Más democracia para tiempos de guerra

OPINIÓN

Foto de archivo de la ministra de Defensa, Margarita Robles, en una rueda de prensa en la Moncloa.
Foto de archivo de la ministra de Defensa, Margarita Robles, en una rueda de prensa en la Moncloa. RICARDO RUBIO | EUROPA PRESS

04 may 2022 . Actualizado a las 09:46 h.

«Todo es cuestión de psicología. Gritas ¡barracuda! y la gente dice ¿eh, qué? Pero si gritas ¡tiburón!, tenemos un ataque de pánico al empezar las vacaciones». El alcalde de Amity, de la película Tiburón, sabía lo esencial de la ciencia de MAR e Iván Redondo: las palabras muestran las cosas tanto como las ocultan, encarnan pensamiento tanto como lo fingen. Por eso en España tenemos la sensación de que hace tiempo que no estamos en guerra. Desde por lo menos principios de los noventa, nuestro ejército está interviniendo en guerras. Con armas, claro. Intervenir en una guerra es estar en guerra. No entro ahora en si hay intervenciones justas en guerras inevitables. Lo que digo es que España estuvo en guerra varias veces sin que tengamos la sensación de haber estado en guerra. Y no porque nos lo ocultaran. Siempre se miente en las guerras, pero no se nos ocultó lo esencial: que teníamos al ejército pegando tiros en guerras. Pero los gobiernos gritaron ¡barracuda!, y no ¡tiburón!, y así nos ahorraron la compunción de la guerra en nuestro ánimo. Es cosa psicológica, como dijo el alcalde de Amity. Dominando la psicología de las palabras no hace falta mentir. Ahora informativos y opinadores de distintos pelajes difunden el temor de que la guerra de Ucrania pueda extenderse a gran escala. Lo bueno de esos temores es que nos convencen de que no estamos ya en guerra, de que esto es la paz.

Putin empezó la guerra en Ucrania para alterar las relaciones geopolíticas mundiales. Energía, pan y armas nucleares: en esta guerra está el cóctel de las grandes guerras. El problema energético es siempre incendiario y aquí es una hidra de varias cabezas. Por un lado, está la escasez. Bloquear a Rusia es retirar del mercado mucho petróleo y mucho gas. Se puede creer que Europa puede buscar energía en otros sitios, pero no se puede creer en la multiplicación de los panes y los peces. Si se bloquea el petróleo y el gas ruso, hay menos gas y petróleo, mucho menos. Por otro lado, está la dependencia. Alemania e Italia dependen críticamente del gas ruso. Putin ya jugó con la llave del gas y apagó a Polonia y Bulgaria. Es evidente que Rusia contó siempre con que la urgencia y prioridades de Alemania no podían ser iguales que las de Francia, que se abastece con centrales nucleares y que tiene hilo directo con el Magreb. EEUU tiene el máximo interés en esta contienda, pero sin problemas energéticos, sin precios disparados y sin territorio propio en riesgo. Cuando el primer soldado ruso puso el pie en Ucrania se inició esta importante grieta en la sala de máquinas de Europa. Era parte de la operación. En África hay una especie de batido, en el que se recolocan las relaciones y perspectivas de Marruecos, Argelia, Mauritania y Nigeria. Como sabemos, España juega al mal menor, cruzando los dedos de que el mal buscado con Argelia por el asunto del Sahara sea efectivamente el mal menor.

Enric Juliana desplegó esta semana lo que él llama el mapa de los cereales. No es solo que haya un grave problema en ciernes con los cereales. Es que el problema en ciernes es para países pobres donde: a) la subida en el precio del pan o su escasez significan hambre; b) son lo bastante desarrollados como para que la sombra del hambre provoque revueltas sociales; y c) son justo los países que tienen el gas y el petróleo que ahora faltan. Una parte del norte de África depende de los cereales ucranios y rusos. El 70% de los cereales que comen los turcos son rusos. Turquía tiene una relación estrecha con Alemania y choca cada poco con Francia. Y Marruecos y Argelia le compran el pan a Francia, mientras Argelia amaga con la llave del gas que consume España y la desesperada Italia pone a Argelia todas las alfombras al continente. Por eso no todos tienen la misma firmeza en cortar hilos con Rusia. El primer pie del primer soldado ruso en Ucrania agrietó la UE y redibujó las grietas del norte de África, de donde debe venir la energía a Europa. Y esto solo está empezando. Todavía no falta el pan y todavía los alemanes pueden encender la calefacción. Demos tiempo.

Y el tercer elemento del cóctel es el detalle de que la potencia agresora y la antagonista tienen armas nucleares, muchas, y Putin ya recordó lo que nadie había olvidado. El cóctel puede avanzar en muchas direcciones. Podemos tener países ricos sin energía, países productores de energía con hambre y una potencia asfixiada y con armas nucleares. Hagan sus apuestas. China puede manejarse bien en la bronca, pero no en una bronca con misiles, todavía no. Pero en algún momento aparecerá en este barullo.

En Francia pudo haber ganado las elecciones Le Pen, que explícitamente quiere una alianza estratégica con Rusia «cuando acabe la guerra». En EEUU podría ganar Trump, es poco probable, pero puede ser. Orbán es un soldado de Putin y está en la UE. Me pregunto si nuestro CNI estará espiando ese abrazo de Abascal con Orbán y las conexiones y financiación internacionales de Vox. Algo dijo Margarita Robles de espiar a las fuerzas políticas que conspiran contra la Constitución y el Reino, pero igual mentía. Y Polonia, enemiga histórica de Rusia, está también a años luz de Europa por sus leyes retrógradas. Así está sin gas y sin fondos europeos, pero geográficamente en medio de todas partes. Aquí en España alguien gritó ¡barracuda! El guirigay político en un momento así solo puede entenderse como una manifestación más de decadencia. El Gobierno sigue los pasos del Real Madrid, salvando de milagro, a veces con merecimiento y a veces sin él.

Las subidas de gas, electricidad y gasolina pueden ser el principio. El tópico dice que debería haber menos bronca y más unión. En las películas de submarinos, cuando dicen a la tripulación que se prepare para el impacto de un torpedo, la gente se hace ovillo y se recoge como queriendo hacer una coraza con el cuerpo. Hacerse ovillo significa más unión, pero a partir de lo que nos une y no de lo que nos desagrega. Para empezar, hay que intensificar la cohesión social. Las cifras son irrefutables: se hace pobre gente que no lo era, se hacen más pobres los que ya lo eran, la clase media se hace mediocre y los ricos se hacen más ricos. El que proclama bajadas de impuestos siempre quiere bajar los impuestos de los ricos, es decir, disminuir la contribución que los ricos hacen a los servicios de todos. Decir en tiempos de guerra que bajen los impuestos es lo mismo que decir en tiempos de guerra que cada uno se apañe con lo que tenga y a correr. Eso no es unirse en la emergencia.

Hacerse ovillo para aguantar el impacto no es tampoco deshilachar la democracia. Margarita Robles, ante la evidencia de espionaje ilegal, se preguntó qué tiene que hacer el Estado si un territorio declara la independencia. Según ella, cualquier cosa, legal o ilegal. Parece que algunos creen que la democracia es una floritura que nos permitimos solo cuando las cosas van bien. Las democracias tienen tipificadas las situaciones de excepción, espionajes incluidos, quién ejecuta la excepción y con qué control. Claro que los estados espían, pero en los términos que diga la ley y dicte un mínimo sentido de la democracia, no como actos incontrolados reaccionarios. Las cloacas son actuaciones del Estado fuera de la ley y de control, una parte del Estado que está fuera de la Constitución, y el reguero que dejan siempre acaba debilitando al Estado. Sánchez se mueve con soltura por Europa mientras el país se llena de remolinos de descontento por la desagregación social y territorial y por la corrosión de la democracia. Todo puede empeorar mucho. La unidad para enfrentar el impacto de la guerra requiere cohesión social, es decir, más igualdad; y desplegar la democracia con todos sus recursos y no sofocarla en los lodos de las cloacas. Llamar a la unidad sin esas condiciones es el tipo de tópicos que se dicen cuando no se tiene nada que decir.