El estado de la nación y de la pirámide

OPINIÓN

María Pedreda

19 jul 2022 . Actualizado a las 21:47 h.

Los obreros que construyeron las grandes pirámides de Egipto debieron emplearse a fondo en la excepcional tarea de levantar esas magnificas tumbas poliédricas que habrían de guardar las momias de los faraones. No solo por el salario que cobraban y por las raciones de proteína animal de las que el resto de la población carecía, sino por la aspiración de ser premiados con el paso al más allá, reservado por nacimiento a los reyes. Tal vez contribuía a mantener dicha aspiración el hecho de que los que morían en acto de servicio eran enterrados inusualmente cerca de las tumbas de la familia real.

Esta entrega de quienes padecían la extraordinaria dureza de materializar esos sueños faraónicos contribuía, a su vez, a la función ideológica de las pirámides. A saber, granjear el apoyo popular a los faraones. Y cuanto más incondicional fuese el apoyo, y más grandioso el monumento-puerta al más allá, más posibilidades de revivir con él después de abandonar las miserias del mundo terrenal. La versión transmigratoria Antiguo Egipto del «trickle-down» neoliberal actual.

Hablando del presente, cuando el presidente del Gobierno anuncia en el debate sobre el estado de la nación medidas de lucha contra la desigualdad y a favor de la justicia social —moderadas, no os creáis—, enseguida aparecen los fundamentalistas del lucro indiscriminado a denunciar el carácter confiscatorio de impuestos como los que se aplicarán a los inmorales beneficios de las energéticas, y el propósito clientelista de esas medidas. Es más, algunos llegan a pedir la erradicación de las prestaciones por desempleo porque es otra paguita que impide que los desesperados acepten condiciones laborales denigrantes para mayor beneficio de los explotadores del esfuerzo ajeno. Que no hay camareros porque viven mejor cobrando el paro, vamos. Delirante.

Porque la «justicia social» es muy comunista, dicen, y podemiza la economía. Lo corrobora un Papa pre-podemita como Pío XI en su Encíclica Quadragesimo anno, de 1931: «A cada cual debe dársele lo suyo en la distribución de los bienes, siendo necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados».

El concepto de «justicia social» se ha incorporado a las Constituciones de numerosos países como el deber del Estado de garantizar derechos económicos, sociales y culturales, la protección de la dignidad humana y la promoción de la igualdad de oportunidades. También guía los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Organización de Naciones Unidas —otro chiringuito comunista, parece ser—, que constituyen «un llamamiento universal para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que para el 2030 todas las personas disfruten de paz y prosperidad».

Pero nuestros actuales constructores de las pirámides invertidas de riqueza, en su infatigable aspiración de acompañar a sus líderes financieros a gozar de los lujos de los paraísos fiscales, siguen justificando el abuso de arriba a abajo de la estafa piramidal que habitamos, con más consignas que argumentos. Ni las unas ni los otros resisten el mínimo análisis empírico. La ceguera del egoísmo les impide ver el daño sistémico que produce la impúdica transferencia de riqueza de abajo a arriba, de la que la beca de estudios para las «familias bien» de la Comunidad de Madrid no es más que una anécdota provocadora. La desigualdad rampante acabará por arrastrar a todo el mundo, incluso a los que se parapetan tras muros de dinero.

Por no hablar de la justificación de la desigualdad mediante el criterio del esfuerzo y el mérito. Un análisis de la relación entre cualificación-esfuerzo-ingresos sería demasiado sonrojante para los fundamentalistas del lucro: la correlación (parcial, hay que decirlo) apunta a que cuanto más arriba estás en la pirámide invertida de riqueza, menos se debe al esfuerzo o al mérito (del bueno, claro) y más a los contactos y a la falta de escrúpulos. Que se lo pregunten a los comisionistas de la colaboración público-privada de la zona media de la pirámide. El mérito del pelotazo. No digamos ya arriba, en la zona de las puertas giratorias.

El estado de la nación no sé muy bien cuál es. Regulero, diría. Pero el de la pirámide neoliberal mantiene su capacidad predadora. No sé por cuánto tiempo.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.