El grito de la tierra

OPINIÓN

El monte Naranco, en llamas
El monte Naranco, en llamas Paco Paredes | EFE

04 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hay algo que una verdaderamente a todos los asturianos es la identificación con el paisaje, el apego a la tierra, en el sentido más elemental y puramente telúrico. Por eso lo sucedido estos días con las decenas de incendios y su estela de destrucción forestal, nos deja especialmente tocados. No sólo porque entramos en la categoría, que pensábamos ajena (cosa de otras provincias al Sur o de Portugal, Grecia, Australia o California), de territorio castigado por el fuego descontrolado y desolador, preguntándonos cuándo se repetirá. También porque es la primera vez que vemos con toda su crudeza la posibilidad de que el paraíso natural, verde, templado, acogedor y feraz, se vaya convirtiendo en tierra yerma y hostil. Hasta el momento, podíamos tener crisis socioeconómicas de distintas características y gravedad, y podíamos episódicamente lamentarnos de los males políticos y sociales que nos aquejan; pero siempre quedaba el refugio de nuestro patrimonio natural como forma de reconciliación individual y colectiva con nuestra propia tierra. Ahora, hasta eso parece estar en riesgo.

Cuando se quema un bosque o un paisaje que sientes tuyo, además, se rompe una amarra con la propia tierra. En el caso del Monte Naranco, convertido, en buena parte, en una piedra tiznada, en un monte pelado, destruido por el fuego, pienso en las horas pasadas recorriendo senderos durante las semanas de la pandemia en que estuvimos cuestionablemente obligados a mantenernos en el término municipal; primera vez en mucho tiempo en que una parte mayoritaria de los ovetenses, haciendo de la necesidad virtud, empezamos a aprovechar los recursos del Naranco, aunque fuese sólo para encontrar nuestro espacio de esparcimiento cuando este escaseaba. Si aquella experiencia nos hizo volver los ojos a nuestro monte, este sería el momento de rescatarlo de la degradación añadida, con su recuperación forestal y paisajística.

En efecto, toca, en toda Asturias, colocar en el lugar que corresponde dos asuntos que, en realidad, hemos ido postergando o situando en un nivel de prioridades inadecuado, pese a los avisos recurrentes; recordemos las lamentaciones por los incendios del Suroccidente, con la zona cero del Valledor, devastada por las llamas en 2011 y 2017, que se parecen bastante a los que ahora se lanzan.

Primero, corresponde abordar la situación de los montes, la riqueza forestal y el patrimonio rústico. Ya se analizan, por fortuna, las causas que propician el agravamiento de los incendios, más allá de la responsabilización a quienes los desatan cuando estos son provocados. Además de las ya conocidas (la matorralización del monte, el abandono de determinados usos que propician su conservación, etc.), se habla menos de otras que son lacerantes pero que alimentan las trabas de gestión, como son los problemas de depuración jurídica de titularidades, la inseguridad sobre delimitaciones, la insuficiente identificación de propietarios y la informalidad de los acuerdos sobre sus usos. Un problema que no es sólo cosa de esta región, pero que alcanza límites rocambolescos aquí, entre herencias yacentes, indivisos ingobernables, beneficiarios de montes vecinales ilocalizables, montes de utilidad pública desprotegidos, deslindes interminablemente disputados y litigios infinitos, sin que se haya planteado de una vez por todas, entre otras medidas, la forzosa y completa inscripción registral y la adecuación entre descripción catastral y registral de oficio; algo que, en consecuencia, previa modificación legislativa, debería promoverse desde la propia Administración, sin esperar a la iniciativa de los titulares. Las medidas correctoras, hasta la fecha aplicadas, son manifiestamente insuficientes.

Segundo, la constatación de que este desastre se produce en un contexto propicio, el del cambio climático, que es una crisis a la que no escapa nada ni nadie, a poco que se comparen en la serie histórica los días de lluvia, la humedad y la temperatura media. Ya es hora de que cualquiera que tenga un mínimo de interés en el futuro, para sí o para los suyos (no digamos ya si, a contracorriente, se mantiene un cierto sentido de comunidad humana), actúe en consecuencia en sus comportamientos y consumos. Y ya es inaplazable que las políticas dirigidas a la transición ecológica y al cambio de paradigma de crecimiento y consumo ilimitado sostenido en la depredación de recursos tengan, en todos los ámbitos y niveles, el peso que la emergencia requiere. A menos que queramos legar a la siguiente generación un mundo inhóspito, humeante y arrasado.