El Sáhara y la falla de la historia, peor de lo que parece

OPINIÓN

Mujeres soldado con una bandera de la República Árabe Democrática del Sahara durante un desfile en Tifariti
Mujeres soldado con una bandera de la República Árabe Democrática del Sahara durante un desfile en Tifariti MOHAMED MESSARA | Efe

26 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La condescendencia es un tipo de estafa. La gente lo intuye y por eso se irrita con el condescendiente. Cuando a un niño pequeño se le niega una bicicleta, pero a cambio se le da una bolsa bien grande de gominolas, el pequeño reacciona con rabieta. Si nos echan del trabajo y nos compensan con un año de suscripción a Netflix, seguro que nos crispamos. No es que a un niño no le gusten las gominolas y a un adulto no le guste Netflix. La condescendencia es una estafa porque siempre es una tasación insultantemente baja de algo que se nos quita. Una bolsa de gominolas no compra la carencia de una bicicleta y un año de Netflix es un precio ridículo por un despido. Lo dijo Fletcher, en El fuera de la ley, al yanqui que le hacía la puñeta: «Si me meas en la cara, no me digas que está lloviendo».

Los saharauis empiezan a recibir palmadas de condescendencia. Zapatero dijo que con la autonomía los saharauis vivirán mejor que ahora. El Sáhara Occidental será apropiado por Marruecos, pero tendrán una bolsa de gominolas bien grande: la autonomía. Autonomía en una dictadura. Antes de que se disparen comparaciones con Cataluña, recordemos el bulto gordo del proceso. Tras la Segunda Guerra Mundial, las reglas de juego internacionales establecieron que la conquista y colonización de países no eran motivo de gloria, sino una brutalidad injusta. Se impulsaron procesos de descolonización y se estableció para eso el derecho de autodeterminación. España dejó su colonia saharaui, saliendo de allí en estampida con las camas sin hacer. Desde entonces Marruecos dice que eso es suyo, los saharauis dicen que el Sáhara es su casa y que está habitada, la ONU dice que hay que votar, Marruecos no quiere votaciones, Argelia se hace uña y carne con los saharauis y España, por su responsabilidad histórica, roza continuamente con Marruecos porque dice, con la ONU, que hay que votar.

Muchos niños saharauis pasaron veranos acogidos en España, mucho activismo gubernamental y no gubernamental hubo de reconocimiento y ayuda al Sáhara. Especialmente la izquierda tiene enredado el Sáhara en la fibra de su memoria y en sus pulsos emocionales. EEUU y Alemania primero, y Pedro Sánchez ahora, con Zapatero de segunda voz, les dicen a los saharauis, y nos dicen a nosotros, que Marruecos no les meaba encima, que es que estaba lloviendo. Y que les dan autonomía. Enseguida les tocará a los ucranianos comerse paladas de condescendencia. Rusia es demasiado poderosa como para correr el riesgo de no dejarle algún bocado.

Se dice que Sánchez dio un giro y que traicionó a los saharauis. Son las típicas obviedades que ahora se negarán y nos dejarán con cara de Fletcher. Sí es un giro y sí es una monumental injusticia. Pero esto no es algo súbito, una ocurrencia que haya tenido Sánchez así de golpe. Las piezas llevaban tiempo en el tablero. En California le tienen miedo a la falla de S. Andrés. La tierra puede abrirse en canal y separar California en dos trozos con gran estrépito. La historia tiene también sus fallas, puntos y momentos en los que se separa con estruendo una fase de la historia de otra.

Algo de eso se cuece al sur de España, en el Magreb. Suceden al menos tres cosas a la vez: por ahí pasa la línea que divide la diferencia de riqueza más aguda del planeta, con lo que la presión migratoria es explosiva; es una zona donde están siempre las piezas que, encajadas, dan lugar a terrorismos incontrolables; y es una zona clave para la transición energética, por el gas, y para el punto de llegada de esa transición: el hidrógeno verde, el próximo petróleo. Marruecos tiene un papel clave en el control de la emigración, en la seguridad de la zona y en la futura energía. Para EEUU es un aliado cómodo, quiere sus servicios y no le importan los detalles. Alemania dio pasos rápidos para posicionarse con el Reino. Marruecos se siente fuerte y pisa fuerte, Argelia teme el refuerzo de Marruecos tanto como el Real Madrid los refuerzos del Barça y hace piña con el Sáhara por razones estratégicas. La historia se abre en canal.

La falla tiene actividad y España puede quedar fuera de juego estando en la zona del terremoto histórico. Por eso Sánchez se mueve. Algo más que traición tiene que haber aquí. Alguna urgencia debe haber. No es fácil entender el riesgo de abandonar el Sáhara cuando Argelia tiene la otra llave del gas (la primera la tiene Putin) y los estragos de una economía de guerra empiezan a notarse. No sé qué prefiero que esté pasando: que Sánchez sea un oportunista insensible y temerario; o que esté prácticamente obligado porque España no puede sostener ahora un pulso con Marruecos.

No sé si me perturba más tener un Presidente sin principios o ser un país con las manos atadas ante un dictador con delirios imperiales. Lo que parece claro es que la postura de España será irrelevante. Con el apoyo de EEUU (Biden no enredó en el legado envenenado de Trump) y con los pasos decididos de Alemania, que quiere más Marruecos y menos Rusia, la suerte del Sáhara está echada. España puede subirse al carro o aguantar las salpicaduras y la lava.

Este es el tipo de contexto en que parecen decorativos los principios, esas referencias estables que tenemos de lo justo y lo injusto. Es el tipo de contexto en que salen esas voces a sueldo de ex-cargos que fingen aportar serenidad y experiencia, que nos querrán convencer de que los principios son rigideces dogmáticas. Pero lo cierto es que sin determinación en principios firmes, se petrifica un tipo de relación en el que España tiene que pagar precios cada cierto tiempo para que no amenacen su territorio. Lo cierto es que, así como Argelia y Rusia tienen la mano puesta en la llave que regula el flujo del gas, así Mohamed VI tiene la mano puesta en la llave que regula el flujo de personas y cuando coge un berrinche provoca avalanchas migratorias trágicas; porque la UE le da esa encomienda, es parte de esa vergüenza.

También es cierto que las dictaduras juegan con ventaja para rozar con las democracias. No hay opinión pública que afecte a sus decisiones y estabilidad y así unas pocas vidas humanas o vidas humanas en masa carecen de valor. Tomen rehenes rusos y amenacen a Rusia con su ejecución, y la carcajada de Putin les dirá el valor de la vida humana en autocracias en las que la opinión pública no tiene ningún papel. Si no hay principios firmes, la fuerza la tiene el que menos escrúpulos tenga.

Sánchez está jugando el juego de Macron de formar mayorías invertebradas, oscilantes y sin referencias ideológicas, frente a una alternativa autoritaria, racista, agresiva y antieuropea. Así la acción política tiende a ser desmemoriada, oportunista y llena de chismes demoscópicos. Pero la historia es un volcán que siempre está echando materiales. O se estudia y se enseña para que la gente tenga herramientas de análisis y depuración, o ese volcán no tendrá filtro para esparcir las falsedades que necesiten los peores contrabandos. Los principios, por decorativos que parezcan, siempre son como una bola de billar en una cama elástica, una hondura donde los acontecimientos pueden precipitarse en situación propicia.

La justicia con el Sáhara no es una rigidez. Rigidez es empeñarse en el dogma neoliberal de no intervenir el mercado energético con el país hundiéndose y cuatro vivales enriqueciéndose. Dogmático es no establecer impuestos especiales, siquiera transitorios, a grandes fortunas en momentos de catástrofe, ese empeño necio en que la mayoría de la población puede perderlo todo pero los más ricos no pueden perder algo. Rigidez es la obstinación en un sistema monárquico que nos trae de cabeza o en prebendas anacrónicas a la Iglesia. Lo del Sáhara es cuestión de principios, que a la larga serían prácticos. Marruecos cree que el Sáhara es suyo porque está ahí justo al lado. ¿A qué principios, cuando ya no haya principios, o a qué memoria, cuando nadie sepa historia, apelará España cuando diga Mohamed VI que las Canarias, que están ahí al lado, son marroquíes?