Las derechas y el derecho al privilegio

Gaspar Llamazares / Miguel Souto Bayarri

OPINIÓN

El primer ministro británico, Boris Johnson, en la estación londinense de Paddington, el pasado 17 de mayo
El primer ministro británico, Boris Johnson, en la estación londinense de Paddington, el pasado 17 de mayo TOBY MELVILLE | REUTERS

31 jul 2022 . Actualizado a las 11:55 h.

En todos los países donde la derecha ultra y autoritaria toma el poder político o trata de tomar el control de la vida de los ciudadanos ocurre lo mismo: se intenta imponer una moral conservadora y religiosa dogmática, al tiempo que se promueven desde el poder del Estado iniciativas privadas que rompen el principio de igualdad y se refuerza la seguridad y se endurece el código penal con la excusa del desorden y la violencia. El reciente discurso de rentrée de Donald Trump se ha centrado en eso. En nombre de la libertad, por supuesto.

Da igual que quién obtenga grandes beneficios sean las eléctricas o las petroleras y que se aprovechan de una situación provocada por la invasión y la guerra en la frontera de Europa, que las Universidades privadas, que se crean como chiringuitos sin laboratorios ni bibliotecas de calidad, o las clínicas privadas, que primero debilitan los pilares del estado del bienestar para luego imponer su privatización. Todo vale. De nuevo, en nombre de la libertad, por supuesto.

En una reciente columna, Joaquín Estefanía, refiriéndose a la sanidad pública (y la enseñanza y universidad públicas) como los pilares centrales del Estado de bienestar, decía que las han debilitado para privatizarlas, al tiempo que señalaba que esto «no es una catástrofe natural, sino un plan».

Hoy comprobamos que una buena parte de lo que veníamos anunciando de las prácticas de los gobiernos de las derechas en relación con los servicios públicos estaba en lo cierto. Lo comprobamos cuando nos enfrentamos a una pandemia en la que se demostró que, a pesar de estar por encima de nuestras posibilidades a causa de los recortes y las privatizaciones, nuestra sanidad reaccionó mucho mejor que los modelos sanitarios privados o mixtos.

Nuestro sistema nacional de salud, después de más de dos años y medio de test de estrés, está en crisis y el descontento que se genera, en particular en la atención primaria y en general en las condiciones laborales de los sanitarios y como consecuencia en el deterioro del nivel de la asistencia sanitaria, no deja de salir en los medios. Hoy destacan la contratación precaria de los profesionales, un gran déficit de financiación de todo el sistema y una tendencia muy marcada hacia la hospitalización y la privatización que se percibe con fuerza en algunas comunidades autónomas, con Madrid a la cabeza.

Destaca, además, un gran parasitismo de la sanidad pública por parte del sector privado, y no solo en la gestión de centros hospitalarios punteros e incluso de áreas sanitarias enteras y en la adjudicación de pacientes, sino también en la posterior selección de riesgos (determinadas patologías y no otras) y en la continua revisión de contratos al alza. Es obvio que no se trata de un verdadero libre mercado de las empresas privadas en relación con sus competidoras, sino de una competencia desleal y ventajista (y, con frecuencia, chantajista) que el sector privado nunca aceptaría entre competidores pero que cínicamente denomina colaboración público privada cuando se trata de aprovechar la situación de debilidad del sector sanitario público.

En los últimos tiempos, distintos observadores y analistas vienen hablando de una ofensiva contra las democracias, sus derechos y sus valores más emblemáticos. Y bajo estas premisas, muchos se suman a la lista que reforzaría esta afirmación. El objetivo, como dice Sami Nair en sus artículos, no es otro que la privatización generalizada.

Siempre se dijo que Europa y Estados Unidos son muy diferentes en muchas cosas. Esta es una de ellas. Pero la derecha europea hace todo lo posible para que, en estas cuestiones, las diferencias no sean tantas ni tan grandes.

No hay más que ver lo pronto que se han olvidado del papel insustituible de la sanidad pública en la pandemia para volver a entenderlo como un mero negocio. Así, el debate después de la caída de Boris Johnson en Gran Bretaña vuelve a ser el debate de quién se parece más a Margaret Thatcher, bajando impuestos y desmantelando el estado del bienestar. Los populistas se van, pero el nacional populismo permanece.

Si bien es cierto eso de que llegar al Gobierno no es exactamente lo mismo que llegar al poder, no es menos cierto que hay victorias electorales de las derechas que pueden hacer mucho daño limitando las conquistas sociales. La democracia y las elecciones libres conservan la primera línea reivindicando el papel que siempre han tenido en la igualdad de voto. Aquí no se intenta limitar el derecho al voto de los sectores progresistas con subterfugios legales, como en los EEUU.