Gastronomía: más allá del salseo está la miga

Carmen Ordiz G DE GASTRONOMÍA

OPINIÓN

Pixabay

30 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La gastronomía vive un momento extraño. Un tiempo en el que parece que todo vale si se dice con gracia, en el que el algoritmo recompensa más el escarnio público que la reflexión, y en el que la crítica gastronómica se ha transformado en una especie de reality show donde lo importante no es lo que se come, sino cómo de viral puede hacerse la queja. Y mientras tanto, los que de verdad creemos en la gastronomía como una herramienta de transformación social, como cultura, como identidad, como oficio y como arte… nos vamos quedando sin voz entre tanto ruido.

No nos engañemos: lo de salir a comer, sacar una foto bonita del plato y subirla a Instagram lleva años siendo parte del paisaje. Un carro al que sin dudar me subí sin pensarlo en cuanto nacieron las redes sociales. Pero lo que ahora vivimos es distinto. Lo que crece es una tendencia peligrosa: la del contenido vacío, superficial, cuyo único fin es generar interacción a base de polémica. Cuentas que se dedican a «desenmascarar» restaurantes, vídeos que se hacen virales por mostrar un mal servicio, una croqueta quemada o una factura mal explicada. Gente sin formación, sin contexto, sin más bagaje que su propia experiencia «parcia», asumiendo el rol de jueces y verdugos.El problema no es solo que esto haga daño a negocios —que también—. Lo preocupante es que se está banalizando una profesión, una cultura y un patrimonio que merecen respeto. Detrás de un plato hay decisiones, hay esfuerzo, hay historia, hay territorio. Hay productores que se levantan a las cinco de la mañana, cocineros que estudian, que viajan, que prueban, que fallan, que vuelven a intentarlo. Hay todo un sistema alimentario que, cuando se hace bien, cuida la salud de las personas y la del planeta. Pero claro, eso no genera tanto engagement.

En este contexto, creo que quienes trabajamos en gastronomía —gastrónomos, divulgadores, periodistas, cocineros, sumilleres, productores— tenemos una responsabilidad clara: defender con firmeza lo que somos y lo que representamos. No nos olvidemos de formarnos. No se trata de idealizar el sector ni de aplaudir todo lo que se cocina. Pero sí de criticar con criterio, con respeto, con perspectiva. Y sobre todo, de poner el foco donde verdaderamente importa: en el valor del producto, en la sostenibilidad del modelo, en la dignidad de los oficios.

La gastronomía no puede ser solo una excusa para posturear. Tiene que seguir siendo una herramienta para contar historias, para proteger saberes, para dar visibilidad a quienes hacen posible que podamos sentarnos en una mesa y disfrutar. Porque cuando hablamos de gastronomía, no hablamos solo de comida. Hablamos de identidad, de territorio, de cultura y de futuro. Y eso, desde luego, merece algo más que un vídeo viral con título de clickbait.

Así que sí, sigamos compartiendo nuestros momentos hedonistas. Pero hagámoslo desde el amor al oficio. Desde la coherencia. Desde el compromiso. Porque si nosotros no cuidamos la gastronomía, no lo hará nadie y claro que tiene que haber hueco para ese otro tipo de contenido. El entretenimiento también forma parte del ecosistema digital, y no pasa nada por disfrutar de un vídeo gracioso o de una crítica afilada por parte de un aficionado si nos lo tomamos por lo que realmente es: espectáculo. Pero como espectadores debemos ser conscientes de que eso —más que una mirada honesta a la gastronomía— es puro show, como una película de ciencia ficción: entretenida, sorprendente, incluso adictiva… pero muy alejada de la realidad.

La gastronomía verdadera no necesita tanto artificio. Lo que sí necesita es más personas dispuestas a contarla desde el respeto, el conocimiento y el amor por todo lo que implica. Porque al final, de eso va todo esto: de cuidar, de compartir y de construir algo que merezca la pena.