En las entrañas de El Cueto

Guillermo Guiter
guillermo guiter REDACCIÓN

OVIEDO

Artemio Mortera en El Cueto, un búnker que constituye la fortificación más importante de Asturias de la Guerra Civil
Artemio Mortera en El Cueto, un búnker que constituye la fortificación más importante de Asturias de la Guerra Civil Tomás Mugueta

Un baluarte republicano perfectamente conservado que nunca vio un tiro

23 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Es un día gélido, lluvioso y plomizo en Oviedo, que de inmediato traslada al visitante a la miserable situación de la guerra. Artemio Mortera tiene la llave del candado que cierra un gran portón de la finca privada en la que descansa «la fortificación más importante de Asturias de la Guerra Civil». Se trata de El Cueto, un coloso de hormigón inverosímilmente adosado a un pequeño convento abandonado con perfectas vistas de la capital. 

«Cuando llegamos aquí (la asociación Arama) por primera vez había cuatro monjas, la más joven de 67 años», explica Artemio. Tuvieron que pedir permiso al Arzobispado puesto que eran religiosas de clausura «que subsistían con la comida que les donaba el Ayuntamiento de Siero», cuenta, aunque conservaban impecablemente el lugar. Vivían armoniosamente y en silencio junto a un búnker.

Ahora, el convento, una construcción que recuerda vagamente a un castillo de juguete, es un cascarón vacío rematado por almenas. Una amplia escalera de caracol, que en tiempos albergó  en su eje un incoherente ascensor, da paso a los pisos superiores. Sopla el viento y unos plásticos negros ondean e intentan en vano detener la lluvia helada que entra por todas las ventanas.

Como si se trasladara uno del pasado a otro tiempo aún más pasado, desde una puerta en el interior del convento se accede al laberinto de hormigón de El Cueto. El investigador enciende una gran linterna y se mueve por la zona como por su casa, sin titubear, aunque el interior del búnker, estrecho, bajo, oscurísimo, agobiante a ratos, puede al principio desorientar.

Nunca se disparó desde el extraordinario mirador de El Cueto. En la primavera de 1937, fracasada la ofensiva más dura de febrero sobre Oviedo, los republicanos temían que Gijón y Avilés fueran amenazadas, de modo que decidió reforzar más sus líneas. 

Al norte de la capital las dos líneas defensivas principales se complementaron con varias intermedias en forma de semicírculos concéntricos, que suponían el mayor obstáculo al avance franquista en la única extensión de terreno llano en el centro de Asturias. Sólo una pequeña loma se alza en la planicie entre Colloto y Lugones, donde está El Cueto. 

El proyecto original incluía una gran fortificación central, en la cumbre, rodeada por tres líneas de trincheras cubiertas y con paredes de ladrillo en cuyo trazado se incluían una serie de emplazamientos para armas automáticas. Una tupida red de alambradas circundaba el conjunto. Lo que queda, el bastión central, es una galería de tiradores en zigzag que desemboca en tres nidos circulares. En el interior, una serie de pasillos y escaleras intercomunican los puestos de la defensa con otros, como polvorines o habitaciones para el mando que, con la obra completa, habrían podido acoger hasta tres batallones.

Según informes de la época, el espesor de los muros estaba calculado para resistir el impacto de bombas de aviación de hasta 1.000 kilos. De las líneas que debían rodearlo sólo llegó a construirse la primera, que se conserva en parte, una trinchera de unos 350 metros alrededor de la cima, excepto en su cara sur, donde la apertura de una carretera y la edificación de algunas casas la destruyeron. 

La importancia de la obra era tal, señala Mortera, que curiosamente el ayuntamiento ovetense de la posguerra se planteó, aunque El Cueto era un proyecto del bando republicano, conservarlo como parte del atractivo turístico que podía suponer un museo de la guerra en la capital. Nunca llegó a hacerse.

Como tampoco llegaron a concluirse todas las construcciones en 1937, pues el personal que trabajaba en ellas -más de doscientos veinte hombres- fue enviado urgentemente a Santander para emplearlo en obras de fortificación ante la nueva amenaza de la ofensiva franquista. Después, la guerra terminó en Asturias y El Cueto se sumió en un larguísimo sueño sin llegar a ver ni un solo tiro.