No es el número de un año del futuro. Es el último recuento de la ONU. De la guerra en Ucrania. 6.919 civiles muertos. Hoy ya serán más. No habla de la montaña de militares sacrificados. El disparate empezó en febrero del año pasado y avanza, a pesar de las treguas de pega de Putin. Otra vez guerra en Europa, como en los Balcanes. Y Serbia y Kosovo siguen mirándose mal. El ser humano es el único animal que tropieza un millón de veces con la misma piedra, que pisa un millón de veces la misma mina. Ucrania recupera terreno. Ucrania acaba con un montón de militares rusos en su cuartel tras localizarlos por los móviles. Rusia contesta con misiles que dejan sin luz y sin calefacción a las ciudades de la retaguardia. Zelenski exige todo. Quiere recuperar también Crimea en su ofensiva. Putin no está dispuesto a dar nada. Tendrán que negociar. Pero mientras, suman y siguen las muertes.
La economía rusa no se derrumbó como creía Occidente. Apenas bajó un dos o tres por ciento en el 2022, según expertos. Rusia mantiene bien abastecidas a Moscú y a San Petersburgo. Y sigue con su capacidad para manipular todo lo manipulable. La máquina del fango que describió Umberto Eco. Putin utilizó actores vestidos de militares en su mensaje de Año Nuevo. Vale todo. La frase es muy conocida. La primera fallecida en una guerra es siempre la verdad. Todos mienten.
Enterramos papas, le pagan a Cristiano Ronaldo medio millón de euros al día por su nuevo contrato en Arabia Saudí y celebramos las fiestas navideñas como si no hubiese un mañana. Es normal. Salimos de una pandemia. Pero la solidaridad se nos enfría. Un trozo de turrón, un muerto. Otro pedazo de turrón, otro muerto. La empatía se nos ha helado. Nuestra solidaridad está más fría que las casas en Ucrania bombardeadas por Rusia. Las noticias de la guerra nos aburren. Son como un estribillo de villancico rancio reiterado hasta el infinito. De vez en cuando, como mucho, fijamos la vista en una cifra, 6.919 civiles inocentes muertos, y pestañeamos. De vez en cuando, nos fijamos en unas imágenes especialmente terribles de un bombardeo. Cadáveres. Los esqueletos de esos edificios que se parecen tanto a los nuestros destrozados por las bombas, y seguimos.
Escucho cómo una familia en la frontera ucraniana, que ya tiene hijos, ha decidido acoger a dos niños más de dos y cinco años. Las imágenes te hacen llorar. Y la madre ucraniana, ahora también de estos niños, dice: «Para qué íbamos a esperar más a que estos dos niños huérfanos de guerra tuviesen de nuevo una familia. Ya la tienen. La nuestra». La otra cara de la guerra. La otra cara del ser humano. Pero en seguida pasamos de nuevo a otra noticia. Los dos niños rubios besados por su nueva madre dan pie a una fiesta, a una rave, que duró casi una semana en un pueblo de Granada. Una fiesta que parecía no tener fin. Como la guerra de Ucrania, que tampoco tiene fin. Y entre muerto y muerto, por supuesto, disfrutamos tan tranquilos de un mundial en Catar. Todo muy coherente.
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