flanco de Torrecerredo se llamaba 'La olla de los embudos', ¡el nombre decía algo!; era una sucesión de embudos, cinco o seis, de diámetros disformes y distintos, de menor a mayor, engarzados los unos en los otros, por cuya parte central se despeñaba el torrente».

«La olla de los embudos»: tanto el nombre como la descripción bien podrían coincidir con la zona conocida como «Canal del embudo», un serpenteante sendero en la zona de Liordes con cerca de 900 metros de desnivel. Con estos datos en la mano el investigador Ramón Sordo Sotres, gran conocedor de los Picos, nos ofrece una hipótesis que resulta ciertamente verosímil y que fue publicada en Foropicos, un espacio especializado en Picos de Europa. Según su versión de los hechos, Rosario de Acuña y sus acompañantes bien podrían estar situados frente «al monstruo de la cordillera Peña Vieja», como ella relata, pero la contemplarían desde un punto de vista bien diferente, pues no se encontrarían en la cima de Torrecerredo, sino en lo alto de Peña Remoña, siendo posible entonces que en el descenso hacia Fuente Dé hubieran llegado por «malos vericuetos a la Canal del Embudo sin dar con el camino de Los Tornos de Llordes». Si damos por buena la versión del señor Sordo Sotres, bien podríamos concluir que doña Rosario sí que realizó una expedición por los Picos de Europa, y que en el transcurso de la cual ascendió, al menos, a las cimas del pico El Evangelista (o Pica del Jierro) y a Peña Remoña.

Lo que no cuenta la leyenda es si en aquella cena que en 1907 reunió en una fonda de Ribadedeva a tres afamados montañeros se habló del asunto, si alguno de los presentes mencionó haber encontrado el rastro de una mujer en alguna de las andanzas por aquellas montañas o haber escuchado en lo alto de las cumbres el eco de sus palabras.