Tenemos que hablar de Kevin

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

SUSANNAH IRELAND | REUTERS

04 may 2024 . Actualizado a las 18:56 h.

Ahora que en los cines se exhibe el viacrucis de Robert Oppenheimer durante la época del macartismo —en la plúmbea y desaprovechada película de Christopher Nolan— es un buen momento para recordar la caza de brujas moderna que venimos padeciendo en los tiempos del Me Too, Pam e Irene Montero. Acaba de ser absuelto de todos los cargos en su contra Kevin Spacey, el fenomenal actor ganador de dos Óscar (Sospechosos habituales y American Beauty) que fue acusado por cuatro hombres de nueve delitos, siete de ellos de agresión sexual. Las crónicas cuentan que Spacey, cuya sonrisa es tan enigmática como la de la Monna Lisa, rompió a llorar al conocer el veredicto, no se sabe si de alivio o quizá de preocupación al percatarse de que el jurado que lo había exonerado no era paritario (nueve hombres y tres mujeres). En España, el Gobierno progresista no lo habría permitido.

Han sido casi seis años de acoso y derribo en los que Spacey ha tenido que enfrentarse a un rosario de acusaciones —a las vistas en el tribunal de Londres hay que sumar muchas otras que no llegaron a juicio—, ver cómo su condición homosexual era aireada públicamente, someterse a una «cura de adicción al sexo» en una clínica y sufrir las críticas y burlas de compañeros de profesión. Seis años en los que su reputación ha quedado por los suelos, con contratos cancelados y películas y series vetadas en las salas y las plataformas de streaming, teniendo, además del moral, un tremendo coste económico para él: en el 2022 fue condenado a pagar 31 millones de dólares a la productora de House of cards, que eliminó al protagonista de la estupenda serie de Netflix en la sexta temporada.

Quizá, el mejor retrato de esta política de la cancelación a que fue sometido Kevin Spacey es cómo fue literalmente borrado de Todo el dinero del mundo (Ridley Scott, 2017), donde fue sustituido por Christopher Plummer, al que grabaron sobre un chroma verde para posteriormente añadirlo en las escenas que había rodado el actor vilipendiado.

Lo ocurrido no es nuevo, ahí están los casos de Woody Allen, Johnny Deep o Plácido Domingo, y la pregunta es: ¿vamos a seguir permitiendo esta inquisición absurda en nombre de un «heteropatriarcado» que no existe desde hace décadas?