Las elecciones portuguesas en clave española y europea

OPINIÓN

María Pedreda

01 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La rotunda victoria de los socialistas en Portugal, después de la más estrecha de los socialdemócratas alemanes, confirma que la izquierda moderada sigue viva en Europa. La situación política de cada país es diferente, pero la socialdemocracia gobierna también en los países escandinavos, parece recuperarse en Italia y solo en Francia, donde el presidente Emmanuel Macron procede del Partido Socialista y ha logrado arrebatarle el electorado centrista, se ha convertido en poco más que residual. Es significativo también el crecimiento de la extrema derecha nacionalista y xenófoba, pero limitado. En Portugal, Chega se ha hecho con la mayoría de los votos de la tradicional derecha dura del CDS-PP, allí los conservadores siempre estuvieron divididos, pero no ha erosionado al PSD, la derecha moderada, y su 7% está muy lejos de lo que esperaba y de lo que han logrado partidos similares en otros países del continente, incluida España.

Me sorprendió menos la victoria por mayoría absoluta de Antonio Costa que las encuestas que auguraban un empate entre el PS y el PSD. El electorado suele rechazar las frivolidades de los políticos y que la izquierda del Bloco y el PCP votase contra los presupuestos y forzase elecciones anticipadas en plena pandemia, con un gobierno socialista que había ganado ampliamente las elecciones y que contaba con notable apoyo en la opinión pública, no podía más que volverse en su contra. Después de los terribles efectos de la gran recesión, el PS había decidido eliminar progresivamente los efectos de los recortes sin poner en peligro las finanzas del Estado. Es indudable que esa prudencia implicaba ralentizar, por ejemplo, la recuperación de la sanidad pública y limitar otras mejoras sociales, pero se habían dado pasos y el salario mínimo había subido notablemente, dar la oportunidad de la victoria a la derecha con unas elecciones anticipadas no era el mejor camino para impulsar esas políticas.

Las primeras reacciones del Bloco y el PCP ante su fracaso parecen propias del más rancio izquierdismo vanguardista. Si se ha consolidado el bipartidismo fue porque los electores quisieron. Nunca compartí la tontería de que el pueblo tiene siempre la razón cuando vota, pero sí resulta innegable que los que pierden deben reflexionar sobre por qué fueron incapaces de convencer a los votantes. Una diferencia entre Portugal y España es que allí los periódicos de difusión nacional no caen en el sectarismo militante que predomina entre los madrileños, los medios no sirven como excusa.

En Castilla y León ha sido el partido que encabezaba el gobierno el que ha provocado un inusual e innecesario adelanto electoral, además, al poco tiempo de haber superado una moción de censura. No sé cómo habrán asumido leoneses y castellanos una decisión adoptada solo para favorecer al líder nacional del PP y que amenaza con multiplicar periódicamente las consultas electorales en la comunidad, al haber separado por primera vez las autonómicas de las locales. Lo comprobaremos el 13 de febrero. Aquí, por otra parte, el peligro de la extrema derecha es mayor que en el país vecino y eso puede influir en el electorado moderado. Una última reflexión, como en Portugal, como en todo el mundo, en Castilla y León no votan los cerdos, las ovejas o las vacas, sino las personas, será interesante comprobar los efectos de esta extraña campaña electoral.

Mientras en la Europa occidental se desarrollan procesos electorales, en el este del continente se vive una crisis, quizá prebélica, que ha descolocado a un sector de la izquierda española y a la extrema derecha europea. A diferencia de lo que sucedió en Irak, ni EEUU ni sus aliados amenazan con invadir ningún país, los justificados gritos de «no a la guerra» deberían ir dirigidos contra Putin. Es cierto que el presidente Biden, desacreditado por sus errores, necesita un triunfo en política exterior, pero él mismo ha debido reconocer que no puede enviar tropas a Ucrania. Rusia es una gran potencia nuclear y un enfrentamiento directo entre EEUU y ella es tan peligroso e impensable como durante la guerra fría.

La política norteamericana es, en este caso, interesada y contradictoria. Sustituir a Rusia como suministrador de gas y petróleo es un buen negocio y hacer bandera de la intangibilidad de las fronteras y el respeto al derecho internacional, después de haber reconocido la anexión de los altos del Golán por Israel, solo sirve para recordar que la principal de las leyes de ese derecho es la del embudo. El Golán solo volverá a ser sirio si Israel desaparece y Crimea solo será ucraniana si sucediese lo mismo con Rusia. Ninguna de las dos cosas es previsible, tampoco deseable, esas nuevas fronteras están destinadas a quedarse.

Los países occidentales no pueden aceptar el matonismo como una forma natural de política exterior, los ucranianos quieren ser independientes y tienen derecho a ello, pero Crimea era rusa desde el siglo XVIII, está poblada mayoritariamente por rusos y tiene un valor estratégico que Rusia no puede perder. Eso lo saben todos los dirigentes europeos y norteamericanos, no es un secreto, también que es razonable que Rusia prefiera tener en sus fronteras países neutrales. El problema reside en buscar una salida que no haga aparecer a nadie como humillado, para eso está la diplomacia.