Análisis Sporting: «Letanía macabra»

Luís Alcazar

SPORTING 1905

Baraja
Baraja

Artículo de opinión

20 nov 2018 . Actualizado a las 12:37 h.

El Sporting pisó el derbi del sábado, como salió del vestuario, rezando. Un servidor conocía la presencia del párroco en el día a día del equipo, pero nunca imaginé que la arenga final sería un padre nuestro. Sin pretender herir las sensibilidades y creencias religiosas de nadie, no es lo que yo entiendo por profesionalismo y contexto idóneo para afrontar una competición de élite. Sin que explique, de ninguna manera, lo que ocurrió en el césped, si sirve como metáfora de los primeros 18 minutos de choque. Vimos en el Tartiere el peor partido de la era Baraja, cabe añadir que el espectáculo en su conjunto, como el fútbol, brilló por su ausencia.

En un partido así, apenas caben reflexiones tácticas, dos equipos bastante distantes en lo futbolístico y más parecidos en las sensaciones de lo que pudo dejar el marcador. El Oviedo se puso 2-0 casi sin querer, la lesión de Isma Cerro cuando no se habían encendido todos los focos presagiaba que la mejor bala que teníamos, se esfumaba. Los goles, sendos errores individuales, colocaron la sensación de trabajo hecho en el equipo local, porque ahí acabó su intención ofensiva. Una gran presión en lo físico, aunque mediocre en el plano racional, bastó para que la salida de balón sportinguista terminase siempre en el despeje de Mariño. Se encontró el equipo de Anquela un equipo perfecto para camuflar su flojo partido con sudor. Pero que esto no quite un ápice de mérito al Real Oviedo, a falta de fútbol, puso el mínimo que cualquier equipo puede poner.

Había visto al rival menos de lo que me hubiese gustado. De las cosas que detecté en los minutos que pude ver las últimas jornadas, es que si algo le venía bien al Oviedo es un equipo que crea que tiene más fútbol del que pone sobre el campo. Este Sporting de Baraja tenía más fútbol en el ideario, pero no fue capaz de materializarlo más allá de tramos puntuales de fases concretas en estos meses. Y el sábado quiso volver a intentarlo, quiso tener en sus centrales la primera referencia de salida, en Hernán la herramienta de apoyo para limpiar el inicio de jugada y en Salvador el único que vio que la única forma de batir líneas era con sus enérgicas conducciones. Ninguna de las tres cosas salió bien, ni siquiera se asomaron, sumado a la presión alocada del rival, todo derivó en desplazamientos largos que ni Pablo Pérez ni el potente Neftalí consiguieron ganar.

La segunda mitad trajo a mi cabeza la teoría del caos, el efecto mariposa, la ley del mínimo esfuerzo. El Sporting nunca propuso tanto como nos pudo parecer la reacción de su rival. En todo momento percibí un Oviedo timorato, tendente a mirar atrás, posicionalmente propuesto como un equipo que sale a defender un resultado al que quizá no encontrase explicación. Solo la salida de Cofie pasada la hora de juego y la posterior de Djurjevic parecieron aportar algo real a lo que estábamos viviendo. Realidad que casi cerró el gol, no ocurrió nada después. Pero el Oviedo siguió imaginando que el Sporting podía empatar y el Sporting mientras a lo suyo, una letanía macabra.

Con el partido se fue Baraja, que dejó la misma sensación de tranquilidad y aburrimiento en su despedida, que en el trabajo de estos meses. Un señor en la palabra, al que deseo muchísima suerte en el futuro porque sus grandes carencias dependen de su propia valentía. Y llega José Alberto, un chaval de Mareo que no ha podido hacerlo mejor en su etapa de formación. Hay tiempo, puntos y plantilla para revertir la situación. Segunda no deja de dar oportunidades. Paciencia.