Donde dije 2035, digo Diego

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

Oscar Vazquez

09 mar 2023 . Actualizado a las 08:56 h.

Imagínese que ha comprado un coche eléctrico en el último año (muchos no tendrán que imaginárselo: en el 2022 se vendieron en España 36.444, aunque gran parte de ellos fueron a parar a flotas de renting y carsharing). Habrá quien lo haya hecho convencido, por motivos ecológicos —ignora lo que contamina la fabricación y reciclaje de una batería de ion-litio, además de la energía con la que la carga, que en un 80 % procede de fuentes no renovables—; y quien lo haya hecho obligado, tras escuchar a una ministra decir que «el diésel tiene los días contados» y ante las numerosas plagas bíblicas que le aguardaban al coche de combustión: no poder acceder al centro de las ciudades, precios de los carburantes inasumibles, prohibición de su venta a partir del 2035, marginación social... El caso es que estas personas decidieron comprar un eléctrico y soportar los diversos inconvenientes que tiene este tipo de movilidad: pagar 10.000 o 12.000 euros más que por el mismo coche con motor gasolina o diésel; autonomía reducida, de alrededor de 500 kilómetros en el mejor de los casos y que en realidad son 400 y un poco más; autonomía más reducida todavía en invierno, por el frío; red de electrolineras muy deficiente, a la cola de Europa; tiempos de recarga de horas, salvo que utilices un cargador rápido, en cuyo caso —si lo haces habitualmente— te quedas sin batería en un año; pérdida de capacidad de las celdas de iones de litio con el tiempo, hasta un 30 % en ocho años, y la incertidumbre de no saber qué hacer con el vehículo llegado ese momento, porque a ver a quién le vendes el coche cuando cambiarle la batería por una nueva cuesta entre 12.000 y 15.000 euros. Ahora, estas personas se encuentran con que Europa podría dar marcha atrás en la fecha del 2035, porque hay países como Alemania e Italia en los que sus responsables han puesto por delante los intereses de una industria estratégica, al contrario de lo que ha hecho España, pese a que es el segundo fabricante de vehículos de Europa y la automoción aglutina al 10,5 % del empleo. Habrá quien tenga ardores verdes, pero seguro que no en el Consejo de Ministros.