Gente bien y gente de bien

OPINIÓN

El líder del PP, Alberto Núñez Feijoo, en la sesión del control en el Senado
El líder del PP, Alberto Núñez Feijoo, en la sesión del control en el Senado MARISCAL | EFE

25 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

No sé por qué hay tantas cosas que se parecen a una bola de billar en una cama elástica. Eso decía Einstein que era la gravedad, la deformación que las masas hacen en el espacio - tiempo y hace que otros cuerpos vayan hacia ellas. Es la imagen de la ortografía y la norma de un idioma. Cuando hablamos, hacemos una cama elástica de errores, ocurrencias, descuidos y creaciones de usar y tirar, que deberían desmadejar el idioma hasta que solo nos entendiéramos con los vecinos. Pero la ortografía y la norma son una bola de billar en esa cama elástica que hace que todas las ocurrencias, innovaciones y deslices giren a su alrededor sin alejarse y mantengan la lengua lo bastante uniforme como para que en España sigamos entendiendo a Mafalda. Es la imagen de Madrid y las provincias limítrofes, la del jefe entrando en la oficina y hasta del bosón de Higgs compactando la materia en lo que llamamos masa. Por todas partes hay cosas girando y espesándose alrededor de otras cosas.

Es también la imagen de la moderación y las buenas costumbres, la sustancia de la gente de bien, a la que aludió Feijoo con notable carga de profundidad. Un hombre casado con una mujer, con dos hijos, un trabajo, que madrugue y no trasnoche, que no ponga música alta, no tenga tatuajes, bautice a sus hijos y use ropa poco llamativa es una persona normal, de bien. Su vida no nos afecta ni nos desafía, solo nos confirma en nuestras rutinas. Es curioso que la moderación pueda ser radical. Parece una contradicción ser un moderado radical. Pero así son las cosas. Todo depende de cuánto pese la bola de billar en la cama elástica. Todo depende de si esa persona que no nos desafía se siente fácilmente desafiada por la ropa o costumbres de los demás. Todo depende de cuánto respeto exija a los demás y con cuánta tolerancia corresponda él a esa exigencia. El respeto es la inhibición que hacemos en nuestra conducta para no molestar o perturbar a los demás y la tolerancia es la capacidad de no perturbarnos ni molestarnos por lo que los demás hagan o sean. Todos exigimos respeto. Una compañera mía se dio cuenta un día de que un alumno estaba en calzoncillos en su clase. Como había llovido y se había empapado, le pareció buena idea poner los pantalones en el radiador y seguir la clase en paños menores. Todos pedimos a los demás que se corten un poco. Y todos nos acostumbramos a que no nos importe si en el autobús alguien lleva pantalones cagados de rapero y piercing en la nariz o si en la mesa de al lado hay señoras con perifollos de boudoir. En todas las sociedades hay un patrón invisible de normalidad. Pero algunos quieren que la bola de la normalidad pese tanto en la cama elástica que lo succione todo. Una cosa es que lo normal sean parejas de hombre y mujer y otra que sean inadmisibles las del mismo sexo. Una cosa es que sea normal la corbata y otra que en el teatro no se admita camiseta. El moderado radical es el respetuoso intolerante, la persona de bien que se siente desafiada por un pelo en cresta teñido de verde. La Monarquía es una estampa disecada de la normalidad: el Rey siempre está casado, siempre por la Iglesia, siempre es blanco, siempre católico y siempre son masculinos los deslices conocidos fuera del matrimonio. Intenten imaginar un Rey gay de rasgos asiáticos.

Feijoo se equivocó porque sus palabras fueron muy fáciles para la parodia, pero no iba descaminado. Todo lo que sea compulsivo y quite racionalidad y debate es una baza política de alcance. Son cosas como la religión, la nación o estos choques culturales, grandes o pequeños, que perturban la normalidad de la buena gente y la hace sentir, si no amenazada, al menos desafiada. Desde luego el que enlace sus maneras con la gente de bien y consiga que se perciba al rival como la perturbación de la normalidad tiene mucho ganado. Y lo bueno es que no tiene que razonar. Basta una cara de limón creíble al decir transexual o feminista para que sobren palabras y razones. La palabra «moderado» es un derivado de «modus», que era un patrón para medir cosas. Moderar en el siglo XV era reducir algo a algún patrón o medida. La moderación lleva dentro, a poco que enredemos, la idea de reducir lo complejo y desechar lo sobrante. A pesar de lo que crea Ana Iris Simón, antes también había sobrantes: maricas, gordos torpes en los recreos, cojos de andares raros, discapacitados que se bababan y hasta la nada políticamente correcta Enid Blyton tenía un personaje en Los Cinco, Jorge, que era una chica que hacía lo imposible por ser vista como un chico, empezando por el nombre. En Django desencadenado el sheriff, respaldado por un gentío asustado, pregunta amenazante a un personaje que por qué viene a provocar a esta buena gente. La provocación era haber entrado en la taberna con un hombre de raza negra.

La Iglesia siempre quiso el monopolio de la normalidad y la bondad de la gente de bien. Siempre necesitó intolerancia a lo que se aparte del estricto centro de lo normal, que la bola de billar fuera tan pesada que todo lo que esté en la cama elástica esté pegado a ella. El control ejercido por la religión se basó siempre en el miedo y la culpa, y esas emociones no prosperan si no hay desconfianza a quien se aleje mínimamente de lo normal. Una parte del desarrollo y la libertad consistió en avanzar en tolerancia y bajar la radicalidad de los moderados. La derecha y la Iglesia siempre fueron un freno, porque necesitan segregación y recelo para el control y el orden que representan. La izquierda no siempre interpreta bien este choque cultural, porque no siempre percibe que, además de políticos prejuiciosos llenos de intereses, la gente de bien es, efectivamente, gente de bien, a la que es lógico que desorienten dos hombres cogidos de la mano con su hijo adoptado. Estamos ahora oyendo ese chirrido que hace la libertad y la tolerancia cuando dan el estirón. Es notable que Feijoo pida a Sánchez que no se meta en la vida de la gente a propósito del tipo de leyes que establecen el derecho de cierta gente a que los demás dejen de meterse en su vida.

Enric Juliana comentó que en Francia e Italia estaban estudiando las tendencias de voto a partir de clivajes, de temas que dividen a la población. Se nombran con etiquetas como multiculturalistas, solidarios, eclécticos, refractarios, pro negocios, anti asistencialistas, … La idea es que la gente se aleja de ideologías, es decir, de referencias estables sobre cómo organizar los intereses enfrentados de la sociedad, que condicionan de manera previa la opción electoral. Ser de izquierdas, por ejemplo, supone que ya de antemano no se votará a opciones conservadoras. Los clivajes son en realidad pulsiones, reacciones vivas que tenemos ante ciertos asuntos. Cuanto más muevan el voto y menos nuestra condición de rico o pobre, o nuestra ideología, más tendemos a escuchar y votar según como nos rasquen en eso que nos pica. Por eso cultivar elementos de confrontación de la gente de bien, y concentrar la atención en ellos puede ser una estrategia fértil. Tristemente fértil, porque reduce el debate político a lo inmediato y lo acerca a las discusiones sumarias de chigre. Unos tienen más interés que otros. La derecha y la Iglesia quieren hacer sentir a la gente de bien que los suyos son la gente bien, la oligarquía, cultivando los clivajes adecuados.

Las tendencias de voto cada vez dependen menos del análisis de lo que pasa y más de conejos sacados de la chistera en el momento adecuado. Hay ruido y desfase entre el escrutinio político y la vida real de la gente. La democracia se debilita. Para muestra tenemos un botón angustioso. El resultado de enviar armas a la guerra es que cada vez haya que enviar más armas. China se va personando, Rusia hace estriptis con sus armas nucleares, Macron avisa a Europa de que se rearme. El establishment coloca en la normalidad la actitud bélica como una prueba de madurez de la UE. Y el mensaje antibelicista de la izquierda no rebasa en profundidad cualquier consigna de pancarta de una manifestación. Todas las piezas apuntan un conflicto a gran escala, como siempre en Europa, bien lo sabe Biden. Y nada de esto moverá un voto en la gente de bien.