Religión, política y exclusión. Lo que hay que recordar siempre

OPINIÓN

Yasine Kanjaa en la plaza Alta de Algeciras tras asesinar al sacristán.
Yasine Kanjaa en la plaza Alta de Algeciras tras asesinar al sacristán. IMAGEN DE VÍDEO

04 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

A todos se nos pegó el puré alguna vez. Entonces movemos el cucharón en el pote con cuidado de no remover el fondo quemado que arruinaría el sabor de lo demás. Hace unos días el tal Yasine Kanjaa mata a cuchilladas a un sacristán, porque no le dejaron hacer más. En nombre de Alá. El cucharón de semejante tragedia remueve el pote nacional y salen del fondo miasmas agrias que envenenan la convivencia con la acidez de nuestra peor historia. Del fondo más podrido del pote salió que es que a esos moros se les deja pasar la frontera y se les financia para que otros mueran. Y sale que eso ocurre porque era musulmán, que con un católico eso no pasa. La religión se cuela en la actualidad. La del asesino que mata por ella, la del fascista que la invoca para odiar y excluir a grupos humanos y la del conservador que no está en el fascismo, pero sí en un mirador con vistas a él. Poco antes, García-Gallardo recitaba, como un muñeco de ventrílocuo, el ritual de la internacional ultra para humillar a las mujeres que aborten. No, no es lo mismo obligar a las mujeres a escuchar latidos que matar a puñaladas. Eso es lo que digo yo, y lo que dice la mayoría. Son los fanáticos los que dicen que sí es lo mismo apuñalar a un sacristán que una mujer sea libre de hacer con su embarazo lo que le convenga. La cuestión es que también aquí asoma la religión en la cosa pública. Asoma el dogma religioso en la internacional que quiere dictar a las mujeres lo que deben hacer con su vida y también asoma en la existencia de una objeción de conciencia que convierte en una yincana el ejercicio de un derecho.

Es un tema que aparece cada poco, cuál es ese punto en el que el respeto se convierte en privilegio y el privilegio en impunidad; cuál es ese punto en el que el respeto hace creer al respetado que la falta de respeto es una agresión e incluso que no comulgar con el credo merece cuchilladas. La religión tiene un fuerte componente identitario. No es solo una creencia. Provoca la sensación de comunidad y es vínculo intergeneracional. Lo que tiene de creencia es compulsivo. Un credo compulsivo que te vincula a padres y abuelos y que te hace parte de un grupo con sus costumbres, con símbolos y tradiciones, curiosamente te hace parecer vulnerable y acreedor de ciertos miramientos que no se tienen con otras convicciones. Hacer o decir algo contra la ideología de alguien no una agresión. Pero si en vez de ideología es un credo compulsivo, parece que el sujeto es insultado en su propio ser y hasta en su familia o en su comunidad. No hay que olvidar que toda segregación consiste en anular la individualidad de los sujetos y reducirlos a ser parte de una colectividad y estigmatizar a esa colectividad. No hay mayor ofensa que te traten así, como si en ser negro o marica o pobre se agotase todo lo que hay que saber de ti y ser negro, o marica o pobre fuera algo indigno. Que alguien te llame mierda es ofensivo. Que en Bélgica te llamen español de mierda llega más adentro, y no por patrioterismo. Algo así pasa con las religiones. El problema no es que te sientas insultado si te llaman musulmán de mierda o meapilas católico de los huevos. El problema es que te creas insultado si en el colegio no ofrecen menús específicos que respeten tabús religiosos o si los restaurantes ofrecen carne en vigilia (recuerdo cuando Canal+ suprimía su programa porno el Viernes Santo). El problema es que se considere que una ley que violente un credo religioso es «éticamente conflictiva» y se reconozca una objeción de conciencia, es decir, una bula para no cumplirla, que no se reconoce para ningún otro caso. No imagino que la Universidad me excuse de cumplir obligaciones que quiebren mis convicciones educativas, por firmes que sean.

Nadie va a negar el derecho a la emoción religiosa. Pero nadie puede negar que la buena fe de los creyentes fue y es una herramienta para malos contrabandos políticos y sociales. La fe tiene administradores muy humanos con intereses muy terrenales. La religión es un racimo de tradiciones, pero además sus administradores buscaron siempre parasitar otras tradiciones y que las tradiciones religiosas propias parasitaran la simbología común de manera que las jerarquías religiosas tuvieran más poder en la comunidad del que corresponde al legítimo respeto a su culto. La religión judeo-cristiana dominante aquí (y sospecho que cualquier otra religión) estimula dos emociones negativas muy queridas por cualquier autoritarismo: el miedo y la culpa. La culpa, la convicción de la limitación propia, fortalece hasta lo irracional lo que nos vincula con el perdón y con quien administra el perdón. El miedo nos concentra en la búsqueda de protección de los propios y la hostilidad hacia los ajenos y aleja de nuestro ánimo el análisis de cualquier otra cosa. El dictador de V de Vendetta Adam Sutler brama al encargado de la propaganda que siembre el miedo: «¡Quiero que cada hombre, mujer y niño entiendan lo cerca que estamos del caos! ¡Quiero que todo el mundo recuerde la razón por la que nos necesitan!». Pasen el dial mañanero de la televisión, zapeen por todas las Ana Rosas pagadas por los mismos dueños, y vean.

La derecha busca un voto identitario, que la gente vote por aquello que es, no por lo que está pasando o se pretende hacer. Intenta que votes por español, por católico, por patriota, por ser como siempre fuimos. Intenta que los rivales sean gente de otro sitio que no tienen que ver contigo. La inflamación sobreactuada de nacionalismo y la religión como elemento identitario y de segregación están en el corazón de su estrategia. Cuanto más pienses en que eres español y que España es católica y monárquica, menos pensarás en quién te sube el salario mínimo y quién te lo quita. Y menos pensarás en quién quiere quitar los impuestos a los ricos para quitarte el médico y decir que tu pensión no es sostenible. Es justo reconocer que García Magán, Secretario de la Conferencia Episcopal, fue la voz más templada y juiciosa que se oyó tras el apuñalamiento del sacristán y las llamadas identitarias al odio de las derechas. Y tampoco hay que olvidar que Juan José Omella, Presidente de la Conferencia Episcopal, mantuvo mucha prudencia durante el confinamiento en medio de la mala baba, sabotaje y llamadas inconstitucionales de las derechas. Pero también es justo reconocer los movimientos de fondo que buscan precisamente sacar a este tipo de personajes, y al propio Papa, de sus puestos. La Iglesia profunda sigue siendo lo que es.

Los odios y fervores identitarios con los que hacen ruido los profesionales del odio no deben impedir que recordemos cuatro cosas que no se pueden olvidar:

La exclusión de minorías nunca fue cosa de minorías. Se agitó siempre el miedo y el odio a brujas inventadas, terroristas inexistentes, islam desfigurado, extranjeros o negros, para tener una traición o condición con que amenazar a todos los demás.

Siempre es estrategia de y para los ricos. Los privilegiados que comen tus impuestos nunca son bancos ni ricos. Siempre son otros humildes (parados, jubilados, MENA, …) o la odiada clase media que vive bien. La islamofobia nunca es contra jeques ricos.

La ceguera identitaria necesita desinformación masiva para hacer su efecto. La banca aumenta beneficios, sus gestores se hacen más ricos y las hipotecas que asfixian a las familias suben. La desinformación pretende que esto no es lo que parece.

No hay dictadura ni maldad a la que se llegue sin apoyo, complicidad o desidia de la mayoría. No pueden quitar el médico a la mayoría sin que los perjudicados apoyen esa bajeza o la toleren.

Los profesionales del odio confunden y ocultan a quién sirven. Tienen prensa cavernaria y matinales para sembrar árboles cegadores que hagan invisible el bosque en el que estamos. Por eso hay que recordar lo que no se puede olvidar. Para no apoyar y no tolerar.