Matar a Putin

Eduardo García Morán

OPINIÓN

Vladimir Putin, en una reunión en el Kremlin
Vladimir Putin, en una reunión en el Kremlin ANDREY GORSHKOV

13 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Narrar el horror que Putin está extendiendo por Ucrania, ya a 80 kilómetros de Polonia, ya «invitando» a Occidente a la guerra, ya sabiendo que en su mente está fijada la monstruosidad de sobrepasar a Hitler, es pasado imperfecto compuesto que grita futuro simple: acabar con él. Hay que matar a Putin.

Es un reto dificilísimo. Sale poco del Kremlin y su guardia personal es muy numerosa y fiel. Los servicios secretos están atentos porque saben que puede ocurrir, al igual que lo sabían los pretorianos de los emperadores romanos que se sintieron por encima del bien y del mal (Putin también), y que, no obstante, sucumbieron por las espadas de algunos de sus pretorianos (Putin también puede ser liquidado, por ejemplo envenenado, una de sus «especialidades»).

Cuenta con el apoyo de la mayoría de los rusos, nada extraño de echar un vistazo a su historia de vasallaje y masoquismo frente a sus sádicos dirigentes, empezando por Iván el Terrible que, en el siglo XVI, comenzó la expansión del Principado de Moscú a costa de matanzas a pueblos próximos y abrió el camino de Siberia: acababa de nacer el Imperio. Dos centurias después, Catalina la Grande se anexionó Ucrania.

El sadismo de Iván IV, más espeluznante todavía que el del Marqués de Sade, fue calcado por Stalin y, hoy, lo es por Putin, que aniquila hospitales infantiles, guarderías colegios, edificios de gentes corrientes. Es el horror, al que no tiene pensado poner fin hasta que no haya concluido su gran mentira: conformar la Gran Rusia, Madre Purísima; es decir, homófoba, racista, especialmente con los judíos, tiránica y salvaje con los derechos principales de las personas.

Este Putin, pues, no va a parar en ningún escenario (hasta lanza misiles desde las islas Kuriles al mar de Japón, para atemorizar a los japoneses y señalarles cuál va a ser el camino que emprenderá: arrebatarles las islas Senkaku, en cuanto Pekín ataque Taiwán), a no ser que estalle el conflicto nuclear, que él desea, impasible ante las consecuencias.

Así pues, un francotirador a más de un kilómetro de distancia podría volarle la cabeza. Lo hizo un soldado ucraniano, al poco de comenzar la guerra, con un general de Putin, a una distancia estimada en 1.500 metros. Una parte del Ejército ruso, harto de este Satanás bíblico y de la pobreza extrema a la que está llevando a su pueblo, aherrojado, en contraste con las riquezas que él y sus oligarcas acumulan, y conscientes de que el empleo de la fisión del uranio no es una quimera (tampoco lo es el uso de armas químicas, y sabe Dios si biológicas), podrían rebelarse y matar a Putin, el enemigo número uno de Rusia y del Mundo. 

(Fuera lo que fuese: «Me está mirando la tristeza, me está mirando bien la tristeza», de una canción machiguenga del Perú).