La temeraria política de Putin

OPINIÓN

RUSSIAN POOL

01 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Al invadir Ucrania, Vladimir Putin asumió riesgos innecesarios para su país y su gobierno, pero, sobre todo, se convirtió en una amenaza para el mundo. Muy pocas razones pueden justificar una agresión que inicie una guerra, pero lo peor es cuando estas no existen, salvo que el objetivo sea la conquista o el sometimiento, algo que casi ninguna potencia reconoce. El presidente ruso estaba perfectamente informado y sabía que Ucrania no representaba ninguna amenaza para Rusia. La expansión de la OTAN hacia el este y la política de EEUU podían disgustarle, pero tampoco ponían en riesgo a un Estado que se extiende por dos continentes y posee un gran arsenal nuclear.

Lo inteligente para un gran país, rico en recursos naturales, hubiera sido aprovecharlos con una diplomacia acertada y hacerse un lugar más cómodo en el mundo. La brutal dominación que había ejercido la URSS sobre sus vecinos y las nacionalidades que oprimía era un hándicap. Los recelos estaban justificados, pero se podían vencer, como demostró el acercamiento a Hungría. Lo que no podía funcionar era un nuevo imperialismo paneslavo, el militarismo y una retórica y una práctica cada vez más agresivas. Fue Putin, que tenía muchos puentes tendidos también con países occidentales como Alemania y Francia, el que se aisló, pero, en cualquier caso, que Rusia se sintiese postergada no es argumento para iniciar una guerra. Plantear las cosas así supondría culpabilizar a Checoslovaquia y Polonia de las invasiones que sufrieron por parte de la Alemania nazi.

Es más, aunque el método que utilizó para conseguirla sea difícilmente aceptable, es muy verosímil que la mayoría de los estados acabase reconociendo la recuperación de Crimea por Rusia. De todas formas, esa conquista tampoco estaba amenazada, ni siquiera las repúblicas prorrusas del Donbás. Ahora, la OTAN ha salido reforzada y para muchos países pequeños se ha convertido en una garantía para su independencia, mientras que los recelos, incluso la hostilidad, hacia Rusia se han reforzado.

Es muy poco útil dedicarse en este momento a recordar que EEUU y la OTAN han tenido históricamente políticas imperialistas y agresivas. EEUU no era un Estado inocente en la Segunda Guerra Mundial, tampoco el Reino Unido imperial o la URSS del Stalin más criminal, pero no hubo demócrata, de la tendencia que fuese, socialista o comunista, o miembro de cualquier etnia «no aria», que no tuviese muy claro que bendita era esa unión para hacer frente al fascismo. Por otra parte, Rusia no ha sido tampoco, desde que existe, un ejemplo de potencia amable y respetuosa con los derechos de los pueblos, desde Alejandro I a Brézhnev, pasando por Nicolas I, Jrushchov y Stalin.

No se discute sobre la historia, ni sobre el altruismo, que es bien escaso en la política internacional, se trata de frenar una invasión que está provocando miles de muertos y heridos y centenares de miles de refugiados y que supone una violación inaceptable de los derechos de un Estado independiente, lo mismo que sucedió en Irak en 2003 o, antes, en Afganistán, Vietnam, Checoslovaquia, Hungría y tantos países. Recordar la barbarie del pasado solo debe conducir a intentar que no se repita, no puede ser argumento para una farisea inhibición ante la que sufrimos en el presente. Es cierto que cuando EEUU decide actuar como una potencia imperial, saltándose cualquier convención, las reacciones no son iguales por parte de los estados y las instituciones, tampoco de buena parte de los medios de comunicación, pero ese no es un argumento para no condenar a Rusia. Por cierto ¿no defiende la mayoría de los reticentes a hacerlo el derecho de autodeterminación de los pueblos? ¿Lo tienen todos menos los que Rusia quiere someter?

Las últimas bravatas rusas sobre su arsenal nuclear pueden indicar que las cosas no le están saliendo a Putin como esperaba. Stalin ya fracasó en Finlandia, aunque después de descabezar el ejército soviético, que veía plagado de trotskistas, pero la desigualdad de fuerzas es muy grande. Es posible que Ucrania se vea obligada a aceptar una paz injusta, pero la opinión pública y los estados democráticos deben exigirle a Putin la retirada de sus tropas del país, el reconocimiento de su independencia y el compromiso de no volver a utilizar la agresión militar como arma política. Las sanciones solo deberán ser levantadas de forma progresiva cuando cumpla esas condiciones y probablemente algunas deban continuar un tiempo, el crimen no puede salir gratis.

Es gratificante la creciente solidaridad de los pueblos de Europa con los refugiados ucranianos. Es cierto que contrasta con la muy poca que mostraron algunos estados con los de origen asiático, pero no deben olvidarse los lazos históricos de Polonia y Lituania con Ucrania, naciones a las que estuvo históricamente muy vinculada, además de la numerosa población ucraniana que ya vivía en muchos países europeos. En cualquier caso, hay que abrir los brazos a los ucranianos y luchar para que nunca se cierren ante los necesitados, vengan de donde vengan.