Fiscalidad regresiva (y III): hacia el XIX y más allá

OPINIÓN

María Pedreda

01 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Vivimos en un país en el que «todos contribuyen al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad», para «asegurar a todos una digna calidad de vida» como dice la Constitución Española? ¿Acaso está permitido especular y lucrarse obscenamente con bienes fundamentales pudiendo, además, eludir el pago de impuestos mediante puertas traseras?

El derecho a una vida digna y libre requiere necesariamente que, entre todos, nos procuremos unas condiciones materiales básicas que eviten, además, que unas personas puedan abusar de otras por su pobreza. En su libro El capital en el siglo XXI, el economista Thomas Piketty dice: «La redistribución moderna se edifica en torno a una lógica de derechos y a un principio de igualdad de acceso a cierto número de bienes considerados fundamentales». Bienes, por tanto, añado, con los que es inmoral especular porque va en contra de esos derechos y principios. Sin embargo, cómo será la red de influencias y puertas giratorias para que, por ejemplo, un ministro socialista, Ábalos, diga que la vivienda, además de un derecho, es un bien de mercado, y otro ex-alto cargo socialista esté a sueldo de especuladores inmobiliarios para sabotear cualquier implementación del derecho a la vivienda. Un mercado, el inmobiliario, como el laboral, en el que se tolera el abuso pervirtiendo derechos consagrados en la Constitución, mientras los a sí mismos llamados «constitucionalistas» miran, interesadamente, para otro lado.

Y es que el «reaccionariado» del siglo XXI, los partidos clasistas promotores del darwinismo social y, a su vez, cínicamente negacionistas de las clases sociales, haciendo honor a sus predecesores, tal vez pretende regresar a una sociedad estamental en la que una minoría privilegiada abusaba a su antojo e impunemente de la plebe que malvivía en un economía de subsistencia, sin acceso a la sanidad, la educación o las pensiones. Pues ya están privatizando la sanidad y la educación, y reclamando insistentemente que se haga lo mismo con las pensiones -gran trofeo por el que suspira, lúbrico, el sector financiero para ampliar su capacidad de sustracción de recursos-, de manera que cada vez cuesta más garantizar estos servicios de forma pública, plena y diligente. Poco les falta para reclamar la derogación de la limitación del tiempo de trabajo o elogiar la mendicidad porque fomenta el espíritu cristiano, como hicieran algunos conservadores patrios en el XIX.

Con ese propósito, quienes acusan al Gobierno de «comprar voluntades» aumentando el gasto social, compiten ferozmente en el mercado electoral con la publicidad engañosa de las rebajas fiscales. Ocultando que lo que la mayoría podría dejar de pagar en impuestos no es nada comparado con lo que le va a costar el acceso a bienes fundamentales como los servicios públicos que los defensores de la competición fiscal a la baja están desmantelando allá donde gobiernan. Eso respecto al nacionalismo español.

Respecto al ámbito internacional, el trumpismo, el putinismo, el bolsonarismo, o el «visegradismo»  y el melonismo en Europa, y sus correspondientes afines territoriales, en representación del extremo psicopático del estilo cognitivo egoísta -yo y lo(s) mío(s) primero-, azuzados por el apoyo de esa gente que cree que justificando el discurso de los ricos les van a dejar entrar en su club, no puedo dejar de citar un párrafo de un artículo que el politólogo de la Universidad de Florida (EEUU) Graham P. Gallagher publicó en su blog Political Mythologies y que El Cuaderno reprodujo traducido al español: «El nuevo mundo que se perfila se parece mucho más al siglo XIX: reducción significativa de la democracia, e incluso su completa eliminación, lo mismo en la metrópoli que en la periferia. El Estado húngaro ofrece algo así como un modelo, pero incluso él es simplemente un prototipo. Con el tiempo se refinará el modelo. Las grandes potencias regionales en ascenso (Rusia, China, India, Brasil…) tejerán redes complejas de alianzas, conquistarán a sus vecinos y se anexionarán y colonizarán los territorios que puedan, clientelizando a los que no puedan. Se frenará a las mujeres y se las devolverá al hogar, un proyecto que se ha ido acelerando rápidamente a medida que el empleo se ha vuelto más escaso y tras la destrucción neoliberal del Estado del bienestar y la necesidad rapaz consiguiente de trabajo doméstico. Incluso la hoja de parra de la legitimidad democrática vuela y se esfuma cuando los Estados organizan alegremente referendos en los que el 99% de la población aprueba la última violación de los derechos humanos, el retorno a la familia patriarcal y la supremacía racial abierta. Un mundo sin derechos femeninos, sin libertad de expresión, sin elecciones, sin protección en el lugar de trabajo, en el que una pequeña burguesía engreída e idiota -en la India, Rusia, Kenia o Estados Unidos por igual- gobierne cual pequeños principitos una población fragmentada, atomizada y paranoica. Muy lejos de la libertad que se nos prometió, será este un mundo más peligroso, más bélico, más caliente, más enfermo. Lo peor de la pesadilla se ha abatido ya sobre Ucrania, y créanme: lo veremos en más lugares».

Parece un escenario distópico futuro pero, en realidad, ya está pasando. Ya hay gobiernos que apelan sin tapujos a una democracia iliberal, es decir, una autocracia disfrazada de democracia en la que se restringen las libertades que amenazan la perpetuidad del gobierno y se rechazan el respeto a las minorías y la separación de poderes, entre otras aberraciones.

Hablando del desprecio a las minorías. Teniendo en cuenta la teoría de Kohlberg -profesor de psicología de Harvard (del auténtico, no el de Aravaca)- en la que se describen las diferentes etapas de desarrollo moral, desde la inicial egocéntrica en la que se juzgan los hechos en función de cómo afectan a uno mismo, hasta la etapa final en la que se tiene la capacidad de crear principios morales universales, es decir, aquellos que velan por el bien común; ¿en qué etapa de desarrollo moral se encuentran esas personas que rechazan los Derechos Humanos y/o justifican la discriminación de aquellas otras que no responden a su estereotipo construido desde la ignorancia a base de prejuicios? Una supremacía ilusa que le impide a la mayoría de ellas comprender que serán también arrojadas por la borda si osan asomarse a la cubierta VIP de la, todavía, minoría privilegiada. Un barco que hace agua, por cierto.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.