Iones blancos, iones negros

OPINIÓN

El líder de Vox, Santiago Abascal, y el candidato en Cataluña, Ignacio Garriga, en un acto en Barcelona
El líder de Vox, Santiago Abascal, y el candidato en Cataluña, Ignacio Garriga, en un acto en Barcelona ANDREU DALMAU

12 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

 I. Acotamiento

La construcción de la realidad, de una realidad determinada, contradistinta a otras realidades, está afectada por los «otros» que con nosotros están. El cerebro no siempre está atento a este hecho transcendental, pues lo modifica sustantivamente, porque acaso toda su potencia no esté activa en el curso del día a día para evitar el desmesurado gasto energético que conlleva. Adormecerse en los conceptos con fortuna en la sociedad constructora evita el derroche de calorías, pero, a cambio, sucumbe al sopor y lo real y lo fantasmagórico se entremezclan. Por eso, solo la luz, energía que da visión y entendimiento, alumbra la oscuridad donde los afiladores fóbicos de la tribu que abominan de otras tribus derraman la bilis. Cultura, educación, riqueza y genes están detrás de estos fóbicos bebedores de hiel, a cuya adicción nos quieren enganchar. Nos quieren convertir en lo que ellos son: bestias.

Pero son los genes lo que hoy nos ocupa. No, sin embargo, como cabría esperar por lo antedicho, sino como una realidad que no por básica y sencilla es incapaz de retratar (fijar en el tiempo para renacer en un continuo eterno retorno nietzscheano) una de las malignidades mayores de las que disfrutan los bebedores: el racismo. Y no como cabría esperar porque no vamos a identificar los segmentos de los cromosomas que hacen, o predisponen, a uno a embriagarse de hiel. No. La tarea, lasamente expuesta, es identificar los tramos nucleótidos que a uno lo pinta de blanco y a otro de negro, y alumbrar para quien quiera ver (mirar) cuánta estupidez podemos incubar por ignorancia. Más acertadamente: por rehuir el acercamiento a la información, en este caso la de la biología elemental. Actitudes de este cariz son una de las autovías de la ignorancia, valiosísima para ser felices odiadores para que la maldita conciencia del bien en sí deje de molestarnos, de tener mala conciencia. 

II. Ciencia

Carlos Lalueza-Fox, genetista de relieve mundial, acaba de publicar «Desigualdad. Una historia genética», donde da cuenta de cómo los huesos y el material genético de nuestros antepasados revela lo que se esperaba: la fractura social que produjo la acumulación de riquezas con los asentamientos agrícolas desde hace unos 11.000 años atrás: el poder omnímodo de las élites y el sufrimiento del resto de miembros de la tribu y poblados, en proporción al escalón en el que se está en la pirámide social

No obstante, este no es el libro que nos interesa aquí, sino otro anterior firmado también por Lalueza-Fox, el científico que recuperó el ADN de los neandertales de la cueva de El Sidrón (Piloña) y que colaboró con Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Leipzig, quien dirigió el equipo que en 2010 secuenció por vez primera el genoma de los neandertales, descubriendo que nosotros portamos entre un dos y un cuatro por ciento del mismo, salvo los subsaharianos actuales, que no estaban en Eurasia hace entre 45.000 y 26.000 años BP (antes del presente) y, por tanto, no pudieron aparearse con los neandertales, que sí lo hicieron los sapiens de los que derivamos, que ya pululaban por esas áreas geográficas tras emigrar de África.

(Svante Pääbo cuenta en menos de 400 páginas cómo se consiguió este extraordinario avance científico en el volumen «El hombre de Neandertal», de Alianza Editorial, que es ameno, intrigante e incluye «cositas» como la infidelidad matrimonial y la ruptura, en la que anda por medio el propio Pääbo). 

III. Iones

En 2006 unos espeleólogos hallaron casualmente los restos de dos hombres en la cueva de La Braña, al norte de la provincia de León. El primer, bautizado La Braña 1, estaba bien conservado y de él Lalueza-Fox pudo extraer muestras de ADN que arrojaron información más que relevante, entre la que está la que utilizaremos ahora para intentar que el lector que beba hiel se replantee volverse abstemio: la aversión a los colores de la piel que no sea el blanco, y muy singularmente al muy odiado negro, demonizado por cierto por una formación ultra con nada menos que 52 diputados. Lo que continúa está sacado del libro «La forja genética de Europa», escrito por este científico.

La Braña 1 vivió en el Mesolítico (europeo) hace cerca de 8.000 años BP (6.000 a. C.). Como es sabido, el Mesolítico (piedra media) es el período cultural que separa el Paleolítico (piedra antigua) del Neolítico (piedra nueva, pulida). Lo primero que sorprendió al equipo de Lalueza-Fox fue que el individuo leonés estaba emparentado con los escandinavos. En Escandinavia, al contrario que el resto de Europa, donde las migraciones neolíticas desde Oriente Próximo desplazaron a los mesolíticos, hubo una fusión entre gentes de ambos períodos. Y tal es así que identificaron una mutación en el gen HERC2, por la que el iris de los ojos pasó de marón a azul, o verde. Es decir, La Braña 1 tenía los ojos azules, el más antiguo descubierto en el mundo hasta hoy.

Pero hubo un sobresalto. El gen HERC2, al cambiar la posición de los nucleótidos (adenina, timina, guanina y citosina), altera otro gen, el OCA2, que sintetiza la melanina, que es un pigmento protector de la piel. Sin embargo, son otros dos genes, el SLC45A2 y el SLC24A5, los verdaderos protagonistas de esta historia, surgidos en la noche de los tiempos por selección natural (el negro de África hace frente a la radiación solar y el blanco de Escandinavia sintetiza mejor la vitamina D), la piel se vuelve clara, dando un fenotipo donde se incluyen los ojos también claros. El sobresalto: que nuestro hombre de León no tenía la piel blanca; la tenía oscura, aunque no se pudo determinar la gama. Y tampoco era rubio. ¿Por qué? ¿Cómo era posible?

La explicación: La Braña1 tenía los mismos dos genes citados en el párrafo anterior, sin alterar desde su raíz africana. Cuando se altera el SLC45A2, que codifica una proteína de la membrana de los melanocitos (los productores de la melanina), aparece el albinismo en los animales, como nosotros (han de caer en la cuenta quienes pontifican acerca de la «pureza de la raza», al margen de que no existen las razas, que los albinos son perseguidos, y hasta asesinados, en algunos países, porque auguran males; en consecuencia, ¿nuestros «civilizados» racistas también creen en los malos augurios?).

El segundo gen, el SLC24A5, cuya alteración está fijada en la población europea entre un 99 y 100%, activa asimismo la modificación de los nucleótidos de la proteína de los melanocitos, intercambiando iones (partículas minerales que pierden o ganan electrones) de sodio por iones de potasio y calcio. Traducción al cristiano simple: son unos iones y no otros el asunto, el drama del desprecio y la inquina hacia los negros de los cabecillas del «fascio» nacional (Vox y figurillas de talla ridícula del PP, no obstante replicadas a tamaño monumental), que, retorciendo palabras sagradas (libertad, sobremanera), empleando otras que no existen en el Gobierno (comunismo, sobremanera) y achacando a La Moncloa el sufrimiento causado por la Gran Recesión de 2008, la pandemia de 2020 y la guerra contra Ucrania desatada el 24 de febrero de 2022 por el genocida Vladimir Putin, están, esos «fascios», arrebatando el juicio de la población más indefensa.

La memoria se pierde rápido, facilitando la distorsión de un pasado atroz. El fascismo fue atroz y está regresando con el acompañamiento de aullidos populares de los ingenuos y de los miserables. El fascismo es malo, malo para la ciudadanía, malo para los negros, malo para los «ellos» que no son los «nosotros». Genes, proteínas, iones desmienten a los racistas. La cultura desmiente al fascismo. Pero los negros seguirán siendo negros y el fascismo gobernará España antes de que termine este 2023. Y entonces, que Dios nos coja confesados.