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Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

La residente de Moldavia, Maia Sandu, el pasado miércoles en el Día de la Bandera.
La residente de Moldavia, Maia Sandu, el pasado miércoles en el Día de la Bandera. VLADISLAV CULIOMZA | Reuters

04 may 2022 . Actualizado a las 17:07 h.

En Moldavia, el pequeño país que se encuentra en la frontera suroccidental de Ucrania, nadie quiere la guerra. Esto parece lógico, pero no son solo los moldavos quienes no quieren que Rusia extienda la guerra a su territorio; tampoco lo quieren los habitantes y las autoridades de la autodenominada república de Transnistria, una región que declaró su independencia de Moldavia en 1990 y que no ha sido reconocida por la comunidad internacional. Transnistria es un «Dombás moldavo», un enclave prorruso que además tiene tropas rusas desplegadas a lo largo de su territorio. Pero no hay nada mejor que escarmentar en cabeza ajena. Los transnistrios siguen deseando separarse de Moldavia, pero no al precio de sufrir la devastación que están viendo en la vecina Ucrania. Por eso preocupan mucho los extraños incidentes que vienen produciéndose desde el comienzo de la semana en Transnistria: misteriosas explosiones sin víctimas que casi todo el mundo sospecha son provocaciones orquestadas para justificar una invasión rusa. Después de todo, hechos similares precedieron la invasión de Ucrania.

¿Pretende Rusia invadir Moldavia desde Ucrania? Ese era, casi con toda seguridad, el plan inicial de Putin. Pero la operación dependía de la previa conquista de la ciudad ucraniana de Odesa, que ha sido un fracaso. Cierto que los rusos podrían volver a intentarlo, y hay quien cree que Transnistria es la victoria simbólica y rápida que Putin necesita para celebrar el Día de la Victoria el 9 de mayo y hacer olvidar el desastre de la invasión de Ucrania. Pero, considerando las dificultades que está teniendo el Ejército ruso en su ofensiva en el Dombás, es más prudente pensar que lo que pretende Moscú de momento es únicamente crear una crisis en Moldavia que inquiete a la OTAN y fuerce a Ucrania a distraer tropas de otros frentes para proteger su frontera con Transnistria. Los tres batallones (unos 1.500-2.000 soldados) que tiene Rusia allí son, en efecto, una espada de Damocles sobre la cabeza de Odesa.

Desde luego, Moldavia es fácil de desestabilizar. Aparte de los rusófonos de Transnistria, el Partido Socialista en la propia Moldavia es pro-Kremlin. Hay, además, otra región moldava, Gagauzia, donde la población es de lengua turca, pero de religión ortodoxa rusa. La presidenta y la mayoría parlamentaria de Moldavia, en cambio, son de lengua rumana y pro-Unión Europea. De modo que Moldavia encarna el mismo laberinto ucraniano, solo que más complejo aun, y en un país mucho más pequeño y más pobre. Suponiendo que el objetivo de Rusia fuese solo provocar una crisis política en Moldavia, es fácil que la cosa se le vaya de las manos, como ha acabado sucediendo en Ucrania. Incluso si los transnistrios no quieren verse envueltos, como no dejan de repetir, e incluso si el Kremlin tiene poco que ganar ampliando el espectro de sus potenciales fracasos, la guerra suele encontrar su propio camino si se cultivan las circunstancias que la atraen. Y si eso sucediese, vendría a confirmarse lo que parece una trágica paradoja en la política exterior del Kremlin: a sus enemigos les castiga con la guerra; y a sus aliados les acaba premiando también con la guerra.