La Tenderina, el barrio que fue pueblo

Nacho G. Ruano REDACCIÓN

OVIEDO

La atracción de jóvenes emprendedores y la renovación de las infraestructuras son los dos principales retos a los que hace frente esta zona con pasado obrero

26 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El pueblo que se convirtió en barrio. Así podría definirse La Tenderina, un enclave de origen obrero y ganadero que fue expandiéndose hasta convertirse en lo que es hoy. Nacido al abrazo de la carretera general, el desarrollo de las infraestructuras de su alrededor no se ha trasladado a sus calles, que ven cómo el paso del tiempo deja en estado de abandono gran parte de su trazado. Estas aceras mantienen muchas de sus señas de identidad, aunque su expansión haya sido fulgurante, solo comparable en la ciudad a la experimentada por La Corredoria. Su crecimiento, sin embargo, no ha estado acompañado de un plan que renueve las zonas antiguas. Además, siguen  paralizados proyectos como la ampliación de la iglesia de San Francisco Javier.

Problemas de mantenimiento e insalubridad

El estado de muchos inmuebles es uno de los principales problemas del barrio, que ha visto cómo la insalubridad generada por las casas descuidadas permite que las ratas campen a sus anchas en algunas zonas. «Pedimos que arreglen las calles. Además, hay muchas fincas que son propiedad de constructoras. No las limpian, por lo que hay mucha suciedad en algunos puntos, y las ratas corren por los prados. Por otra parte, es necesaria más seguridad, ya que muchos coches que salen de la ronda no respetan los límites de velocidad», señala Lorena García, presidenta de la Asociación de Vecinos San Francisco Javier.

Las críticas al estado de las calles y la insalubridad de algunos puntos del barrio son compartidas por personas como Delfina Moreno, que regenta el conocido establecimiento Casa Quilo, abierto desde 1934. «Aquí entras al barrio y da miedo. Hay zonas bonitas, pero abajo, donde El Cuco, está muy abandonado, con casas muy ruinosas. Además, hay muchos locales cerrados, y las ratas son muy grandes y saltan de los prados a las calles», señala Moreno.

Un curioso legado histórico

Las paredes de Casa Quilo son como páginas de libros que cuentan historias del pasado del barrio. Una de estas historias es la de Manolín el Navetu, un personaje que ha pasado de generación en generación y cuyo recuerdo sigue vigente en estos muros con un cuadro que le rinde homenaje. «Se juntó un grupo de amigos que quisieron rendir un tributo a este hombre, y decidieron reunir entre todos una cantidad de dinero para pagar a un pintor y que hiciese el cuadro», afirma Eduardo Moreno, uno de los hijos de Delfina, que posa con el certificado que atestigua el acuerdo entre el grupo de amigos que dio lugar a un verdadero hito del barrio.

Antes, el cuadro estuvo colgado de las paredes de otros dos establecimientos con abolengo. «Este retrato antes lo poseyeron el Bar Casa Emilio y Casa Civán, ya cerrados. Después, pasó a Casa Quilo y desde entonces está aquí», relata el hijo de Delfina Moreno. «No se trata de un cuadro que sea de nuestra propiedad, ya que pasa de generación en generación de hosteleros. Una vez que nosotros no estemos, pasará a otro establecimiento. Es un recuerdo de un personaje muy querido en el barrio y no pertenece a ningún particular, sino que es propiedad exclusiva del barrio: no se puede vender y debe estar siempre expuesto en un lugar público», apunta. Situado cerca de la conocida empresa asturiana de embutidos El Cuco, Casa Quilo ha logrado mantener la esencia del barrio y en sus paredes permanecen imborrables numerosos recuerdos de lo que fue La Tenderina.

Nuevos negocios

Si Casa Quilo es un ejemplo de tradición y de historia, otros nuevos negocios han desembarcado en La Tenderina dispuestos a rejuvenecer un barrio viejo y con escasa actividad emprendedora. Inés Sánchez es la propietaria de Mazapán, una pequeña panadería que abrió hace tres años y ha logrado dar vidilla a una zona en horas bajas. «Inauguré el local el 5 del 5 del 2015. He vivido 18 años en este barrio. La Tenderina ha sido siempre la misma, nada ha cambiado. La panadería que había antes aquí no funcionaba. Decidí abrir una nueva y está tirando bien. La zona se ha reflotado, aunque todavía queda mucho por hacer», explica Sánchez, que, junto a su marido, regentan ese joven establecimiento.

Salvo esa pequeña panadería, el barrio no ha conseguido atraer jóvenes para renovar su tejido comercial. «Se han abierto locales nuevos, pero cierran al cabo de poco tiempo. Lo que más abunda son personas jóvenes que cogen locales antiguos y tratan de reflotarlos. Hay casos como el del Café Riaña, que lo cogieron hace cuatro años. Se trata de un local que tiene sobre 30 años. Es un barrio muy familiar, con lo que hay muchos establecimientos de toda la vida que son adquiridos por gente joven. Por este motivo, todos los establecimientos priman el trato cercano. Nos conocemos todos», explica Sánchez. Se necesitan nuevos rostros para un barrio que suspira por un lavado de cara. No porque necesite ser más guapo, sino más joven.