Portugal y la reforma laboral. Lo normal y lo anormal

OPINIÓN

Eduardo Parra | EP

05 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si ahora dijera que me parece normal la inesperada mayoría absoluta de los socialistas portugueses, parecería que me las doy de listo, como que yo ya lo veía venir. Pues lo digo, pero no me las doy de listo. Una cosa no es normal porque no nos sorprenda. Una cosa nos parece normal, aunque nos deje atónitos, cuando comprendemos que deberíamos haberla supuesto. Una cosa es normal cuando es la consecuencia de otras cosas que están a la vista, aunque no hayamos tenido la perspicacia de verlo. No imaginé la mayoría absoluta de los socialistas portugueses (ni que estallara el tinglado de los abusos de la Iglesia, ni el asalto ultra de Lorca). Pero me parece normal. Tampoco pude suponer el rifirrafe bufo de la reforma laboral y eso sigue sin parecerme normal.

Creo que, si no cambian mucho las cosas, el PSOE ganaría con soltura unas elecciones. Sospecho que el montón de encuestas que se publican a media legislatura no sirven para nada, más que para vender y para cultivar la sensación de que habrá pronto elecciones y que el gobierno es provisional. Pura propaganda. Hay una pulsión por la derecha a favor del PSOE y otra por la izquierda. La primera es coyuntural, pero la segunda es permanente. Por mucho que truene el facherío y grite al cielo palabras como bilduetarras, comunistas y Venezuela, en las elecciones Sánchez tendrá el monopolio de la moderación. Cuando llegue el momento de votar, a Sánchez se le pondrá cara de Nadia Calviño, Europa, ortodoxia y fiabilidad. No sé cómo andan de fanatizadas las alturas empresariales y bancarias pero, a poca templanza que les quede, yo diría que su jugada favorita sería, dada la imposibilidad de un gobierno de concentración, una mayoría amplia del PSOE. Desde luego es el deseo de Europa (y EEUU). Un gobierno del PP sería un gobierno con Vox, que activaría todos los incendios sociales y territoriales. Pero la guerra fría con China y Rusia es cada vez menos fría y los vínculos de la extrema derecha con Putin no pasan desapercibidos. La amenaza de Venezuela y Maduro son cuentos de miedo para fachas delirantes. Pero la conexión de Orbán, Putin y la ultraderecha (con la excepción polaca) es un hecho. Sánchez jugó la carta del socio del sur geopolíticamente fiable y sostiene un neoliberalismo sin fisuras, compasivo pero neoliberalismo, con apertura a cierta ampliación de derechos, que tiene muy tranquilo el sueño de los poderosos. Un PSOE mayoritario les haría sonreír a ellos y a occidente.

Esta pulsión por la derecha es coyuntural, pero Portugal mostró la otra pulsión que le beneficia por la izquierda. El voto de la izquierda bascula hacia el partido socialista de turno con mucha facilidad, sobre todo después de haber colaborado. Es fácil que el partido mayor se cuelgue las medallas de lo que sale bien y que los socios menores carguen con la culpa de rupturas y desajustes. Que se lo digan a Arrimadas. Pero además hay sutilezas en la psicología de los votantes de izquierdas complicadas de manejar. Los izquierdistas llevan siempre puesta su ideología y les gusta mostrarla y mostrarse coherentes. La línea que separa la virtud de la integridad y el vicio del postureo facilón es muy fina y eso hace que su voto tienda a ser identitario, es decir, una especie de declaración de principios. Lo curioso es que ese mecanismo de describirse a través del voto es más agudo hacia las fuerzas de izquierda que hacia el partido socialista de turno. Simplificando: si voto a Podemos, expreso compromiso y asentimiento a su trabajo; pero si voto al PSOE, no me estoy identificando con él, es un voto útil táctico que no dice nada de mí. Paradójicamente, una izquierda descontenta, aparte de abstenerse, puede inclinar el voto al PSOE porque es una opción no marcada compatible con estar descontento. Se necesita un soplo de aire para que el voto de la izquierda vaya a la abstención o al PSOE y casi un huracán para que se concentre en la izquierda. Por eso es normal lo de Portugal y dice mucho de lo que puede pasar aquí; no solo por la mayoría absoluta socialista, sino por el derrumbe de las izquierdas que pactaron.

La reforma laboral fue diluyéndose como pacto social y cogiendo los quilates políticos de unos presupuestos generales. Se convirtió en uno de esos lances en que un gobierno se mantiene o cae si no tiene apoyos parlamentarios. En Portugal no gustó la inestabilidad y culparon de ella a quienes no apoyaron los presupuestos, a las izquierdas. Esquerra hizo aquí el juego de querer que la reforma saliera pero con su voto en contra. Casi les sale mal y sucede lo que no querían de ninguna manera: que no saliera la reforma y cayera el Gobierno. El PNV jugó a lo mismo, con la diferencia de que no pagará ningún precio por ello. En cambio, el desgaste y descoloque de Esquerra es casi igual que si hubiera hecho caer la legislatura. En su caso, es el tipo de desgaste que en Portugal se llevó a las izquierdas por el desagüe. La derecha se inventa un pucherazo y finge que no estar encantada. Algo de cabreo sí tienen. Tienen en su imaginario los felices tiempos del tamayazo. Aguirre ofreció el oro y el moro al tránsfuga que impidiera la llegada de Carmena a la alcaldía. Esta legislatura empezó con un diputado de Teruel Existe escondido por la presión facha (¡un diputado escondiéndose porque a las derechas no les gusta su voto!). Arrimadas pidió a gritos en la sesión de investidura algún tránsfuga bondadoso. En Murcia compraron en moneda corriente y plena luz del día a tránsfugas para formar gobierno. En la votación del jueves volvían a tener dos tránsfugas de UPN. El resultado de la votación fue de 175 votos a favor y 174 en contra. La suma da 349. En nuestro Congreso hay 350 diputados. Batet ya se había encargado de que Alberto Rodríguez no estuviera allí para votar y que nuestra democracia estuviera mellada. Lo que no hicieron los fachas acosando a Guitarte, diputado de Teruel Existe, lo hizo Batet ella solita. Y al final Alberto Casero se vuelve a liar por tercera vez con los botones, vota al revés y todo se le fue al garete a la derecha (hay tres botones para votar, demasiados para Casero; y la gente preocupada por los ancianos y la banca). La derecha coge el berrinche que siempre coge cuando pierde, grita pucherazo, echa de menos al general Pavía entrando en el Congreso a caballo y va a ese Constitucional caducado, agrio y en mal estado a ver si pueden dar diarrea a la democracia.

La reforma laboral venía dando una lección. La defendían los empresarios, aunque les gustaba más la ley que esta reforma derogaba. La defendían los sindicatos, aunque estaba, está, lejos de devolver los derechos perdidos en tiempos de Rajoy. Los acuerdos se producen porque las partes quieren llegar a acuerdos o porque las partes se temen y prefieren limitar daños. La reforma laboral, antes del esperpento, ilustraba el segundo caso. Que tomen nota para todos esos pactos de estado añorados e imposibles, por ejemplo el de educación. Nunca habrá un pacto de estado por la educación hasta que alguien le haga ver en serio a la Iglesia aquello que los versos de Quevedo advertían a la España imperial: «[…] que lo que a todos les quitaste sola / te puedan a ti sola quitar todos». Dejemos esto para otro día.

Después del esperpento, nadie defenderá esta reforma en el corto plazo. La izquierda no se identificará con esta ley aprobada con la derecha, tambaleada por tránsfugas y salvada por la insolvencia de Casero. Tampoco la defenderá la derecha, que rugirá desde el monte desvaríos de pucherazos y secuestros de la democracia a la venezolana. Lo más cercano a una derecha educada y democrática es Sánchez con Calviño a su lado. Yolanda Díaz ganó su crédito con la gestión y la sensación de solvencia y control. Pero de un tiempo a esta parte es candidata in péctore y, según Iván Redondo, hasta podría ser Presidenta. Le toca tacticismo y está por ver lo que decide tácticamente. También tendrá que mirar a Portugal. Esquerra tendrá difícil gestionar el sindiós. Pedro Sánchez, con Lorca al fondo, seguirá siendo el límite de la civilización.