Ellos son nosotros. Nosotros somos ellos

OPINIÓN

Cráneo de un homo sapiens y un neandertal
Cráneo de un homo sapiens y un neandertal Tim Schoom, Universidad de Iova

28 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

l. Introducción

Este texto cierra el círculo que iniciamos hace cuatro domingos con el opúsculo La evolución humana en los últimos 65 millones de años, al que siguieron Vías para ser un canalla y Reduccionismo, círculo conformado por dos ideas fuertes: la selección natural y el racismo, que se entretejen inmisericordes trazando un mapa mental nacionalista que, en muchos casos, lleva a extremos tan radicales como el odio y el supremacismo, unos sentimientos que bien podrían ser encuadrados en el mundo de lo mágico, infinitamente alejados de la razón científica.

ll. La piel

Entonces, recuérdese que hace 1,8 millones de años, aproximadamente, tenemos a un hombre, aún no «moderno», alto y ágil que habita el este de África y comienza a desplazarse a Eurasia. Es el «Homo ergaster», que los paleontólogos llamarán «H. erectus» en China y «H. antecessor» en Europa. Estas dos especies y sus ramificaciones y varias más irán desapareciendo sustituidos por el hombre moderno, el «H. sapiens», que se originó asimismo en el continente africano unos 200.000 años atrás y fue ocupando 150.000 años después la mayor parte del mapamundi. Este hombre (y esta mujer: véase el ensayo del genetista británico Bryan Sykes «Las siete hijas de Eva»), de piel negra, cabello hirsuto y nariz ancha, será el antepasado de todas las personas que han habitado desde entonces y habitan ahora la Tierra: los africanos que hace 50.000 años se quedaron en su continente son los antecesores de los actuales y de los que se fueron, que somos nosotros, sea cual sea la región en la que vivamos. Ellos son nosotros.

Movimientos de poblaciones de Asia hacia Europa meridional, pues las glaciaciones impedían el hábitat en el norte, van unificando el material genético en las sucesivas generaciones y, tras el último período de frío extremo, el Würm, hace en torno a 13.000 años, las tierras septentrionales empezaron a ser ocupadas. Este hecho es muy relevante porque los restos analizados de nuestros antepasados del Mesolítico y Neolítico (13.000 - 4.000 años), tanto del sur (los dos individuos del yacimiento de La Braña, León) como del centro y del norte europeo (en Luxemburgo y en Dinamarca, por ejemplo), presentan un genoma muy común, del que es imperativo subrayar que, todos ellos, tenían la piel oscura y los ojos azules.

Es decir, en el proceso de aclimatación que debió de durar unos 40.000 años, la piel de los africanos se fue aclarando para facilitar la acción de los rayos del Sol en los organismos (vitamina D especialmente), de baja intensidad en relación con las altas temperaturas de África. Así, dos genes claves de la pigmentación, SLC45A2 y SLC24A5, mutaron en los europeos para producir menos melanina y captar a través de la piel la radiación solar suficiente.

(Acerca de estas cuestiones, léase, mejor, estúdiese, el excelente trabajo del genetista español Lalueza-Fox titulado «La forja genética de Europa. Una nueva visión del pasado de las poblaciones humanas» publicado en 2018 por la Universidad de Barcelona. Aunque son del siglo pasado, los estudios del científico italiano Cavalli- Sforza sobre raíces poblacionales y distribución geográfica convendrán al lector interesado en estas cuestiones, en especial su ensayo«Genes, pueblos y lenguas», así como, ya localmente, «El origen de los vascos y otros pueblos mediterráneos», del catedrático de Genética Antonio Arnáiz Villena y del historiador Jorge Alonso García).

Posteriormente, pueblos de Oriente Próximo, con su cultura neolítica («piedra nueva»: piedra pulimentada, agricultura, poblados, jefaturas…), se adentran en Europa por dos vías principales: la del Danubio, por la que alcanzan Centroeuropa y Escandinavia, y la mediterránea. Es a partir de entonces y, también, por los errores en las copias de los genes que resultan beneficiosos, la piel, los ojos y el cabello se volvieron más claros en el norte que en el sur, dando la variedad de fenotipos actual.

lll. El racismo

Todos los humanos tenemos el mismo número de bases de ADN (3.000 millones) en el mismo número de cromosomas (46); contamos todos con 20 aminoácidos que el ARN los combina siguiendo las instrucciones del ADN para formar las proteínas que hacen que nuestros cuerpos tengan una fisiología general. Y, sin embargo, una piel de un color u otro, que es una adaptación elemental de la evolución por selección natural, abre fosas entre unos colores y otros.

Pero hay una circunstancia que nos arroba y nos lleva a la locura, algo semejante al «síndrome de Stendhal», un algo que hace que nuestro cerebro segregue opiáceos ante lo bello, sea ello lo que sea, lo dorado, lo blanco cuando se enfrenta a lo negro, la simetría, etcétera.

Al mismo tiempo, el desarrollo científico, técnico y filosófico protagonizado por los europeos los llevó a creerse «civilizados» y, por tanto, al otro lado del barranco colocaron a los «salvajes» muy ampliamente con una fatal cantidad de melanina mayor. Y otro factor, el nacionalismo excluyente. En resumen, un conjunto cerrado de elementos naturales (selección genética) y artificiales (supremacismo cultural) han hecho, sobremanera a Occidente, ser un receptáculo de racismo y de odio, receptáculo de una civilización (!?) que ha perpetrado en los últimos 6.000 años los mayores horrores de la Historia Universal, justo desde su mismo comienzo, y que sigue en esta deriva demencial, hoy más que ayer, que está impulsando el retorno de la motosierra fascista, desde Milei a Trump, desde Putin a Orbán, desde Puigdemont a Abascal, desde Meloni a Ayuso.

lV. Final

Deben caber pocas dudas del futuro próximo: se multiplicará la caza al negro, la caza al pobre, la caza al diferente, y guerras, más y más guerras, hasta que llegue la III, quizá más próxima de lo que imaginamos.