El popular hostelero falleció esta semana de un infarto
03 jul 2020 . Actualizado a las 19:11 h.La familia Boto Ramírez queremos agradecer todas las muestras de cariño y condolencia, como de reconocimiento a Ramiro, que hemos recibido durante estos difíciles días. No existen palabras para expresar nuestra gratitud a cada una de las personas que nos han transmitido su pésame, tanto personalmente como a través de los mensajes que hemos recibido en las redes sociales.
Sin duda Ramiro estará impresionado, con esa expresión de perplejidad tan suya en esas ocasiones, por las muchísimas palabras de reconocimiento y cariño leídas en las redes sociales, escuchadas entre las paredes del tanatorio o comentadas entre sus amigos y compañeros de rutas moteras en sus queridos bares ovetenses.
Ramiro fue un trabajador incansable, sin torcer el gesto ante las adversidades -que también tuvo que afrontar- y con un espíritu positivo que, con su don de gentes, hizo del Street algo inusual hoy en día: ser la segunda casa de muchos de sus parroquianos durante casi cuatro décadas, y hoy también casa de los hijos de estos.
Varias generaciones tambien han trabajado con él, no para él. «Somos un equipo» no eran unas palabras que repitiera como un tópico. Como el respeto, era un principio irrenunciable. El esfuerzo constante por mantener la armonía entre la comida rápida y la calidad con una atención personal fue su prioridad. Porque valores como la autenticidad estuvieron siempre presentes en la vida de Rámiro. Y no solo profesionalmente.
Su pasión por la comida americana -bien entendida- iba unida a su pasión por la música, que han hecho del Street seña de identidad. Su afán innovador tras treinta años de profesión, por ejemplo, le llevó hace tan solo cinco años a crear una hamburguesa estilo Cajún, inspirándose en la comida sureña de Nueva Orleans, tan relacionada con su mitificada Ruta 66. Fueron meses de experimentación y pruebas hasta quedar satisfecho con el resultado. Y es que Ramiro no hacía las cosas porque sí…
Siempre trató de transmitir ese espíritu en sus aficiones, como la fotografía o el pádel que tanto le gustaba prácticar. Siempre con discreción, con esa humidad innata de considerarse uno más «que hace lo que puede»… Y la mayor de ellas, las motos. Con gran responsabilidad. «A correr se va a los circuitos». Por eso se escapaba cuando podía con sus compañeros moteros a Jérez o Aragón a disfrutar de la velocidad en su Honda. Ahora Ramiro estará enviando ráfagas desde el cielo.
Pero, ante todo, sobre todo, Ramiro fue un marido y un padre maravilloso, siempre volcado y preocupado por su familia. Siempre estarás en nuestro corazón.