La masacre de las «casas del Chorín»: cómo una bomba mató a 50 personas en Oviedo

G.G.

OVIEDO

Las auténticas «casas del Chorín», en la esquina de las calles Foncalda y Caveda de Oviedo
Las auténticas «casas del Chorín», en la esquina de las calles Foncalda y Caveda de Oviedo

Un investigador narra uno de los sucesos trágicos ocurridos durante la Guerra Civil en pleno centro de la capital

29 mar 2021 . Actualizado a las 11:10 h.

Un triste episodio relativamente poco conocido de la Guerra Civil en Oviedo es la masacre de «las casas del Chorín». El 10 de septiembre de 1936, una bomba mataba en los bajos de ese edificio a unas 50 personas; se habló de hasta 85, pero la cifra exacta nunca se llegó a saber.

Así lo cuenta el profesor José García Fernández en su libro titulado Ruta de la Guerra Civil en Oviedo. La construcción de la Gesta (Fundación Muñoz Zapico, Ediciones KRK) en el que realiza un recorrido por algunos escenarios significativos de la contienda.

Las llamadas «casas del Chorín» se ubican en la esquina de las calles Caveda y Foncalada. Su nombre se debía al apodo del propietario, que la había levantado en 1934 según un proyecto de Manuel del Busto y su hijo, para ser destinado a viviendas económicas.

Dado el desnivel de la calle, los bajos eran semisótanos. En septiembre de 1936, durante el llamado Cerco a Oviedo, las tropas republicanas cercaban a las franquistas, atrincheradas en la ciudad y esos semisótanos servían como refugio contra los bombardeos. La mala fortuna quiso que una bomba penetrara «por el patio de luces o por el portal de Foncalada nº1 y llegó hasta el sótano, que estaba abarrotado de gente, produciendo su explosión una carnicería espantosa».

El investigador cuenta que, días después del suceso, «aún quedaban 13 cadáveres sin identificar y restos pertenecientes a un mínimo de cinco personas; las víctimas eran de todas las edades. En el hospital ingresaron 35 personas heridas para recibir asistencia médica».

Fermín Alonso Sádaba, dice García, narraba que «fue un día horrible, una desgracia provocada por la mala suerte de las bombas, que entonces no caían perpendicularmente». Sádaba, que entonces estaba en el cuartel de Santa Clara, acudió al lugar tras la explosión. «No pudimos hacer nada, los cadáveres estaban destrozados y los sacaban a paladas».

También describía el suceso el periodista José Antonio Cepeda: «Pronto se escucharon gritos que por momentos se convertían en alaridos de pobres criaturas que, aunque  heridas, desgarradas por la metralla, habían sobrevivido. Aquellos desgraciados seres pronto fueron evacuados en camiones del 10.º Grupo de Asalto a los hospitales. Pero lo que resulta difícil de describir es el espectáculo que ofrecía lo que quedaba en la profundidad del sótano, niños sin cabeza, muchachas con las piernas amputadas de raíz, ancianos con el pecho hundido, mujeres jóvenes que nadie era capaz de reconocer».

Según el autor del libro, algunos apuntan que el objetivo podía ser el cuartel de Santa Clara, a pocos metros de allí. En diciembre de 1936, el presidente de la comisión gestora municipal, Plácido Álvarez Buylla, envía al juez una relación de objetos encontrados en el lugar de la explosión, entre ellos pólizas de seguros, un devocionario, un crucifijo de nácar, un reloj cromado «marca Himno» y hasta cepillos de dientes, una porra de un guardia de asalto, libros, ceniceros y agujas de hacer punto.

«La prensa, censurada, no informa de la gravedad del bombardeo pero días después se traslucen informaciones, así que los curiosos van a ver los estragos de las calles Covadonga y San Berbabé y de la calle Caveda. Además, se acentúan las tensiones ideológicas en una ciudad asediada y con la población dividida», cuenta García. Una pequeña pero trágica muestra de un conflicto devastador para España.