Un país de cupones (pero va como un tiro)

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

18 abr 2024 . Actualizado a las 08:48 h.

El Telediario de Televisión Española emitió la semana pasada un reportaje sobre las tarjetas de ahorro y cupones con los que los supermercados buscan fidelizar clientes, a los que cada vez más personas recurren para combatir la inflación y «llenar su despensa». En un tono distendido, casi festivo, la locutora explicaba que en el último año han aumentado un 8 % los hogares que se han «asociado» a algún supermercado para aprovechar estas promociones y, según un estudio, casi ocho de cada diez familias tiran de ellas para «exprimir el ahorro». El reportaje se acompañaba de testimonios de gente haciendo la compra: «Con esta pizza, ahora mismo tenemos 50 céntimos de descuento», ejemplificaba una mujer; «¡llega a ahorrar hasta 100 euros al mes!», exclamaba la periodista. «Cinco euros en la carne o cinco euros en charcutería», «un cupón de 0,89 para el lomo adobado», señalaban otras clientas. Y un señor razonaba: «Todo lo que sea ahorro es útil»... «sobre todo, si ayuda a llegar más holgados a fin de mes», añadía, triunfal, la locutora.

¿Por qué tanto empeño de RTVE con los cupones? Quizá porque segundos antes acababa de dar la mala noticia de que la inflación había vuelto a repuntar en marzo hasta el 3,2 %, aunque nos queda —matizaba el presentador— «el consuelo del IPC subyacente, sin alimentos frescos ni energía, que mantiene la senda descendente». Y es que, como todo el mundo sabe, en España nos alimentamos del aire, nos alumbramos con velas y nos desplazamos en el troncomóvil de los hermanos Picapiedra.

Si nos fiamos de la macroeconomía oficial que exhiben el Gobierno y medios afines —21 millones de afiliados a la Seguridad Social, una economía que crece por encima de la media de la zona euro—, el país va como un tiro. Pero si obviamos artimañas contables como los fijos discontinuos o la inflación subyacente, no pasamos por alto que la deuda pública crece en 70.000 millones cada año (el doble que antes de la pandemia) y le añadimos el efecto anestésico de los eternos fondos europeos, lo que nos queda es un país que necesita cupones para sobrevivir al día a día. La economía del litro de aceite, la pizza o el lomo adobado, que es la que cuenta y la que notan nuestros bolsillos.