La médica de Oviedo que lucha por cambiar la vida de los refugiados saharauis: «Sufren una injusticia terrible»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

LA VOZ DE OVIEDO

Sol Espias y su familia han creado una asociación con la que pretende aportar esperanza donde parece no haberla. «Les han quitado hasta la dignidad», denuncia

06 jul 2025 . Actualizado a las 10:16 h.

«La mayor riqueza es la satisfacción que sientes cuando das». Quien pronuncia estas palabras es Sol Espías y sabe muy bien de lo que habla. Esta ovetense ha dedicado casi toda su vida a brindar apoyo a quienes más lo necesitan. Ha sido testigo directo de innumerables «tragedias, penurias y calamidades». Sin embargo, la situación en la que viven los miles de refugiados saharauis desde hace más de 40 años es lo que más le conmueve. «Sobrepasa ya la injusticia», dice con un nudo en el pecho y los ojos vidriosos. Para ella, asistir a estas personas no es solo una cuestión de solidaridad, sino un deber moral. Por eso ha creado una asociación con la que pretende aportar esperanza donde parece no haberla. «Es tremendo lo que están pasando y necesitan ayuda», clama.

Sol no recuerda ni un solo día en el que no haya actuado con generosidad y responsabilidad para contribuir al bienestar de otros. Por supuesto, sin esperar nada a cambio. En el momento que comenzó a tener uso de la razón, esta ovetense tuvo claro que su futuro estaría en la medicina, no solo para seguir con la trayectoria familiar sino para ayudar a los más necesitados. Sabía además que esta profesión la llevaría a los lugares más remotos del mundo, donde podría brindar atención médica a quienes de otro modo tendrían un acceso limitado a los servicios de salud. «El poder hacer misiones era algo que me atraía mucho porque para mí no es un sacrificio o no supone un gran esfuerzo colaborar o ayudar a aquellos individuos en situación de vulnerabilidad», confiesa.

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Tras formarse en medicina y especializarse primero en cirugía maxilofacial pediátrica y después en estomatología, la ovetense metió todo el material quirúrgico que tenía en una maleta y con 23 años puso rumbo a Camerún. Hizo el viaje en compañía de Medicus Mundi, la red internacional de organizaciones y personas que trabajan para hacer del derecho a la salud una realidad para todos, especialmente en contextos de pobreza y exclusión. En el país africano prestó de forma altruista sus servicios para mejorar el bienestar físico de quienes más lo necesitan. Después de esa primera misión vinieron muchas más. De forma paralela, Sol contribuía económicamente a financiar proyectos destinados a mejorar las condiciones de vida de los desfavorecidos.

Siempre, dentro de sus posibilidades, contribuyó al desarrollo y bienestar de las personas en situación de vulnerabilidad. Por eso, cuando surgió la oportunidad, no dudó en ofrecer sus servicios para que la Cocina Económica de Gijón contara con un consultorio dental. De hecho, cuando ella y su marido —también estomatólogo— pusieron fin a sus carreras profesionales y, por tanto, cerraron la clínica odontológica que tenían en Navia, donaron dos de los equipos a este centro, que ofrece asistencia bucodental gratuita a personas sin recursos y en situación o riesgo de exclusión social. Con este gesto, reafirmó una vez más su compromiso con una atención sanitaria digna y accesible para todos, especialmente para quienes más lo necesitan.

La niña que Sol Espías amadrinó y su familia
La niña que Sol Espías amadrinó y su familia

En el tiempo que hicieron todas las gestiones pertinentes para poner en marcha esta clínica dental solidaria, realizó los trámites necesarios para acoger temporalmente en su hogar a una niña saharaui, que vive en los campamentos de refugiados en Tinduf, Argelia, para que así pudiese pasar el verano del 2015 fuera de las extremas condiciones del desierto. La llegada de la pequeña colmó de felicidad a la ovetense, quien no duda en describir ese momento como un «auténtico» regalo. «Es que es una persona tremendamente especial», afirma con emoción.

La joven del Sáhara pasó varios veranos en el hogar de esta ovetense hasta que la pandemia del coronavirus interrumpió las estancias. «Como es apátrida y no tiene ningún tipo de permiso, bajo ningún concepto podía venir a España», cuenta. Lejos de quedarse con los brazos cruzados, y ante la imposibilidad de reencontrarse con la pequeña en su país, Sol decidió que sería ella quien viajaría para verla. Así, además, tendría la oportunidad de conocer personalmente a su familia, a quien hasta entonces solo conocía por cartas, llamadas y fotografías. Hizo por tanto las maletas y puso rumbo al desierto.

«La situación de los campamentos de refugiados del Sáhara rompe todos los esquemas»

Cuando llegó al asentamiento no se podía creer lo que estaba viendo. Incluso se pellizcó para comprobar que no lo estaba soñando. «Me quedé completamente sorprendida, porque aunque he conocido realidades muy distintas a las de nuestro mundo, el del primer mundo, la situación de los campamentos de refugiados del Sáhara rompe todos los esquemas», confiesa. Lo primero que le llamó la atención es ver cómo viven. «Mi familia habitaba una casa de 12 metros cuadrados, que solo tenía cuatro ventanas bajas y un tejado de uralita lleno de agujeros. No tenían colchonetas donde dormir ni nada, solo unas mantas que tenían apiladas en una esquina y las utilizaban para refugiarse del frío durante la noche», cuenta.

Vivienda de la familia saharaui de Sol Espías
Vivienda de la familia saharaui de Sol Espías

«Adosada a esta estancia en la que conviven siete personas tenían una cocina que tendría cuatro o cinco metros cuadrados, donde tenían puestas las cacerolas en el suelo. Y separada de la casa estaba la letrina, que lo único que tenía era el típico inodoro árabe, un cubo, un cazo y nada más. No había lavabo ni nada. Por supuesto, no había luz porque no tenían electricidad», prosigue, antes de aclarar que dentro de ese contexto de pobreza, su familia estaba entre las más vulnerables. «Para que te hagas una idea, estuvieron mucho tiempo viviendo en una jaima», dice con tristeza.

Las condiciones en las que vivían marcaron profundamente a Sol. Sin embargo, lo que más le conmovió fue la situación del entorno. «Me llamó muchísimo la atención toda la porquería que tenían y tienen a su alrededores. Es como construir chabolas en medio de una escombrera de arena», dice la ovetense, quien tuvo que tocarse varias veces el cuerpo para comprobar que lo que estaba viendo era real. «Y eso que no era la primera vez que salía de casa entre algodones y veía algo que me sorprendía», reconoce. Al ver la necesidad del pueblo saharaui, la ovetense aprovechó su estancia para adecentar el hogar de su familia, además de conocer su cultura y sus costumbres.

Dada la cercanía con Rabuni, se acercó hasta la capital administrativa para mantener un encuentro con el ministro de Sanidad y así de paso preguntarle por los tres sillones dentales que ella y su marido habían donado al único hospital de la zona. «No sabíamos ni siquiera dónde estaban y mucho menos si los estaban utilizando», dice. Realizó además otra serie de trámites hasta que llegó el momento de volver a casa. Cuando regresó a su tierra natal, Sol estaba más triste que nunca. «Sufría al verme incapaz de ayudar a unas personas que están viviendo una injusticia terrible. Pasaron de vivir bien a no tener nada, a ser apátridas y vivir en lo peor que se puede», lamenta.

Se desahogó con su familia y concluyó que debía dar voz al pueblo saharaui para que la sociedad conociera su situación. Su hijo participó en el programa La Ruleta de la Suerte y aunque no logró obtener una compensación económica, al contar su intención de ayudar a esta comunidad logró despertar interés y solidaridad. Mientras, Sol gestionó los trámites para traer un verano más a la niña a su casa y viajó nuevamente al desierto con todos los permisos necesarios. Sin embargo, la delegación española en Argelia rechazó la solicitud. «Me dolió mucho, porque la madre tuvo que viajar a Argel durante siete días para terminar los trámites, solo para enfrentar la decepción de una niña que esperaba volver», lamenta.

Sol Espías posa sonriente con un grupo de mujeres saharauis
Sol Espías posa sonriente con un grupo de mujeres saharauis

Como su intención siempre ha sido mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, comenzó ayudando a su familia saharaui. Al ver las precarias condiciones en las que vivían, costeó la construcción de una casa de ladrillo para ellos. «Lo único que queda es terminar los detalles exteriores», dice Sol, quien no puede estar más feliz por haber contribuido a brindarles un hogar digno y seguro, que les ofrecerá mayor estabilidad y bienestar. De manera periódica también les envía productos y artículos de primera necesidad para cubrir sus carencias y mejorar su situación.

Ahora quiere extender esa ayuda a toda la población de saharauis que habitan en los campos de refugiados. «No puede ser que vivan en semejante escombrera. Que los niños jueguen entre palos, hierros.. con los trapos sucios, que tengan cerca de sus chabolas los camellos o las cabras...», implora. Tras dar muchas vueltas a su cabeza sobre cómo cambiar las condiciones de vida de estas personas desfavorecidas, Sol entendió que todo debía construirse desde abajo, y que el verdadero cambio empezaba con los niños. Es que en verdad de qué nos va a servir regalarles, por ejemplo, cepillos de dientes si después los van a tener tirados en una esquina de la letrina y las cucarachas pasando por encima», dice.

Quiere, por tanto, construir una escuela en la que se imparta una formación integral sobre higiene y cuidados básicos. «Mi idea es que haya un gran patio central del cual parta un corredor perimetral que dé acceso a una serie de aulas, en las que se enseñe desde el correcto lavado de manos hasta cómo manipular los alimentos o qué postura corporal adoptar», detalla sobre su proyecto. En un principio, este centro recibiría a los más pequeños de los campamentos, porque son los que más necesitan aprender desde temprano cómo cuidar su salud.

«Luego, ellos se encargarán de llevar lo aprendido a sus hogares, de cómo deben de mejorar sus aspectos de vida para conseguir un mayor bienestar y que la salud sea mejor», dice y subraya: «Es por los más pequeños por donde empiezan los cambios». Plantea también que en el centro haya bancales para que los niños puedan plantar y recolectar alimentos. Además de enseñarles la importancia que tiene limpiar el entorno. «Así seguramente dejaría de haber plásticos, papeles, chaquetas, hierros o llantas de coche cerca de las chabolas porque hay de todo, es una escombrera en bruto», señala.

Vista de uno de los mercados de los campamentos de refugiados en el Sáhara
Vista de uno de los mercados de los campamentos de refugiados en el Sáhara

Tiene también la intención de reforestar el desierto. «Es lo más parecido al infierno», asegura. En este punto explica que es posible plantar árboles porque hay algunas especie que no necesitan demasiada agua para subsistir. La presencia de árboles en esta zona del Sáhara no solo sería beneficiosa para la salud, sino también agradable a la vista. A parte de darles sombra, el medio cambiaría aunque fuese solo un poco porque es triste ver a los niños jugando entre palos y hierros. Sí que es verdad que ellos son felices dentro de esas calamidades pero creo que se ríen porque les han enseñado a hacerlo, han aprendido a sonreír y a buscar siempre lo mejor de la vida», dice.

Observar que los ancianos no salen de sus hogares también le hace reflexionar sobre el aislamiento que sufren. «Están todo el día metidos en la jaima, no porque no los quieran o los abandonen sino porque no soportan el sol y no tienen a donde ir. Entonces, su vida es como consumirse lentamente, esperando al tiempo, a que llegue el día de su muerte», dice Sol, quien siempre regresa emocionalmente afectada después de pasar unos días en los campamentos de refugiados. «Muchas veces regreso muy triste al ver lo ricos que son ellos, por ejemplo, en solidaridad. Es increíble; comparten todo. Cuando ves a alguien que no tiene nada y lo da todo, con ese corazón tan generoso, es imposible no conmoverse», asegura.

Hace un llamamiento social para contribuir a la causa

Para mejorar el entorno y garantizar el bienestar de la población saharaui, además de contribuir a que recuperen ese estatus social que les arrebataron, «porque les han quitado hasta la dignidad», Sol necesita de la solidaridad de todos los asturianos. Ha creado junto con sus hijos una asociación sin ánimo de lucro mediante la cual busca recaudar fondos para promover la calidad de vida de las comunidades saharauis a través de iniciativas de salud, educación, sostenibilidad y empoderamiento.

Esta entidad se llama Renacer en la arena, y su principal objetivo es «sembrar esperanza en el desierto», porque esa esperanza se ha ido desvaneciendo con el tiempo. «Ellos llevan 50 años esperando un referéndum que nunca llega. Y te puedo asegurar que, de un año para otro, he visto cómo su entusiasmo se ha apagado y su desesperanza ha crecido. Los ves desanimados; todos sueñan con irse. Recuerdo que una vez visité un colegio y, al preguntarles qué querían ser de grandes, la mayoría respondió abogados, para poder defender sus derechos y su vida», dice afligida.

La ovetense Sol Espías, junto con un grupo de niños saharauis
La ovetense Sol Espías, junto con un grupo de niños saharauis

Para cumplir este propósito se necesita mucho dinero. Por eso, cualquier aportación que se realice a esta entidad es bien recibida. «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo», asegura Sol, antes de señalar que ahora no busca financiaciones «tremendas», sino más bien una concienciación social sobre el pueblo saharaui.

«La gente tiene que conocer esta realidad que siempre nos han intentado ocultar, y luego, si quiere sumarse al proyecto, perfecto. Quiero que la gente colabore porque realmente lo sienta y quiera que el proyecto también sea suyo, porque aquí todos estamos trabajando por la misma causa. Remamos en la misma dirección y, además, estamos en el mismo mar, aunque con barcos diferentes (otras asociaciones)», dice la ovetense, que también hace un llamado a las instituciones públicas para que apoyen la causa.

«No hace falta salir de nuestro país para ver realidades que son penosas y que necesitan tu ayuda, apoyo y consuelo», reconoce, y apunta que «hay situaciones que sobrepasan ya la injusticia, personas a quienes les han quitado todo lo que tenían y que no son reconocidas por nadie». En este punto, Sol confiesa que le duele «muchísimo» ver como todos nos «sobrecogemos» con la guerra entre Ucrania y Rusia, o con lo que está pasando entre Israel y Palestina, mientras que otras muchas guerras que se gestan en el mundo «pasan desapercibidas porque los políticos las han hecho desaparecer de la atención pública».

«Eso es lo que más me conmueve. Es tremendo lo que pasa en los campos de refugiados saharauis. De verdad que he visto muchas tragedias, penurias y calamidades, pero lo que están viviendo ahí es una verdadera injusticia», denuncia con la confianza puesta en que la comunidad internacional finalmente tome conciencia y actúe para aliviar el sufrimiento de estas personas.