«Las jóvenes creían que ya estaba todo ganado y el caso de La Manada les ha abierto los ojos»

Raúl Álvarez REDACCIÓN

OVIEDO

Isabel Carrera, directora del Máster de Igualdad de la Universidad de Oviedo
Isabel Carrera, directora del Máster de Igualdad de la Universidad de Oviedo TOMÁS MUGUETA

La catedrática Isabel Carrera es directora del máster de estudios de género de la Universidad de Oviedo. Lleva cuatro décadas de carrera académica dedicada a los trabajos sobre igualdad y derechos de las mujeres

20 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En la falsa primavera que se ha instalado en Asturias desde mediados de febrero, esta entrevista tiene lugar con las ventanas abiertas en el seminario donde se imparte el máster de estudios de género de la Universidad de Oviedo, lo que no deja de ser un resumen humilde de las aspiraciones del feminismo para ventilar las estructuras de la sociedad. La catedrática Isabel Carrera (Villaviciosa, 1955) lleva cuatro décadas de carrera académica dedicada a los trabajos sobre la igualdad y los derechos de las mujeres. Además de acometer sus trabajos sobre el género, es especialista en las literaturas periféricas del inglés, las que se han desarrollado en antiguas colonias, y eso abre mucho sus perspectivas.

-¿Qué le atrajo hacia el feminismo, cómo tomó conciencia de su necesidad?

-Me hice adulta en la transición. Acabé la carrera en 1977 y entonces ya había un movimiento feminista local, aunque para mí la mayor influencia fueron los años que pasé en Escocia. Estuve tres años en la Universidad de Glasgow y allí entré. Creo que siempre había pensado así, pero sin articularlo. Había estructuras que aquí no se conocían, como las casas refugio de mujeres. Yo no participaba activamente en ellas, porque mi campo de investigación era diferente, pero tenía amigas que sí lo hacían. Porque empezaba a haber investigaciones sobre el tema. En mi campo, que es la literatura, preocupaba por qué no se estudiaba a las mujeres en la universidad, cómo es que se habían quedado fuera del canon literario y por qué motivos, cómo es que incluso autoras famosas y muy leídas en sus épocas desaparecían del mapa, cómo varía colectivamente la escritura de las mujeres o los hombre en un periodo determinado. Porque no se puede coger un texto y afirmar con seguridad si lo ha escrito un hombre o una mujer, ni tiene por qué ser así.

-¿Habría sido posible el mismo proceso en Oviedo?

-Para mí, la estancia en Glasgow fue un periodo formativo clave. Pero también podría haber sucedido aquí. Ya había movimientos feministas bastantes fuertes. La Asociación Feminista de Asturias, la AFA, que todavía existe, procede de esa época de finales de los 70. El caso es que yo empecé a pensar en ello y luego, cuando volví, nos pusimos en seguida con un seminario permanente acerca de mujeres y literatura en nuestro departamento, que por entonces era el de Filología Inglesa. Luego, junto con las compañeras de Historia, Rosa Cid y Amparo Pedregal, fundamos el Seminario de Estudios de la Mujer, lo oficializamos y solicitamos el programa de estudios de doctorado, porque era el único hueco donde se podía hacer una enseñanza oficial en este ámbito. No había posibilidad de hacer un grado, como sí existe en otros países. Nos llevó varios años que lo aceptaran. Pero lo aceptaron y fuimos creciendo mucho. Tenemos mucha demanda.

-En los últimos tiempos crece con fuerza. ¿Por qué cree que se ha triplicado en este curso?

-Probablemente porque hay un renacimiento de los movimientos feministas entre la gente joven. Hemos pasado algunos años un poco preocupantes en los que parecía que las jóvenes creían que estaba todo ganado. Luego, cuando entraban en la vida del trabajo y las relaciones del trabajo, volvían aquí porque se habían dado cuenta de que no estaba todo conseguido. Muchas veces la realidad les había dado en los morros. Se encontraban con discriminaciones y violencias de todo tipo que, mientras eran adolescentes, habían creído que no existían, que eran cantinelas nuestras. También hay quien atribuye este aumento al Me Too, pero yo pienso que tiene mucha influencia el juicio de La Manada. Ha sido fundamental para que una generación que creyó que esto no iba con ellas, ni con ellos, porque se trata de todos, viera que sí, que no solamente hay personas como las que perpetran esos actos, sino también quienes los defienden. Y además casi logran salir impunes, porque era una conducta repetida. Eso ha movilizado mucho. Quizá también es que, pasado ese periodo en el que se pensó que no había problemas, se empieza a mirar en otras direcciones. Desde luego, asistimos a unos movimientos feministas de estudiantes que hace años que yo no veía en la Universidad de Oviedo. Me parece muy bien porque tienen las cosas muy claras, entienden muy bien lo que ocurre y las cosas que hay que cambiar y, además, articulan su pensamiento. Eso me anima mucho. Las anteriores ya podemos jubilarnos porque hay una nueva generación detrás.

-¿Cuánto le gratifica ver que su trabajo de tantos años está germinando?

-Se trata de una labor conjunta. Todas las graduadas, como todos los graduados, del doctorado y de los dos másteres que tenemos, el local y el Erasmus Mundus con otras siete universidades europeas, llevan ya muchos años. Empezamos en 1995, fuimos pioneras en España y, además, el programa nunca se ha interrumpido, a pesar de los cambios en la normativa y los requisitos tan complicados que rigen a veces. Cuando se intenta ahorrar y juntar programas, sucede que los estudios de género no encajan bien con otros porque son muy transversales. Nunca son de una sola área de conocimiento. Necesitas tener personas que representen al derecho, la educación, la economía, la sociología, las humanidades... Todos esos avatares dificultan la continuidad. Pero Oviedo lo logró siempre. Todos los años ha habido oferta de doctorado y todos los años ha habido alumnas y alumnos. El máster empezó en 2005. En otro sitios lo hubo y desapareció, pero aquí continúa. El Erasmus Mundus empezó en 2006 y es excepcional. Hay que solicitarlo y renovarlo ante la Comisión Europea. Es muy difícil de lograr y una lata, pero lo conseguimos siempre. Nuestra continuidad es excepcional en España. Y también damos una enseñanza de calidad. El profesorado es muy bueno y ya han ido saliendo muchas doctoras, algunas de las cuales están en la propia Universidad de Oviedo, otras en universidades diferentes y algunas más en trabajos de diverso tipo. Eso tiene su influencia. Las que se hacen profesoras van con otra forma de ver las cosas y pueden transmitirla. Pero nosotras solas, por nosotras mismas, no hubiéramos podido crear esta vuelta de las jóvenes a las calles. Somos un factor y nada más. Lo que hay es un germen social, personas que van abriendo los ojos y que, cuando se incorporan al trabajo, lo aplican. Pero los problemas de esta generación son diferentes de los nuestros.

-¿Se refleja ese cambio de las preocupaciones en los contenidos del máster? ¿Hasta qué punto reflejan los estudios la realidad más inmediata?

-En parte sí, pero también no. Me explico. Los estudios del máster dan a las alumnas y a los alumnos unos principios para hacer análisis. Partimos del entendimiento de los conceptos. En esto insistimos mucho, porque estamos en una sociedad que cambia a tal velocidad, que lo que necesitamos no son fórmulas de aplicación directa, sino entender los conceptos para saber reaccionar ante las novedades que surgen. Por ejemplo, y por desgracia, han vuelto conceptos que el feminismo ya manejaba cuando yo empecé, cosas que ya se hacían en los 60 y en las que yo participé luego, en Glasgow, a finales de los 70 y en los 80. Eran las marchas que se denominaban Reclaim the Night, es decir, la reivindicación de no correr peligro por la noche. Parecía que esto había desaparecido y que ya no pasaba nada. No se hablaba de ello. Ahora vemos hasta qué punto sigue habiendo violencia en las fiestas, aunque no se hable de ello. Espero que suceda con un porcentaje menor de hombres, pero no se puede dejar pasar. Es muy grave. Y no es el único tema sobre el que hay que volver porque no desaparece. La discriminación laboral y la brecha salarial se van paliando un poco, pero en los momentos de crisis aumentan, por ejemplo. Luego hay cosas que no existían cuando yo empecé, como todo lo que tiene que ver con las redes sociales y la digitalización de muchas cosas. Las redes sociales tienen muchas ventajas, pero también problemas que hay que abordar directamente. No solo el acoso, sino también más problemas que aún estamos en proceso de entender del todo. Necesitamos hacerlo rápido para poder atajarlos. Me refiero al control de las parejas. Antes no se podía hacer desde tu teléfono o pidiéndote que tuvieras la cámara siempre encendida, como me contaron hace poco, un caso espeluznante de una chica a la que su novio le pedía que tuviera la cámara del ordenador siempre conectada, incluso cuando comía y dormía. El principio de por qué eso no debe suceder es siempre el mismo: nadie debe controlar a su pareja, la relación debe ser de confianza, de respeto y entre iguales. Pero ¿a quién se le iba ocurrir en los años 70 que un día alguien podrían controlar a otra persona metiéndole algo en el teléfono? Era impensable. Otro problema es la desinformación. Acabo de verlo en un periódico y tampoco lo habíamos previsto. Los muy jóvenes están aprendiendo de sexualidad a través de la pornografía. Eso antes era muy difícil y ahora tiene consecuencias. No todo el mundo, evidentemente, pero hay quien empieza en las relaciones sexuales con violencia hacia las mujeres, con prácticas que ellas no desean. Es lo que ven y creen que es así. Para tener esa información, casi vale más que no tengan ninguna y exploren ellos. Este fenómeno tampoco era previsible. El mundo en el que nos movemos en nuevo y sobre ello discutimos y hacemos tesis doctorales, pero por eso lo que queremos dejar claro en el máster son los conceptos y los principios teóricos. Otro aspecto muy estudiado, porque afecta a esos principios básicos y los cambia, es que ya no sea tan clara la división binaria entre hombres y mujeres. Al menos, conceptualmente, porque luego siempre distinguimos. En un mundo ideal, ni siquiera tendríamos que definirnos como hombre o mujer y entrarían todas las demás categorías, tanto por orientación sexual como por identificación de género. Pero eso no puede hacernos perder de vista otra cosa. Te identifiques tú como te identifiques, si uno de los de La Manada te ve como mujer, la violación puede suceder igualmente y no te servirá de nada decir que eres transexual. Al revés, te puede crear más problemas. Pero es cierto que esto también ha cambiado. Cuando yo empecé en el feminismo, se miraba más desde un concepto de hombre o mujer, se consideraba la igualdad de esa perspectiva y se hablaba, por supuesto, de orientación sexual, de lesbianismo, de los movimientos gais, pero no con la complejidad y la libertad mucho mayor hacia la que vamos. Pero nunca debemos perder de vista a quien sufre la discriminación directa por ser mujer, o por ser homosexual o por ser trans, o por lo que sea.

-¿Se han destapado contradicciones entre las leyes y la realidad?

-Es seguro que no basta con aprobar leyes ni con entender los problemas intelectualmente. También hay que llegar a ver las cosas con naturalidad y en la práctica. Muchas personas que dicen, y lo hacen con sinceridad, no creer en la discriminación, incurren en hábitos discriminatorios o sexistas en las costumbres y las prácticas del día a día. Le pasa a todo el mundo, incluidas nosotras mismas. Lleva mucho tiempo cambiar eso, aunque siempre digo que mejor intentarlo, aunque fracases o no aciertes en todo. Es mucho peor no hacer nada por miedo a equivocarte. La actitud de querer cambiar y de buscar una sociedad más igual, más justa y más libre siempre debe estar ahí. Pero, efectivamente, no basta con cambiar las leyes. Es más, a algunas personas les molestan ese tipo de leyes. Y es cierto que las leyes pueden no ser perfectas y hay que ir cambiándolas y modificándolas para mejorarlas. También pasó con el lenguaje no sexista. Cuando empezamos a hacerlo, era muy pesado, muy difícil. Ahora es mucho más ágil, vamos viendo mejor cómo hacerlo. Pero lo que no se puede decir es lo dejamos, es imposible, solo porque de momento no encontramos la solución perfecta. Y el ejemplo más claro es el de la violencia. Ojalá tuviésemos ya la fórmula para terminar con ella, no digo ya de forma colectiva, sino de que hubiese una manera mágica de que una mujer que sufre maltrato dejara de sufrirlo, lo entendiese todo y el hombre dejara de maltratarla. La educación, por supuesto, es fundamental, muy importante. Pero educación no es solo que se den unas clases en la escuela, o que todo el profesorado sea consciente, y de momento no lo es, sino también que esa educación incluya lo que se ve en casa, en la televisión o en las redes. Pero esa educación colectiva es muy compleja. Cambiar la forma de pensar colectiva de la sociedad lleva tiempo y, por otro lado, necesitamos medidas concretas. Por volver al ejemplo anterior, no podemos decir que no damos educación sexual y luego quejarnos de que los jóvenes tengan relaciones violentas. Pues si no conocen otra cosa... A veces, son errores, falta de conocimientos.

-¿Se mueve más deprisa la realidad que las nuevas ideas?

-Va muy rápido. Lo veo en la preocupación de mis colegas que tienen hijas muy jóvenes. Siempre fue cierto que los padres no controlan todo lo que los hijos y las hijas hacen, pero ahora lo es más. La información que pueden recibir sin que se enteren los padres o las madres es muy grande. Como en los másteres, necesitan principios muy sólidos para lidiar con lo que vayan encontrando, pero no es fácil de hacer. Por eso, porque el mundo cambia muy rápido, es muy importante tener un buen punto de partida y luego ir viendo dónde llegamos. En España, por ejemplo, se aborda muy poco qué pasa con las mujeres de culturas diferentes, que añaden mucha complejidad a la cuestión. Cuando empecé con el feminismo en España, seguramente había más de lo que sabíamos. Hace poco que estaba con una representante de la asociación de mujeres senegalesas en Asturias, que lleva aquí desde los años 70. Sin embargo, nunca han entrado en la ecuación. Generalizábamos demasiado. Es algo muy estudiado en el feminismo. El primer feminismo fue blanco y de clase media. Lógico, quién se iba a parar a hacerlo si no. Pero hoy en día la pluralidad es fundamental. Aquí hay mujeres muy distintas, que proceden de muchas culturas, y no cabe decir simplemente las extranjeras y generalizar. O las africanas, o las musulmanas, o las gitanas. Ese diálogo lleva su tiempo antes de alcanzar un entendimiento. No siempre ven las cosas igual, pero la respuesta no es que, como estamos en la cultura dominante, nosotras sabemos lo que tienen que hacer y se lo decimos. No se puede hacer así.

-¿No pone el dedo en demasiadas llagas a la vez? Porque España ha decidido no considerarse a sí misma racista en ninguna circunstancia, aunque los hechos desmientan esa imagen tan halagadora.

-Sí, es como quien dice yo no soy machista, pero... Es verdad, pero sin tremendismo. Durante mucho tiempo España tuvo poca inmigración. No era un sitio atractivo, no nos engañemos. Y no había problema. Había ejemplos de todo, de tolerancia y de racismo. Yo diría que estamos en la media. Es solo que el debate público todavía no llegó tan lejos como en otros países donde esto lleva más tiempo ocurriendo. Conozco bastante bien Canadá por motivos personales y profesionales. Es un país de emigrantes, como también pasa en Estados Unidos o en Australia. Desde 1980, tiene en macha políticas multiculturales. Con muchos problemas también, pero todos los problemas ya están hablados, así que solo se trata de mejorar y perfeccionar las respuestas. Aquí, sin embargo, partimos de cero en algunos problemas. No siempre; también hay muchas cosas hechas, políticas y leyes que están muy bien y ONG que hacen una buena labor. Pero sí nos falta y está pendiente un diálogo con mayor profundidad y una integración social mayor. Eso no quiere decir asimilación ni conversión a nuestra religión o forma de vestir. No. No pasa nada por convivir como históricamente ya se hizo en España, además. Sin embargo, me preocupa este momento político porque hay tendencias muy reaccionarias frente al feminismo. Francamente, no las previmos.

-¿Han saltado por los aires las convenciones sobre lo que no se podía decir y algunos acuerdos básicos con el auge de la ultraderecha?

-Hay una desinhibición en gente que cree que se pueden decir cosas muy lesivas contra las mujeres, que se puede mentir abiertamente en cuestiones como las denuncias falsas. Es un contraataque, está claro. Siempre que se consiguen conquistas sociales, el grupo que se siente atacado, y quiero decir bien claro que no son todos los hombres, sino solo ciertos hombres y ciertos grupos políticos, reacciona de forma terrible. Eso también está bien estudiado en el feminismo internacional. Según se va avanzando, se ven reacciones. Espero que, como en el feminismo hay también mucha fuerza, esto no vaya adelante, pero es difícil saberlo. Y hay cosas sorprendentes. Nunca hubiera previsto lo que pasó en Hungría. Una de nuestras universidades socias en el Erasmus Mundus es justamente a la que han prohibido los estudios de género. Es inaudito. Prohibir unos estudios. Bueno, ellos dicen que no los prohíben, solo que no los reconocen. Se pueden enseñar, pero no dar un título. Es pasmoso.

-¿Se está quedando la Unión Europea en mucho menos de lo que los más optimistas preveían?

-En los países del Este, por reacción contra el comunismo, hay políticas y políticos tremendos. En Hungría, además, hay un elemento personal de enemistad del presidente contra George Soros, que es el fundador de la universidad de estilo americano con la que trabajamos. Pero también se actuó contra el título de otra universidad pública. Esto era impensable cuando empezamos en 2006. Cómo se nos iba a pasar por la cabeza que un día, en cualquiera de los países que participan, se iba a decir que los estudios de género no pueden existir. Luego bajaron el tono, pero incluso amenazaron con cerrar la universidad por ofrecerlos.

-Todo tiene vuelta atrás, incluso los derechos que parecen indiscutibles.

-Hay cosas en las que debemos estar mucho más alerta de lo que parece, logros que no se pueden celebrar sin más. En ese sentido, esto da miedo. Y lo que hablábamos sobre las mujeres de otras culturas, de otras religiones y formas de ver el mundo, también me preocupa, porque hay la misma reacción contra los inmigrantes. Podemos pensar lo que sea, y obviamente a las que somos laicas la idea de que alguien tenga que ponerse un velo no nos parece bien, pero como no nos parecen bien algunas cosas de la Iglesia católica o los taconazos que impone nuestra cultura. Bueno, los taconazos dan división de opiniones. Hay feministas a las que también les parecen bien. Yo, sin embargo, creo que tiene razón Fatema Bernissi y que los tacones son el velo de Occidente. Hay cargos que no puedes ocupar sin llevar ese taconazo que te machaca la espalda y los pies y con el que, por cierto, no puedes huir de ataques tampoco. Pero, al margen de todo ese debate y de la postura con la que cada cual esté de acuerdo, hay una cosa cierta: ahora mismo insultan más por la calle a las mujeres musulmanas, porque llevan el velo, que a los hombres, que no van marcados. Se van acumulando episodios y muchas mujeres lo dicen. Para algunas, ahora, llevarlo es casi una reacción cultural, una forma de decir que no van a negar su forma de ser ni de pensar. Y estamos pasando de las miradas hostiles a los insultos. Pasa lo que en feminismo llamamos interseccionalidad, varios factores de discriminación: ser mujer, ser musulmana o gitana y, normalmente, ser de una determinada clase social. Si son inmigrantes, son pobres, tienen un trabajo precario o una situación legal también precaria, esos factores no solo se suman, sino que se entrelazan para que las cosas sean mucho peores. Y eso, en la situación política actual, con gente hablando de invasión por los cuatro inmigrantes que llegan a España... Sé que no es fácil hablar de estas cosas, pero los números son mínimos. Además, las mujeres a veces llegan en situaciones tremendas, porque ya corrieron muchos riesgos para hacer el viaje hasta aquí, y los niños ya ni digamos. Pues si encima cala este discurso de que vienen a quitarnos el trabajo, será más complejo el trabajo, ya complicado de por sí, de tratar con mujeres de otras culturas y de otra forma de ser.

-¿Cómo ve la situación en Oviedo? ¿Cree posible que se reproduzca ese clima?

Oviedo, y Asturias en general, tienen menos práctica con la migración. Es uno de los lugares de España donde menos se produce y también es más reciente. Es difícil hacer una evaluación general. Sí hay un cierto sistema de acogida en el que participan los ayuntamientos y algunas ONG. La crisis, claro, ha afectado, ha hecho más difíciles las ayudas. Creo que somos una región relativamente progresista en en el pensamiento. Aunque hay hábitos que cuesta adquirir, porque no son parte tradicional de nuestra cultura. Aquí había mujeres muy fuertes en los entornos mineros, en la pesca, en muchos sitios, y la discriminación cultural no era tanta como en otras partes de España. Pero no cabe duda de que formamos parte de un país y estamos integrados en una cultura y una forma de ser. El movimiento feminista es ahora muy fuerte. El Tren de la Libertad partió de Gijón y cayó Alberto Ruiz Gallardón, el único ministro de aquel Gobierno con una mayoría para hacer lo que quisiera que cayó por una manifestación popular. Hay grupos muy establecidos y lo que faltaba era el recambio por esa generación más joven. Ahora creo que ya lo hay y se nota mucho quién gobierna, para qué nos vamos a engañar. Pertenezco al Consejo de Igualdad del Ayuntamiento de Oviedo y ahí se hacen muchas cosas. Hay interés en hacer las cosas bien y están representadas asociaciones que tienen en cuenta toda esa diversidad de mujeres, incluidas las inmigrantes o las prostitutas. Hacen una labor estupenda. No sé si van a seguir o no, porque depende del momento político, pero lo están intentando y me gustan sus debates. Son inclusivos y, dentro de los medios que hay, llegan hasta donde pueden. Quiero romper una lanza por ellas porque son cosas que parecen quedar invisibles. Cuando se habla de la política de Oviedo, se mencionan otras cosas y las mujeres parecen un tema menor, en vez de la cuestión fundamental que de una otra manera afecta, como mínimo, a la mitad de la población. El Consejo de Igualdad hace muy buena labor.

-¿Comparte esa percepción de algunas asociaciones de que en Gijón se hacen más cosas, de que incluso en el feminismo se cuela ese localismo tradicional de Asturias?

-Gijón tiene otra composición social, como la va teniendo Oviedo, que no es ese mito de la capital y la cultura. Siempre tuvo unos barrios que no entraban para nada en eso, aunque es cierto que yo viví en un barrio muy barrio y mi vecina hablaba de Gijón como si fuera el fin del mundo. Y a mí, que soy de Gijón aunque me haya venido a Oviedo, me hacía mucha gracia cuando decía qué sabrían de cultura los de Gijón. Pero es verdad que los mitos locales son distintos. Gijón es más mixta. Creció de forma industrial, desordenada, y seguramente sus movimientos sociales y asociativos son más fuertes. Quizá tenía otra cultura. Oviedo también ha ido cambiando y, en mi opinión, mejorando. Pero tiene un núcleo que mira mucho atrás y muy tradicional. No es una anomalía. En Asturias también hay otros sitios muy conservadores. No es raro que una capital sea conservadora, pero a veces chocaba con una comunidad con una forma de pensamiento abierta e igualitaria. A ver qué sucede en las elecciones municipales y autonómicas, porque la labor local es esencial en las políticas de mujer. Las leyes nacionales y europeas son muy importantes. Muchas ideas proceden de la Unión Europea y uno de los grandes temores de las sociólogas británicas con las que trabajo es que el Brexit acabe con políticas concretas en las que la Comisión Europea sirve de guía. Y eso en el Reino Unido, que van por delante y donde yo me inicié en el feminismo. Pero, con todas esas escalas y esas aportaciones, si las políticas no se mueven en el nivel local, es muy difícil que sean efectivas.

-Los ayuntamientos son la puerta de acceso a los servicios sociales.

-Son fundamentales. Y, para la educación, las comunidades autónomas. Pero los ayuntamientos llegan a más. Los voluntarios que trabajan en cuestiones que no están institucionalizadas, como la educación sexual, lo hacen gracias a ayudas locales. Nosotros tenemos desventajas por ser una comunidad pequeña, uniprovincial, pero también la ventaja de que es fácil moverse por todo el territorio.

-¿En qué flaquea Asturias en políticas de igualdad? ¿Hay algo que creamos estar haciendo bien y, sin embargo, hagamos mal?

-Son preguntas difíciles. Lo más complicado es la implementación en serio de las políticas, que no se hagan las cosas para cubrir el expediente. Si se hace una jornada, hay que hacer también un seguimiento de quién estuvo, a dónde llegó. No se trata únicamente de que el Instituto de la Mujer promueva cosas, se le permitan para que se calle y no tengan continuidad. Si, como ya está empezando, el Colegio de Arquitectos, que aún se llama así, va a tener un observatorio de igualdad en urbanismo, la presidenta, que sí es una arquitecta, quiere ponerlo ya en práctica. Pues no debería encontrar oposición de sus colegas para poner en marcha unas medidas que no van a perjudicar a nadie. Es más bien lo contrario. Les van a dar trabajo. O en el periodismo, donde también se está gestando un observatorio. Se trata de que todo el mundo se lo tome en serio y nadie se sienta atacado. Hay muchos cargos dominados por hombres y lo sienten así. Pero no lo es. Si no se ha hecho antes es por una responsabilidad colectiva, no se trata de lo que haya hecho quien está ahora en un puesto o quien estuvo antes que él. Vamos a hacerlo, que es lo importante. Y luego también necesitamos saber qué es efectivo y qué no. Estuve en un proyecto europeo para estudiarlo. En el pasado, en los planes de igualdad o no había medidas obligatorias o no se hacía ningún seguimiento de su implementación. Claro, ¿de qué sirve decir que hay que hacer ciertas cosas y dar pautas a instituciones y servicios sociales si luego no sigues si se hacen de verdad o no? Mientras no haya eso, será muy difícil. A veces fallamos en eso, que es cuestión de convencimiento y de colaboración, pero también es cierto que somos una comunidad muy activa. Hemos tenido programas muy interesantes y que fueron modelos para otros lugares, como Tiempo Propio. Bajó con la crisis, pero dio vida a mujeres mayores de 55 años que habían tenido muy pocas oportunidades. Yo participé y nos lo pasábamos muy bien en el seminario explicando las reacciones en pueblos donde nunca habían hablado de esos asuntos. Lo que necesitamos es que la igualdad se filtre a toda la sociedad. Y hay unidades de Igualdad, y no me refiero al Instituto de la Mujer, en las que se pone al frente a personas sin experiencia, como antes se decía de los ministros, que para Educación o Cultura cualquiera valía. Pues no. Son temas extraordinariamente difíciles. Con la igualdad pasa lo mismo a veces. No siempre, claro. También hay personas muy comprometidas que saben lo que están haciendo. En general, siempre tuvimos mujeres preparadas y combativas en el Instituto de la Mujer. Otra cuestión es cuánto se financia. De eso depende el poder hacer más o menos cosas. Y hay una cuestión que no sé si es un fallo. La violencia de género es lo más terrible que puede suceder, mujeres a las que asesinan o viven siempre acosadas y atemorizadas. Lo veo de cerca y aun así no puedo imaginar cómo es eso todos los días. Pero a veces se vuelcan excesivos fondos y, salvo si se trata desde una perspectiva amplia que incluya la educación, no es un hecho aislado. Es la peor consecuencia de algo que está en todos los ámbitos sociales y no se puede trabajar solo con los violentos o con quienes sufren la violencia. El plan tiene que ser más transversal e integral. Creo que se entiende, pero a veces hay que meter la violencia en todos los título y tal vez algunas parejas no hubiesen llegado a la violencia si hubiesen entendido desde más temprano cómo son las relaciones y cómo son unos y otros. Porque hay encuestas con jóvenes que muestran el desconocimiento de los otros que tienen chicos y chicas. No solo del cuerpo, sino de deseos y formas de pensar. Me pregunto a veces cómo hemos podido llegar así hasta aquí. Mi generación fue la última en tener una educación separada. Solo en la Universidad estuvimos juntos por primera vez, lo cual ahora es impensable y hacía que casi cualquier cosa fuese más interesante que lo que escuchábamos en clase. Hoy, en teoría, tenemos coeducación y, sin embargo, hay unas barreras de comunicación o mitos sobre los otros que no acaban de caer.

-¿Por qué también a  los medios de comunicación les resulta más fácil hablar de la violencia de género y de los asesinatos machistas que de igualdad o de cambios en otros campos?

-Es un continuo y el caso más violento es el asesinato. ¿Quién lo comete? Una persona violenta, probablemente porque siente como un agravio que la víctima no haga lo que él quiere que ella haga. Pero su forma de pensar previa es algo que comparte con otra gente que no es violenta o la que no le han dicho nunca que las cosas no son así. Este cortejo, este amor romántico que tenemos instaurado, está lleno de mitos absurdos. Todo parece de color de rosa hasta que firmas un contrato de vida y resulta que tenéis ideas completamente distintas acerca de qué y de cómo va a ser. Es un mito que se sigue perpetuando mucho en los medios de comunicación. Pienso ahora, sobre todo, en cine, en Disney. A veces me dicen qué no sabe de dónde saca esa cosas un niño o una niña. Pues bueno, ¿no lo está viendo todos los días? Es el modelo de género más popular y se va interiorizando. Lo dicen las colegas más jóvenes, aunque ellas al menos tienen la capacidad para responder. Lo tremendo es que esto es menos controlable que antes, porque ahora tenemos muchos medios a la vez.

-Y a pesar de todo, se dan avances.

-Por supuesto. Y a veces hay mirar hacia ello. Si vamos a mi historia, como me preguntaba al principio, al feminismo del que yo partí y en el que me encuentro ahora, hay muchas diferencias. Yo llegué a la universidad, como mis compañeras, y nos decían que veníamos a encontrar novio. Incluso nos lo decían en clase. Hoy en día ya nadie lo dice y supongo que tampoco se piensa. Las mujeres vienen a aprender y a estudiar, como los hombres. Eso ha cambiado. Las mujeres en España se han incorporado al mercado laboral, con desventajas, y se ha dejado de culparlas de todos los males de los hijos porque trabajaban. Por lo menos, hasta cierto punto. Porque la conciliación aquí sigue siendo un mito. Si ella no deja de hacer cosas cuando surge la necesidad, enseguida es la mala. Es cierto que eso ya empieza a cambiar y conozco casos en que no es así. Si ella tiene un buen trabajo, es él quien cuida en casa. A contracorriente, quizá, en algunas familias que ponen problemas. El discurso general también ha cambiado. Se habla de otra manera de ciertos temas, se empiezan a ver de forma mucho más abierta las posibilidades de orientación sexual y de identificación personal y de género, algo que antes ni se mencionaba. Hay más profesiones abiertas a las mujeres, aunque luego las cosas no resulten fáciles y muchas sufran las consecuencias de ser las primeras, desde violencia y acoso hasta imposibilidad de avanzar. Pero van entrando y eso es una ventaja. Creo que lo que haces en tu vida laboral y social tiene mucha importancia para valorarte a ti misma y para tener otra perspectiva del mundo. Si las mujeres estaban en casa, claro que tenían una perspectiva limitada. Aunque fuese muy interesante, solo abarcaba una parte del mundo. Las mujeres van llegado a puestos altos. No es fundamental, pero es necesario porque ahí se toman las decisiones. ¿Qué sigue faltando? Pues en esta casa, sin ir más lejos, aún no hemos tenido una rectora ni sería fácil que lo lograra en el supuesto de que surgiera una candidata. Igual que en la Universidad, en otros muchos ámbitos. En las academias, la de la lengua y el resto, en esos lugares donde supuestamente se ocupan puestos de honor, cuesta mucho, y no es porque no existan mujeres preparadas, sino simplemente por un prejuicio. Pero claro que no hay comparación. Es verdad que, a finales de los 70, en España éramos muy peleonas, por lo menos un cierto porcentaje de nosotras. Así era la época. Pero luego, en los 90, en un trabajo para un proyecto europeo, vi el porcentaje de mujeres que trabajaban entonces en España y pensé que era un error. Tan bajo era en comparación con otros países. Fue un shock para mí. Vi que no estaba en el mundo real, que lo que pasaba en mi ámbito, entre mis hermanas y con mis compañeras, no era la norma. España es muy difícil por nuestros horario y porque un persiste una parte de las formas tradicionales. En cuanto se proponen cambios, enseguida sale alguien a decir que se está atacando a la familia. ¿A qué familia? ¿A la que usted quiere definir? Además las personas lo somos con independencia de si formamos o no familias. Pero sí que hemos avanzado mucho. En la salud, por ejemplo. Lo que pasa es que hubo un momento, que ya no es el de ahora, en el que se nos dijo que ya estaba conseguido todo. Es eso de no te quejes y mira a las africanas. Conmigo, por mi trabajo, no valía, pero me lo decían de todas formas. Y luego hay gente muy resistente a los cambios, que siente agraviada por el feminismo y no deja de usar foros públicos para atacarlo. No digamos ya Vox contando mentiras absolutas y falseando estadísticas. Y alguno entre ellos ellos es juez. Eso hace que algunas mujeres jóvenes y separadas tengan miedo a perder la custodia porque no se fían de la justicia. Piensan que si ellos dicen esas barbaridades en público y a ellas les toca un juez así qué les va a pasar. Y así aguantan el acoso de sus exmaridos.