La animadversión

OPINIÓN

Trabajadores de la construcción durante las obras del Mundial de Qatar
Trabajadores de la construcción durante las obras del Mundial de Qatar HAMAD I MOHAMMED | REUTERS

18 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Toda sociedad civilizada se rige por unas leyes por las que cada persona está sometida a unos derechos y a unas obligaciones. Son la mejor manera en una democracia de garantizar la convivencia y de fijar las sanciones en caso de incumplimiento. El sentido y la motivación son sin duda muy importantes a la hora de reflejar en el articulado lo que se quiere regular, pero las ideas deben traducirse al lenguaje jurídico con mucho rigor y debate para que no se produzcan hechos como el que estos días estamos conociendo con la llamada ley del «solo sí es sí». Creo que es evidente que nadie quiso desproteger a las mujeres (de hecho su germen tuvo su origen tras la primera sentencia contra «La Manada» con el fin de acabar con fallos similares). Cabe recordar que la animadversión con la que actuaron personas como Cayetana Álvarez de Toledo y Macarena Olona en sus discursos obligaban a no cometer errores para no darles protagonismo, pero lo cierto es que con las noticias de que habrá un aluvión de solicitudes de revisiones de condenas (y con alta probabilidad de ser tomadas en cuenta al aplicarse el principio de retroactividad más favorable al reo) dejan en muy mal lugar a las y los impulsores de la ley. Si bien es cierto que los acuerdos en un gobierno como el español son colegiados y que el texto pasó su trámite por el Congreso y el Senado, creo que Irene Montero y otras responsables políticas del Ministerio de Igualdad no pueden huir hacia adelante culpando a los jueces de falta de formación, sino que deben asumir el error y tomar medidas para corregir el defecto detectado. Y como de todo se aprende, esto debería servir ampliar la reflexión en la tramitación de la llamada ley trans, porque al igual que el ejemplo que estamos viendo estos días, si no se hacen bien las cosas podemos encontrarnos con lagunas legislativas que acaben perjudicando a quienes precisamente se intenta proteger y dar nuevos derechos sociales.

El domingo dará comienzo el Mundial de fútbol de Qatar y, si se mantiene este clima de animadversión, puede que sea un rotundo fracaso por todo lo que ha conllevado su elección. El país prohíbe la homosexualidad, las mujeres tienen muy limitados sus derechos y el consumo de alcohol está restringido (aunque en este caso y por lo que he leído se permitirá tomar cervezas en los estadios). Lo más vergonzoso de todo es sin duda la cifra de muertos desde el año 2000, estimadas en 6.000 personas (según una investigación de «The Guardian») fruto de las duras condiciones laborales a las que se enfrentaron. Rod Stewart es uno de los artistas que han rechazado participar en la inauguración, y en este momento sigue siendo casi un secreto quiénes pisarán suelo catarí. Pero hasta que el balón empiece a rodar, el otro tema internacional que ocupa la atención sigue siendo Ucrania, y concretamente los cohetes que cayeron el martes en suelo polaco, provocando la muerte a dos personas. Las primeras informaciones responsabilizaban a Rusia de lo ocurrido, pero con el paso de las horas y tras una reunión de urgencia de la OTAN (aprovechando la reunión del G20 en Indonesia), Joe Biden despejó prácticamente las dudas de que Putin tuviera algo que ver con el tema. Al menos consiguió frenar enseguida a quienes pedían aplicar el artículo 5 y posibles fake news, de esas que tanto le gusta a Donald Trump (que ha confirmado su pretensión de volver a presentarse en las próximas elecciones norteamericanas).