Poesía, cuerpo y Dios

OPINIÓN

Exposición sobre Cervantes y el «Quijote» en el Museo do Gravado de Artes de Ribeira
Exposición sobre Cervantes y el «Quijote» en el Museo do Gravado de Artes de Ribeira MARCOS CREO

28 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Las vías por las que cada quisque accede a los éxtasis poéticos son infinitas. Unos a base de chupitos de hojas de ortigas y otros gracias a los sudores, como de peones camineros, asfaltando carreteras; unos picapleitos sofocados, calculando cuál será la pena superior en grado y otros tratando de subir a la grupa de un camello, siendo un bajito beduino de Jordania, tan cortito como su Rey Abdullah.

Yo ?pronunciado sea ese pronombre con perdón y humildad- llegué a Bécquer, poeta y Gustavo Adolfo, frecuentador de Toledo, el del Corpus, los mazapanes de monjas y la mantilla negra de la Cospedal, casada con un re/casado. Mi llegada a Bécquer fue gracias a Manuel Vicent y a su retrete encadenado, como Prometeo, el del mito.

Las Rimas del sevillano Bécquer, cantor de bosques de canelas y de sicomoros, pajarito él entre las oscuras golondrinas y los menos oscuros gorriones, me sedujeron, especialmente la rima que comienza así: «¿Qué es poesía, dices mientras clavas?». Resultó que su esposa se llamó Casta y que su amante se apellidó Espín. Y de las mujeres escribió maravillas, con dulzura a base de leches y miel: «La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento, y el sentimiento es la mujer». Le faltó decir lo que mucho después escribieron dos mujeres periodistas: «Ser mujer es perjudicial para su salud, para la de ellas». El profesor Gamallo y Fierros, el que más supo de Becquer, acaso por eso mismo, y con un brazo más largo que otro por sostener una pesada cartera «dada de sí» con pesados papeles del poeta, permaneció siempre soltero, pasmado mirando la ría del Eo, desde Ribadeo.  

Becquer estuvo muy cerca de la Mística, pero Dios, al fin y a los postres, no lo quiso a él unido, manteniendo las distancias.  Y para verdaderos místicos, los turcos, derviches y árabes sufís, que prometí traerlos aquí en el artículo anterior, el del Doctor Pitanguy. Pasión turca la de los derviches, de giros infinitos para acercarse a Alá a través de los cuerpos, con infinitos giros, girando y girando hasta que el maestro (el sheikl) diga «basta ya» (Eyvallah). Terminé el artículo La pasión turca así: «O sea, sin cuerpo, parece que Dios no permite acercarse ni unirse a él de manera mística, acaso porque también a Dios gustan los cuerpos, y las almas solas, le aburran». La mística sufí, como las demás místicas, es a base de cuerpos, que, para unirse a Alá o a nuestro Dios, que es el mismo pero diferente.

El cuento turco, titulado Alabanza de Dios narra la historia de Nasreddin, que una tarde, después de lavar su ropa, la tendió en el jardín para que secara, habiéndola luego robado un ladrón. Nasreddin se postró en el suelo y lo agradeció a Dios, y a la pregunta de su mujer del porqué del agradecimiento, respondió: ¡«No te das cuenta que yo hubiese podido estar dentro de la ropa»!

Estambul, antes Bizancio y antes Constantinopla es una ciudad peligrosa, especialmente para diabéticos, no sólo por los dulces y pasteles otomanos -los mejores se pueden comer en Viena, capital de Austria- sino porque es la única capital del mundo, que tiene una fiesta dedicada al azúcar, que dura tres días y se llama Seker Bayrami, muy peligrosa para los pacientes «glucosos».

Y ¿qué cosas hicieron los místicos de Ávila con sus cuerpos para unirse a Dios?  Se dice que San Juan de la Cruz pasó nueve meses en una oquedad de apenas seis pies de ancho y diez de largo, con un respiradero de tres dedos, sobreviviendo a base de pan y agua y vistiendo un hábito infestado de piojos. De Santa Teresa escribió el poeta Valente que «espigar sus cartas es encontrar muy frecuentes menciones al estado del cuerpo», y que ella dejó dicho: «Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo», desfilando por sus Cartas dolores de espalda y de cabeza, sangrías, purgas y calenturas.

El gran Américo Castro siempre creyó en el misticismo-corpóreo y espiritual de Teresita de Ávila. En resumen,  que para unirse a Dios, hay que empezar con el corpus, adiestrándolo debidamente, y no preocuparse únicamente del animus. ¡Qué inteligente fue Santo Tomás de Aquino en la Suma teológica, parte primera, para preocuparse del cuerpo! Tuvo un pensamiento sobre el «cuerpo», no sólo sobre el «espíritu», tan platónico.

Proclamar que la Mística sólo es cosa del Espíritu y no del Cuerpo es otra falsedad, una más, de la religiosidad teológica de Occidente.

Y ahora ya estamos en lo del «transhumanismo», también idea de que hay que perfeccionar el cuerpo a través de máquinas, lo que es una manera de detestar al cuerpo mismo, tan imperfecto y siendo la mayor imperfección la llamada «mortalidad», la suya. Una mortalidad y, sobre todo, una inmortalidad tan importantes para el Cristianismo  El 23 de mayo se cumplirá el año del artículo de un obispo auxiliar de la Villa del Oso y del Madroño, en el pío diario ABC, titulado El cuerpo de San Isidoro, afirmando que el cuerpo incorrupto del santo, patrono de Madrid y de los labradores, se encuentra en la Colegiata de San Isidro, en la calle de Toledo, de Madrid.

Más que el cuerpo incorrupto de ese santo, me interesa el incorrupto,  el de la monja venerable Sor María de Agreda, la monja de la bilocación entre Ágreda y Nuevo México, que está en Convento en Ágreda, a las afueras, en esa localidad soriana, a los pies del Moncayo. No hay manera de que el Vaticano la declare Beata, acaso porque los obispillos de Burgo de Osma no sepan cómo «hacer», siendo menos que un obispo auxiliar de Madrid. Debo añadir que llamar incorruptos a esos cuerpos de santos y de santas es un exceso del lenguaje, pues están, a la vista, fatal: hechos también polvo. Mucho mejor está en la Basílica Vaticana el cuerpo incorrupto de San Juan XXIII, aunque sea a base de fétidos productos químicos y conservantes, como bien saben los que olieron, metidas las narices cerca de la urna, iluminada por tubo fluorescente.

El obispo auxiliar de Madrid, además de hacer una ortodoxa exposición, en su escrito, sobre las reliquias de los cuerpos de mártires y santos, tiene toda la razón al afirmar que, según la antropología católica, el cuerpo no es algo accidental: «no es una cosa a disposición de un supuesto sujeto titular de su propiedad». Los cuerpos de los difuntos ?añadió- esperan la resurrección, por eso la Iglesia prefiere que el cuerpo del difunto se pudra, inhumado en un cementerio, y que no sea quemado en un moderno tanatorio, una de cuyas principales funciones es ocultar la muerte. ¿Y, entónces,  por qué «zurran» tanto al cuerpo aconsejando mortificaciones con disciplinas y látigos?

Siempre me llamó la atención que el inicial artículo 528 del Código Civil francés enunciara que todo «cuerpo», sin mayor precisión, es por esencia de naturaleza mobiliaria (eso está ahora modificado); por el contrario, el Código Civil español no emplea tal palabra, el «cuerpo», al referirse a los bienes muebles. Y es que el cuerpo, para los legisladores del viejo Código Civil español, resultó también ser muy problemático. No es casualidad que el ya derogado artículo 30, y para el reconocimiento de efectos civiles, el nacido debía tener «figura humana», dando por establecido que, por el agujero femenino, podían aparecer monstruos inhumanos. ¡Qué misoginia!  No es extraño eso en un país como España, que, a lo nuclear del delito, llama «el cuerpo del delito».

Y he de concluir co uno de los mejores tratadistas del cuerpo y de la identidad, que fue a mi juicio el escritor Mario Benedetti. Señaló en su artículo La identidad del cuerpo, publicado el 4 de octubre de 1987, en el impío diario El País lo siguiente: «Los oídos sellados de Beethoven, la manquedad de Cervantes, los bronquitis de Proust, la oreja de Van Gogh, la ceguera de Forges, son casi tan célebres como sus obras». Y agregó: «Cada uno de nuestros cuerpos no famosos de seres no conspicuos tiene asimismo su manera de presionarnos, de condicionar nuestra vida espiritual, de hacernos más libres o más esclavos. El cuerpo no es pecado ni virtud; no es cárcel ni paraíso».  

Cervantes que escribió todo y de todo, también escribió del cuerpo de Don Quijote. En el capítulo LXXIIII, de la Segunda parte, al explicar cuando que los amigos del caballero de la Triste Figura, el cura, el bachiller y el barbero, llamaron al médico, el doctor, tomando el pulso al Quijote moribundo por melancolía, les recomendó que atendiesen a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro.

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P. Scriptum. Me llega la comunicación de un ilustrado lector, con petición de reserva de nombre y apellidos, indicándome que está publicado en lengua castellana un interesante libro, titulado Metafísica del aperitivo, de un escritor apellidado Lévy-Kuentz. Dice traerlo a cuento de mi introducción en artículo anterior sobre aperitivos dominicales. Recuerda el comunicante que el aperitivo ha de ser para abrir el apetito, a cuyo efecto ?añado ahora- el chicle, bajo forma de calamar frito, puede valer.

Y muchas  gracias por la información.