Juntos, pero no revueltos

Gaspar Llamazares | Miguel Souto Bayarri.

OPINIÓN

El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un acto
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un acto GO NAKAMURA | REUTERS

26 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos meses, en febrero de 2022, daba comienzo la invasión rusa de Ucrania, y desde entonces los medios de comunicación no han dejado de informar de la misma y de realizar análisis de las medidas adoptadas por la Unión Europea para hacer frente al invasor y para ayudar al país agredido. Sin embargo, la contraofensiva ucraniana y la huida hacia adelante de la Rusia de Putin, con la posibilidad de que la situación de guerra se extienda a 2023 y que dé incluso un salto cualitativo con la amenaza de la guerra nuclear, debería hacernos reflexionar para, en su caso, actualizar y desarrollar una estrategia propia, que haga compatibles plenamente los intereses de la Unión Europea con los derechos de Ucrania ante la gravedad de la agresión. Todo ello, para seguir defendiendo lo incuestionable: el mantenimiento y refuerzo del apoyo económico, político y también militar a Ucrania y por tanto a su derecho a la existencia, a la integridad territorial y a la legítima defensa, en defensa del derecho internacional y de una paz justa. Algo que ninguna fuerza democrática y de progreso debería olvidar.

En este sentido, no podemos compartir ni los llamamientos vacíos al diálogo ni la utilización de la amenaza nuclear para esconder una posición equidistante entre el agresor y el agredido, entre el ocupante decidido a la eliminación y ahora la anexión, y el ocupado que lucha por su supervivencia. En todo caso, también deberíamos analizar si para afrontar la política imperialista de Rusia no sería mejor tomar algo de distancia de la estrategia no menos imperialista y agresiva del amigo americano, como hemos tenido oportunidad de comprobar, es decir, alejarnos aunque sea un poco del seguimiento mimético de los intereses del otro imperio en cuestión comandado por los EEUU, y también en declive. Entre otras razones, porque cada día que pasa parece más evidente que tampoco China, con toda su calculada ambigüedad, está dispuesta a poner en riesgo su economía y su papel político por defender intereses que no son exactamente los suyos. Ni siquiera una potencia media como India.

En el actual escenario de incertidumbre, se debía esperar de la Unión Europea un mayor equilibrio y una actuación más autónoma respecto al bloque occidental. No deberíamos olvidar, además, que hasta ahora, quienes han obtenido grandes beneficios de la crisis han sido las empresas energéticas y las petroleras, además de la industria armamentista, casi todas ellas norteamericanas, que se aprovechan de una situación provocada por la invasión y la guerra en la frontera de Europa, que las grandes corporaciones internacionales, incluyendo las tecnológicas high tech y la industria farmacéutica big pharma, con todo su poder, al menos por ahora, no parecen tener ningún interés en frenar.

Por todo esto, resulta contradictorio que en lugar de apostar por reforzar unas formas de actuación autónomas, apostemos por un seguidismo acrítico, cuando no de alumno aventajado de los Estados Unidos y de la estrategia militar de la OTAN, que no contempla ningún espacio al imprescindible papel político de la ONU y tampoco de la Unión Europea.

Es importante constatar que, desde un punto de vista general, en los últimos tiempos, distintos observadores y analistas vienen hablando de una ofensiva contra las democracias, sus derechos y sus valores más emblemáticos, es decir, que hay una gran confrontación entre las democracias y las autocracias, y en el seno de las democracias entre populismo y democracia, justo en un momento de gran debilidad de las primeras y de aparente fortaleza de las segundas.

Paralelamente, desde un punto de vista más particular, la batalla entre los Estados Unidos y China, que empezó siendo fundamentalmente tecnológica, adquiere cada día que pasa unos tintes más geopolíticos, incluso de nueva guerra fría. En concreto, vivimos estos días una nueva escalada de tensión que ha crecido desde la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, que ha sido calificada por distintos observadores como un error y una provocación; desde luego, un gran ejemplo de cómo se supedita la estabilidad del mundo a los intereses particulares. En definitiva, la división del mundo en bloques geopolíticos encabezados por USA y China es creciente y el Pacífico y no Europa es su principal campo de juego. 

La nueva guerra fría es una realidad que empieza a tener consecuencias en el presente y a la que la Unión Europea parece haberse sumado con entusiasmo, en lugar de buscar una estrategia más autónoma. Con ello, se genera un escenario en el que se agravan los conflictos clásicos y es difícil prever el futuro a corto plazo.

No cabe duda de que todo esto es algo relevante para nuestro país. Hoy por hoy, la Unión Europea, que se tiene que enfrentar a unos desafíos muy serios en los próximos años, una de cuyas prioridades está en equilibrar las consecuencias energéticas, económicas y sociales de la invasión de Ucrania, se encuentra en una posición de debilidad, y no sólo porque su aliado más importante es Estados Unidos, un país que está lejos de ser un aliado fiable, y que además no facilita que desarrollemos una autonomía estratégica de un nivel equivalente a los riesgos que sufrimos a las puertas de la Unión Europea, sino porque el malestar social de la escalada de precios y la incertidumbre política está sirviendo de caldo de cultivo para la normalización y la llegada al gobierno de partidos populistas de ultraderecha, recientemente en Suecia y en perspectiva en Italia, con el consiguiente debilitamiento de la Unión Europea. Además, el trumpismo dista de estar derrotado, y aunque Trump tiene varias causas judiciales abiertas por el asalto al Capitolio y por intento de manipulación de los resultados electorales, sigue alimentando las expectativas de presentarse a las próximas elecciones a la Casa Blanca en 2024.

¿Qué se puede esperar de los Estados Unidos gobernados por Trump, un presidente que presionó a su propio vicepresidente para que se negase a certificar la victoria de Biden? En una reciente columna, Máriam Martínez-Bascuñán, señalaba que mientras el America First ocultaba deliberadamente las divisiones de raza, clase y género de la sociedad norteamericana, el trumpismo puso en evidencia los efectos de la ideología neoliberal, «la fractura entre ricos y pobres se constató durante la pandemia en unas tasas de infección y mortalidad mucho más altas en las minorías negras e hispanas».

La realidad es que Estados Unidos afrontará en pocas semanas unas elecciones muy importantes de mitad de mandato, y lo hará mientras sus principales instituciones sufren de una merma alarmante de legitimidad, y con un partido, el republicano, secuestrado por el trumpismo y que ha cambiado y manipulado las circunscripciones electorales en su beneficio.

Por todo ello, es fundamental que este debate surja en la Unión Europea, en la cual nos encontramos en un contexto difícil, agravado por dos circunstancias políticas nada positivas para alimentar la confianza de una relación de privilegio con los Estados Unidos. Una de carácter electoral, constituida por la amenaza que representa el gran auge del trumpismo, su influencia creciente en el partido republicano y una posible victoria de Trump en las próximas elecciones. La segunda circunstancia es de carácter interno, y tiene que ver con la gran pugna racial que vive el país, que lo pone por momentos al borde de una verdadera guerra civil.

Todo esto coincide con un momento en el que con la invasión rusa reaparece en el mundo un militarismo agresivo y en el que la globalización digital, un auténtico cambio de paradigma del capitalismo neoliberal, está sufriendo un reajuste relativo, y un desacoplamiento en ciernes entre las superpotencias, del que no se sabe hacia dónde saldrá reforzada y/o debilitada. Desde la crisis financiera de 2008, la globalización está en un momento de incertidumbre que el gobierno de la Unión Europea no debería ignorar. Una parte importante de las élites destinadas a liderar el proceso intentan que éste se resuelva de una manera poco democrática y poco participativa. Aunque en una democracia basada en los derechos humanos y el estado de bienestar se deberían establecer cauces para evitar que los poderes económicos y los lobbies contaminen la esfera política, no es un atrevimiento decir que esa separación no es fácil de conseguir, como ya se ha constatado en multitud de ocasiones.

Para finalizar, la experiencia de los cuatro años de mandato de Trump nos dice que una América dominada por el trumpismo dista mucho de ser un factor de seguridad y estabilidad. Por contra, la gestión de la última gran crisis de la pandemia nos ha indicado a los europeos nuestra capacidad para dar respuestas cooperativas y solidarias. Siempre se dijo que Europa y Estados Unidos son muy diferentes en muchas cosas. Esta es una de ellas. Pero la derecha Europea hace todo lo posible para caminar revueltos y para que, en estas cuestiones, las diferencias no sean tantas ni tan grandes.