Una guerra que va a cambiar muchas cosas

OPINIÓN

Un miembro de las Fuerzas de Defensa Territorial hace guardia en un puesto de control en el frente oriental de la región de Kiev, Ucrania.
Un miembro de las Fuerzas de Defensa Territorial hace guardia en un puesto de control en el frente oriental de la región de Kiev, Ucrania. ROMAN PILIPEY

15 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil predecir cómo terminará la guerra de Ucrania, pero sí es posible asegurar que sus secuelas serán mayores y más duraderas que las de la pandemia. Hay una primera reflexión que deben hacer gobernantes, economistas e ideólogos, a la que ya inducía lo sucedido con el impacto del virus en 2020: la radical globalización neoliberal encierra muchos riesgos. Confiar a las importaciones, para ahorrar costes, el suministro de todo tipo de productos, desde los microchips a los cereales, pasando por la energía o las mascarillas protectoras, es tremendamente peligroso. Frente a los ultraliberales del norte, ahora se ve la utilidad de la protección de la agricultura en los países de la UE, que incluso habrá que potenciar, no solo para tener garantizado el suministro en momentos de crisis, sino para cuidar la calidad de los alimentos y proteger el medio ambiente. La necesidad de disminuir la dependencia del exterior en las fuentes de energía ya se manifestó con la crisis del petróleo de hace casi medio siglo, ahora lo hace una vez más. Hace falta Estado intervencionista que invierta y apoye la llamada transición energética y no solo por motivos ecológicos.

El problema no procede únicamente del suministro del petróleo y el gas rusos. Nuestros aliados árabes, los que controlan la OPEP, recortaron hace poco tiempo la producción para subir los precios ¿por qué no vuelven a aumentarla ahora que han crecido de forma extrema? Es sorprendente que ni EEUU ni la UE parezcan habérselo planteado, es algo de lo que prácticamente no tratan los medios de comunicación. Probablemente haya peticiones discretas, porque no solo se trata de que esos entrañables amigos hayan visto la oportunidad de enriquecerse todavía más a costa de la penuria del resto del mundo, parece que, de nuevo, utilizan el poder que les dan los hidrocarburos con fines políticos. Según he leído en The Guardian, uno de los pocos periódicos que ha abordado el asunto, los monarcas absolutistas de la península arábiga, sunníes, desean obtener mayor apoyo de EEUU en su cruzada, que me perdonen el término, contra los herejes chiíes, especialmente en el Yemen. No sé si la posibilidad de que la carestía del petróleo conduzca a EEUU a un acercamiento al hereje Irán los hará cambiar de opinión. Un acuerdo con Venezuela podrá ayudar, pero de forma muy limitada.

 Esta es una guerra en la que hay un invasor, la Rusia de Putin, y un agredido, Ucrania. Rusia padece una dictadura, enmascarada con elecciones amañadas periódicas, Ucrania es una democracia, pero esta no es una lucha entre democracias y dictaduras. No sirve el simplismo de la guerra fría.

Putin es un reaccionario que tenía, y tiene, numerosos simpatizantes en Europa y América, incluso gobernantes, que no se presentan como enemigos de la democracia, aunque su iliberalismo político diga lo contrario, pero no hay en él una ideología fascista que quiera dominar el mundo, tampoco nada comparable con el posestalinismo de la guerra fría. Tiene sueños imperiales, pero, aunque cultive a sus amigos ultraderechistas, con los que se siente ideológicamente más próximo, no le importa difundir desde sus medios de comunicación propaganda destinada al sector intelectualmente más limitado del izquierdismo. Por mucho que a su colaborador doctrinal, el patriarca de Moscú, le preocupe salvar al mundo del pecado, al tirano del Kremlin solo le obsesiona la gloria nacional rusa, entendida de la misma forma que los zares: ejército e imperio, aunque sea a costa de la miseria de sus súbditos.

No se vislumbra un final aceptable para la guerra. Con su potencia militar, Rusia debería aplastar a Ucrania, pero las guerras son, afortunadamente, muy caras y no está claro cuánto podrá soportar la economía rusa. La tecnología puede imponerse al entusiasmo, pero la moral está del lado ucraniano, no de un ejército invasor que probablemente no comprende lo que está sucediendo. Dominar el país con fuerzas de ocupación, entre el rechazo de la población, conducirá a más crímenes y a una prolongada resistencia. Limitarse a controlar la costa del mar de Azov y las provincias del este sería más fácil, pero es dudoso que, incluso aunque el gobierno ucraniano aceptase un armisticio, supusiese un alivio de las sanciones. Una retirada, aceptar la derrota, no cabe en la cabeza de Putin, ese resultado solo sería posible si fuese arrojado del poder.

Probablemente la escasez de determinados productos y la inflación se prolonguen en el tiempo. Es un terreno fácil para la demagogia. Los precios de la energía bajarían si lo hiciesen los impuestos, pero crecería la ya inmensa deuda, en un momento en el que se acerca la subida de los tipos de interés para contener la inflación. Los gobiernos están obligados a actuar con prudencia, aunque crezca el malestar social.

No creo que Putin lo pretendiese, pero la invasión de Ucrania, más que a la formación de nuevos bloques, algo que no le interesa a China, conducirá a un fortalecimiento del poder militar de la UE, a reforzar el prestigio de la OTAN en Europa central y del este, incluso en el Cáucaso, y al aumento de los gastos militares en todo el mundo. Rusia se ha convertido voluntariamente en una amenaza y eso no hay literatura que lo oculte. En realidad, ha reavivado viejos resentimientos, son muchos los pueblos que sufrieron el imperialismo ruso en los dos últimos siglos y eso no había sido olvidado, aunque aquí haya quien se empeñe en creer que solo el Reino Unido, Francia o EEUU fueron en ellos países imperialistas.

Esta guerra también tendrá consecuencias políticas. Es muy probable que las extremas derechas y las minorías izquierdistas que se enredan en el filisteísmo o, incluso, en el fariseísmo salgan perjudicadas. Lo comprobaremos pronto en Francia, donde las encuestas dan una notable subida al apoyo a Macron, y en otros países, como España, Italia o Alemania, en los que pueden salir reforzados los partidos de la derecha democrática y la socialdemocracia. No sé si aquí la inteligencia de Yolanda Díaz podrá contrarrestar la vanidosa pedantería de Pablo Iglesias o la simpleza de Ione Belarra. En la extrema derecha, no hacen falta muchas luces para apreciar el parecido entre las ideas de Vox y las de Putin, aunque siempre pueden aparecer geniales estrategas, como el señor Mañueco, dispuestos a hacer lo posible para fortalecer a la derecha autoritaria, centralista, homófoba, machista y xenófoba. Habrá que ver también cómo influye en EEUU, un país en el que buena parte de la población parece aislada del mundo y de la historia.