Álex Avello, etólogo: «El verdadero pulmón del planeta es el océano, no el Amazonas»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

LA VOZ DE OVIEDO

El etólogo asturiano Álex Avello es un referente a nivel mundial en el estudio y la defensa del medio acuático
El etólogo asturiano Álex Avello es un referente a nivel mundial en el estudio y la defensa del medio acuático

El ovetense se ha convertido en un referente a nivel mundial en el estudio y la defensa del medio acuático. «El océano nos pide ayuda, aunque muchas veces no sabemos verlo. La DANA, los huracanes en Florida o los terremotos en Kamchatka son mensajes que nos está enviando», advierte

06 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Álex Avello (Oviedo, 1991) dedica su vida a observar el comportamiento de los animales salvajes. En concreto, analiza la conducta de aquellos seres vivos que habitan en la inmensidad del océano. Qué comen, dónde viven, cómo se reproducen y de qué manera se relacionan son preguntas a las que intenta dar respuesta a través de su trabajo como investigador y divulgador. Busca además concienciar a la población sobre la importancia de conservar y proteger la biodiversidad de los entornos marinos. «Estamos tratando a nuestro mayor aliado para combatir la crisis climática como si fuera un vertedero», advierte el etólogo, que se ha convertido en un referente a nivel mundial en el estudio y la defensa del medio acuático.

—¿Cómo surge tu interés por el mundo marino?

—Desde bien pequeño. Nací en Asturias y los primeros años los pasé en Oviñana. Al ser un pueblo costero, la arena y el agua eran como mi patio del recreo. Siempre que llegaba a la playa me iba corriendo a las rocas a buscar cualquier atisbo de biodiversidad, ya sea cangrejos, quisquillas o peces. Me ponía también las gafas y me metía al agua para buscar. Además, mis padres tenían una biblioteca enorme petada de libros de National Geographic, de atlas y álbumes de animales. Con los años me enamoré del surf y cuando cumplí la mayoría de edad empecé a viajar por todo el mundo. Estuve en la Patagonia, en las islas Azores, en Puerto Rico, en Baja California Sur, Maldivas… y en todos esos viajes buscaba especies marinas porque me gustan.

—¿En qué momento decides convertir tu pasión en tu profesión?

—Fue en la Patagonia Argentina donde descubrí y me enamoré de la etología. Siempre me gustaron los animales, pero lo que realmente me apasiona es su comportamiento. Allí vivía una familia de 11 orcas, de las cuales solo cuatro realizaban un comportamiento único en todo el mundo, conocido como varamiento intencionado. Este consiste en que aprovechan la inercia de la ola para lanzarse a la orilla, se varan en la arena, capturan crías de leones marinos y luego retroceden, moviéndose con el culete hasta regresar al agua. Que solo cuatro orcas en el mundo hiciera eso me voló la cabeza. En ese momento supe que quería estudiar el comportamiento animal, y fue así como decidí hacer el máster en etología.

—Estás tan comprometido con proteger la biodiversidad que has llegado incluso a fundar una oenegé. ¿Qué te impulsó a crear Oceavida?

—Siempre pensé que podría trabajar para otras oenegés, pero mientras cursaba el máster, el profesor Manuel Merchán —director de la organización Kelonia— nos dijo en una clase que crear una organización era «como tomar un café». Entonces me acerqué a hablar con él, me lo explicó todo, y empecé con el papeleo para crear la mía. Así podría promover mis propios proyectos y trabajar con la gente que yo eligiera. Cuando me llegó el correo del ministerio diciendo que la organización estaba aprobada, justo estaba tomando un vuelo a Puerto Rico. Fue allí donde realizamos el primer proyecto, en el Centro de Conservación de Manatíes del Caribe. Como etólogo, estuve estudiando el comportamiento de los manatíes huérfanos que rescatan en el centro. Allí recogen crías huérfanas cuando, por ejemplo, una embarcación atropella a una madre, algo que ocurre con frecuencia en el Caribe.

—Ahora estudias el comportamiento de las ballenas jorobadas.

—Después de ese primer proyecto en Puerto Rico, volé a Baja California Sur. Tras un mes y medio explorando la zona, un día estaba sentado en la playa observando las embarcaciones pasar frente a Cabo San Lucas. No sé si en una hora conté más de 200 barcos. Y no podía dejar de preguntarme: ¿qué pasará en el futuro con un sitio como Cabo San Lucas, que es una referencia mundial en la cría de ballenas, con semejante densidad de tráfico marítimo? Ahí fue cuando nos unimos a una empresa local de ecoturismo y avistamiento de ballenas. Gracias a ellos, pudimos salir en sus barcos y poner en marcha nuestro proyecto científico. Este consiste en registrar todos los comportamientos de las ballenas, pero sobre todo analizar cómo les afectan los factores externos: tanto los ambientales —como la temperatura del agua, la temperatura ambiente, la profundidad y la ubicación de la termoclina— como los antropogénicos. Lo que más observábamos era cuántos barcos había por grupo de ballenas. Según la normativa local, debe haber como máximo cuatro barcos durante 30 minutos y a una distancia mínima de 60 metros. Sin embargo, tengo registros de más de 30 embarcaciones rodeando a una madre con su cría.

—¿Has descubierto algo que te haya sorprendido de estos animales?

—Con este proyecto llevamos ya dos años, aunque este año tuvimos que pausarlo debido a cambios en las leyes de México. Ahora, para poder continuar, es obligatorio desarrollar el trabajo en colaboración con una universidad. Por eso estamos intentando tramitar los permisos a través de la Universidad Veracruzana. Después de varios meses investigando el comportamiento de las ballenas jorobadas, lo que más nos sorprendió fue darnos cuenta de que lo primero y más urgente es hacer cumplir la normativa que ya existe. Hay una reglamentación clara sobre el número de embarcaciones y la distancia mínima, pero no se cumple. Por eso vimos la necesidad de complementar el trabajo científico con acciones de concienciación y educación ambiental. Empezamos a dar charlas a grupos de Boy Scouts, en escuelas y en diferentes espacios comunitarios. Ahí te das cuenta de que muchas personas locales no sienten a las ballenas como parte de su patrimonio natural, cuando en realidad lo son. Yo siempre les contaba: «Estas ballenas de las que tanto se habla por todo el mundo, que migran a Alaska a alimentarse, todas nacen en México». Entonces, lo que más urge es que se cumplan las regulaciones. Por ejemplo, tengo registros de situaciones en las que más de 30 embarcaciones rodeaban a una madre con su cría. En esos momentos, la cría comenzaba a realizar un comportamiento conocido como lanzamiento peduncular, en el que se coloca de lado y golpea fuertemente el agua con la parte trasera del cuerpo y la aleta caudal. Muchos turistas pensaban que la ballena estaba saludando, cuando en realidad este es un comportamiento de advertencia. No es agresivo, pero sí un claro signo de incomodidad, una especie de precursor de agresión.

—¿Cómo amenaza también el cambio climático a la supervivencia de esta especie?

—El océano siempre ha cumplido tres funciones fundamentales. La primera es la de absorción del calor. Los rayos del sol inciden sobre la superficie marina y se produce lo que se conoce como mezcla vertical, un proceso que permite redistribuir el calor a lo largo del océano. Esta circulación térmica es esencial para mantener el equilibrio climático global. La segunda es que el océano actúa como sumidero de carbono. Todo el CO2 que emitimos a la atmósfera al quemar combustibles fósiles es absorbido en gran parte por el mar, en un proceso conocido como secuestro de carbono. Pero aunque esto suena positivo, en realidad también tiene consecuencias negativas para el propio océano. Cuando el CO2 entra en contacto con el agua, se transforma en ácido carbónico, y este ácido ataca a organismos con esqueletos calcáreos o conchas, debilitando sus estructuras. Esto aumenta la acidez del mar, afectando directamente a especies vulnerables como los corales. La tercera función tiene que ver con la biodiversidad marina. Las especies que conocemos hoy en día son fruto de millones de años de evolución. Si se alteran los parámetros del océano, por ejemplo con un aumento de la temperatura, muchas especies no tendrán tiempo suficiente para adaptarse, y directamente desaparecerán. También va a haber redistribución de especies. Por ejemplo, hace unos años se documentó la presencia de un tiburón ballena —una especie típica de aguas tropicales— entrando al mar Mediterráneo. Esto evidencia cómo algunas especies migran a nuevas zonas, desplazando o amenazando a especies endémicas y alterando los ecosistemas. Y, por último, están las especies migratorias como las ballenas. En los últimos años, se han registrado avistamientos de ballenas jorobadas en las costas de Asturias. Todo parece indicar que esto está relacionado con los cambios en las corrientes oceánicas y la temperatura del agua. Aún no se puede afirmar con certeza, pero es un tema para estudiar: cómo las modificaciones del océano están afectando a las rutas migratorias y a la distribución de especies marinas.

—¿Podrá por tanto ser habitual ballenas jorobadas en la costa asturiana?

—Seguramente porque la temperatura del mar Cantábrico y la del Mediterránea está subiendo. Se registraron cifras de 30 grados en el mes de julio...

«El verdadero pulmón del planeta es el océano, no el Amazonas»

—Como especialista en el mundo marino, ¿qué es lo que más te preocupa de la situación de los océanos?

—Siempre digo que es muy curioso cómo, a pesar de que el océano es nuestro mayor aliado en la lucha contra el cambio climático, vivimos de espaldas al mar. No lo miramos o actuamos como si fuera infinito, como si no importara lo que hagamos con él. Uno de los principales problemas es, por supuesto, el calentamiento global. Pero no es el único. También está el problema de la sobrepesca como la pesca de arrastre, que es una de las más destructivas: redes enormes que barren el fondo marino arrasando con todo, destruyendo ecosistemas enteros y poniendo en peligro especies como la Posidonia oceánica en el mar Mediterráneo. Muchas veces vemos titulares alarmistas sobre el Amazonas en llamas, calificándolo como “el pulmón del planeta”. Pero en realidad, el Amazonas genera entre un 6 % y un 9 % del oxígeno que respiramos, mientras que el océano genera entre un 50 % y un 80 % del oxígeno de la Tierra. Es decir, el verdadero pulmón del planeta es el océano. Luego está el tema de la contaminación por plásticos. No se trata solo de los animales que aparecen varados con el estómago lleno de residuos. Hoy en día, ya se han detectado microplásticos en el torrente sanguíneo humano e incluso en fetos. Las cifras más recientes indican que se vierten entre 5 y 13 millones de toneladas de plástico a los océanos cada año. Por eso, me preocupa que estemos tratando a nuestro mayor aliado para combatir la crisis climática como si fuera un vertedero. Y esto, sinceramente, ya no es una cuestión que solo concierne a biólogos, etólogos, conservacionistas o científicos. El planeta es de todos, y todos deberíamos empezar a concienciarnos un poco más.

—Con Oceavida tratas de estudiar y conservar el entorno marino. ¿Qué otros objetivos persigues con la oenegé?

—Entre los 20 y los 30 años estuve, más o menos, dando vueltas por el mundo. Y ahora, al volver, sentía muchas ganas de crear un proyecto educativo. Aunque te estoy hablando de mi faceta como etólogo y del trabajo con mi asociación, eso es solo una parte de mi vida. Una parte muy importante para mí es la comunicación, que es lo que realmente me apasiona. Empecé con las redes sociales, escribí artículos para periódicos y revistas, he dado cientos de charlas por todo el mundo sobre conservación marina, en los lugares más diversos que puedas imaginar. A raíz de toda esa experiencia, nació en mí el deseo de desarrollar un proyecto educativo sobre conservación marina, pensado específicamente para colegios y creé Peques por el mar. A diferencia de muchos proyectos de conservación que tienen una parte pedagógica añadida, este es un proyecto 100 % pedagógica y educativo. Hace tres meses recibimos la noticia de que nos habían aceptado en la Red de Escuelas Azules Europeas, que es actualmente el proyecto más importante a nivel europeo —y que se quiere extender a nivel mundial— en educación para la conservación marina. El objetivo es que todas las escuelas se conviertan en« escuelas azules», y que se apoyen en organizaciones y entidades cercanas para introducir contenidos de conservación marina dentro de sus programaciones docentes anuales. Se trata de fomentar e impulsar que la conservación marina sea parte del currículo escolar desde edades tempranas. Queremos que los niños crezcan entendiendo la importancia del mar para la vida en el planeta. El año pasado comenzamos con un proyecto piloto en ocho colegios, y tuvo tan buena acogida en la comunidad educativa que decidimos ampliarlo. Lo presentamos a empresas, y este año hemos conseguido financiación de Blue Wave Alliance (una ONG de Barcelona), así como de Ecoembes y SEO/BirdLife a través de sus apadrinamientos del proyecto Libera. Gracias a ese apoyo, entre enero y abril pudimos llevar el programa a 30 colegios: 28 en Asturias, uno en Barcelona y uno en Madrid, llegando a más de 2.500 niños. Es un proyecto que ha nacido en Asturias, pero mi intención es que se convierta en un proyecto nacional, con educadores implementándolo en todas las comunidades autónomas.

—Hablando de financiación, imagino que uno de los retos a los que se enfrenta la oenegé es recaudar fondos para costear los proyectos...

—Totalmente. De hecho, para mí es el mayor reto que existe porque es algo súper complicado. Me acuerdo del proyecto de las ballenas, que enviamos más de 100 correos a todo el mundo: Estados Unidos, que ofrece muchísimas financiaciones; España, México… Con el de Peques por el mar, pensaba que, al ser un proyecto educativo con niños de primaria sobre conservación marina —un tema que ahora está cobrando más relevancia— iba a ser más sencillo. Y, de hecho, parece que así ha sido. Aun así, sigue costando. He enviado bastantes correos para este próximo año, y la mayoría ni siquiera contesta. Los que responden, suelen decir que ahora mismo no tienen presupuesto. Así que, bueno, sigue siendo complicado.

 «Estamos tratando a nuestro mayor aliado para combatir la crisis climática como si fuera un vertedero»

—¿Crees que la sociedad es consciente del estado actual de los océanos?

—No, creo que al final es lo que te decía: vivimos bastante de espaldas al mar. Necesitamos mucha más conciencia y mucha más responsabilidad. Si hacemos un poco de autocrítica, creo que vivimos de una forma bastante egoísta, como si quisiéramos exprimir al máximo nuestro ciclo vital sin importar qué va a pasar después. Al final, tenemos que hacernos una pregunta clave: ¿qué planeta queremos dejar a las futuras generaciones? Creo que necesitamos empezar a priorizar el compromiso colectivo por encima de los beneficios a corto plazo.

—Comentabas que el océano es el verdadero pulmón del planeta, ¿qué mitos sobre el mundo marino te gustaría también desmentir?

—El primero de todos es el mito de que los tiburones son malos, ese es el clásico. Se ha demonizado a muchos animales, pero el caso del tiburón es especialmente llamativo, sobre todo por culpa de películas como Tiburón y muchas otras. Sin embargo, los tiburones son fundamentales para regular los ecosistemas marinos.Siempre digo que si llegamos a un arrecife y hay tiburones, es porque el arrecife está sano. Si no hay, es señal de que algo va mal. Los tiburones regulan la cadena trófica: se alimentan de las especies más débiles o enfermas, lo cual mantiene el equilibrio. Para mí, son como los doctores del océano. Luego hay más mitos dañinos, como el de que el océano es infinito. Mucha gente piensa:« No pasa nada, sigamos adelante con la minería submarina o con las plataformas petroleras». Pero la realidad es que estamos tocando algo que ni siquiera conocemos. Sabemos más sobre la Luna que sobre nuestros propios océanos, y aun así nos ponemos a perforar fondos marinos sin saber qué vamos a encontrar, abrir o destruir. Jugamos un poco con fuego. Y lo peor es que seguimos quemando el océano, cuando en realidad es nuestro mayor aliado frente a la crisis climática actual.

—Además de estar informado y concienciado sobre la situación actual de nuestros océanos, ¿cómo puede la sociedad cuidar el entorno marino?

—Es evidente que los primeros que tienen que dar el paso son los gobiernos y las empresas. Aun así, tengo esperanza, y últimamente veo que muchas entidades empiezan a preocuparse un poco más por el tema de la sostenibilidad. Pero también creo que no debemos caer en esa frase tan común de: «Bueno, pero yo solo no puedo hacer nada, total, para lo que yo haga…» No. Creo firmemente que todos podemos aportar, y eso es algo que siempre intento transmitir a los niños: en nuestro día a día podemos hacer pequeños actos que suman. Por ejemplo, intentar ahorrar agua. Hace dos años veíamos sequías en Cataluña en pleno enero, o en Andalucía. También está el tema de los plásticos: muchas veces nos centramos solo en el reciclaje, pero quizá deberíamos ir un paso más atrás y evitar producir tanto plástico. Si voy al súper con mi bolsa de tela, ya estoy reduciendo el consumo de plásticos innecesarios. Evitar los plásticos de un solo uso, que ahora parece que vienen con todo, también es otra forma de ayudar. Luego está el turismo. Todos queremos ir a lugares como Maldivas y nadar con el tiburón ballena, pero luego llegas allí y te encuentras con 300 personas rodeando al mismo animal. Hay que alejarnos de ese tipo de turismo destructivo y apostar por un turismo más responsable.También está el tema del transporte. Si podemos usar transporte público en lugar de ir cada uno en su coche al mismo sitio, ya es una mejora. Al final, hay muchas pequeñas acciones cotidianas que podemos hacer para contribuir.

«Sabemos más sobre la Luna que sobre nuestros propios océanos»

—Si tuvieras que priorizar una sola acción para conservar los océanos, ¿cuál sería?

—Qué pregunta más difícil —se ríe. Uno de los grandes problemas del océano, como te decía, es la sobrepesca. Estamos vaciando los océanos. Por eso creo que, si somos capaces de reducir el consumo de pescado ya estaríamos dando un paso importante. Lo mismo ocurre con los plásticos: si conseguimos eliminar los de un solo uso, eso supondría un avance enorme. Luego está el tema de la educación, que para mí es clave. Mucha gente me pregunta: «¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí? Eres un referente». Y siempre contesto lo mismo: yo no habría llegado hasta aquí sin toda la gente que me ha apoyado, que comparte lo que hago, que cree en esto. Siempre digo que mi misión es intentar llegar a cada rincón del planeta, porque hay personas y colectivos que no tienen el mismo acceso al mar que podemos tener nosotros, ni a esta alfabetización oceánica. Por eso, cualquier cosa que podamos compartir o transmitir cuenta. Como los niños de hoy son la herramienta de conservación más poderosa del mañana creé Peques por el Mar. Porque sí, algunos serán biólogos o conservacionistas y protegerán el mar porque lo aman. Pero es que otros serán alcaldes, deportistas, arquitectos… y si logramos sembrar en ellos ese «gen conservacionista», todos querrán cuidar del océano desde sus posiciones

«El océano nos pide ayuda, aunque muchas veces no sabemos verlo. La DANA, los huracanes en Florida o los terremotos en Kamchatka son mensajes que nos está enviando»

—Son muchos años estudiando, amando y cuidando el entorno marino. De todas las experiencias que has tenido con el océano, ¿qué momento ha sido para ti el más especial?

—Cuando vivía en Baja California Sur, un día salimos en barco a hacer estudios sobre el comportamiento de las ballenas. Íbamos varios amigos, y de repente vimos a una ballena madre con su cría que se acercaba continuamente a nuestra embarcación, como buscando algo. Nos pareció muy raro. Entonces, recuerdo que me metí la cabeza bajo el agua, alguien me agarró por las piernas, y vimos que la cría arrastraba una red de pesca enorme, y no podía mover una de sus aletas. Era como si la madre se acercara a nosotros buscando protección o ayuda. Lo bueno que tienen en México es que existe un protocolo específico: llamas a un grupo que sale al mar en una embarcación con unas pinzas muy largas para intentar desenmallar a la ballena. Por eso siempre digo que el océano nos pide ayuda, aunque muchas veces no sabemos verlo. Tenemos que aprender a reconocer esas señales. Desde la DANA, los huracanes en Florida, hasta los terremotos en Kamchatka... son mensajes que nos está enviando.

—Si hablamos de futuro, ¿Qué otros proyectos u objetivos tienes en mente?

—Pues mira, los dos proyectos más grandes que tengo ahora son estos. Primero, el documental, del que no puedo contar mucho todavía, porque me han pedido mantenerlo en secreto. Pero hace un año me contactó una productora y me dijeron: «Queremos que seas la cara, la voz y el conductor de un nuevo documental sobre conservación marina, como una especie de David Attenborough». Así que nada, estuve más de un año trabajando en la sombra, guardando silencio, y justo a principios de julio comenzamos la primera etapa de rodaje en el Estrecho de Gibraltar. Serán tres episodios sobre la conservación marina en el mar Mediterráneo, y la idea no es solo hacer un documental, sino crear un movimiento alrededor de él, con muchas actividades y llevarlo a todos lados. Luego, en noviembre, publico mi tercer libro. Los dos primeros son más filosóficos, tipo ensayo, pero esta vez me apetecía mucho hacer un libro sobre conservación marina dirigido a niños, aprovechando todo lo de Peques por el mar. A través de una ballena vamos explicando las maravillas del océano, pero también sus amenazas y qué podemos hacer nosotros para preservarlo.

—Por último, ¿qué consejo darías a alguien que quiera dedicarse a la conservación marina?

—A mi me llaman «El niño de la esperanza» porque como explica muy bien Jane Goodall —a quien tuve la suerte de conocer hace unos meses en Málaga— la esperanza es como esa pequeña lucecita al final del túnel, pero también es todo lo que hay entre esa lucecita y nosotros, es decir, todo el trabajo, el esfuerzo, los sacrificios que hay que hacer para llegar a lo que queremos. Al final, si quieres llegar rápido a un sitio, puedes ir solo. Pero si quieres llegar lejos, es fundamental hacerlo acompañado, con otras personas. Entonces, a toda la gente que me pregunta: «¿Cómo has llegado hasta aquí?», yo siempre les digo: escribe. ¿Y qué significa «escribe»? Escribe a quien te apetezca escribir. Escribe a La Voz de Asturias, a Cuatro, a Mediaset, a quien sea. Escribe, intenta las cosas y muévete, porque muchas veces veo personas esperando que la vida les traiga las oportunidades. Pero, claro, si no sales de casa, si no lo das todo, como yo digo, a muerte, es difícil que llegues realmente a lo que quieres. Mucha gente me dice: «Vaya vida te pegas, ¿no? Desde los 20 años viviendo en países exóticos» y siempre respondo: «vaya vida no, se llama tomar decisiones». Yo dejé atrás mi burbuja de amigos, dejé en casa a mi madre y a mi hermana, que son mi familia. Hice sacrificios para dar un paso adelante e ir en busca de las cosas que creo.