Artículo de opinión
23 dic 2025 . Actualizado a las 23:39 h.«Mareo es un centro de alto rendimiento de los máximos niveles que hay, olvídate de Europa, en el mundo. Porque lo es». La frase, pronunciada por Alejandro Irarragorri tras la Junta Ordinaria de accionistas del Real Sporting de Gijón a comienzos de mes, se me quedó clavada desde el primer momento y así permanece hasta hoy. No tanto por lo que dice, sino por lo que revela.
No conozco lo suficiente al señor Irarragorri como para saber si esa afirmación nace de la ambición, de la osadía o del desconocimiento. Le presupongo lo primero, como hombre de negocios. Por su trayectoria delante de los micrófonos, tampoco le resulta ajena la segunda. Pero incluso concediéndole ese margen, cuesta encontrar razones para que un dirigente del fútbol profesional suelte una aseveración así sin esperar que alguien le pase la factura. Porque no me creo que no sea consciente de lo que ha dicho.
No, señor Irarragorri, Mareo no es hoy ninguna referencia mundial. Y eso usted lo sabe. Por obligación ineludible. Ha visitado diferentes ciudades deportivas, conoce bien la industria del fútbol y su funcionamiento más allá de lo que ocurre sobre el verde y, precisamente por eso, no puede despachar una frase de ese calibre como si fuera inocua. De hecho, puede que hoy esté más alejado que nunca de su potencial real.
Está muy bien tener un tanque terapéutico, incorporar tecnología y maquinaria adaptada a los tiempos actuales para modernizar clínicas o gimnasios, tan necesarios en el día a día. Sería absurdo criticar una remodelación que durante años reclamé ante unas instalaciones claramente obsoletas. Pero en el fútbol, como en cualquier negocio serio, no todo se construye a base de ladrillo y hormigón. Y eso usted, como hombre de negocios, lo sabe a conciencia.
Mareo ha mejorado su envoltorio, pero por dentro sigue transmitiendo frialdad y desorden. Cambios constantes de nombres, discursos reciclados, intenciones que suenan a música celestial y que no se trasladan en hechos. Otra vez. Muchas palabras. Las realidades, sin embargo, quedan muy alejadas de ese relato. Y ahí está el verdadero problema. Porque si todo fuera cuestión de discurso, ya sabemos que en el fútbol se digieren bien las ensoñaciones. Hay 'valientes' que incluso hablan de Europa, y no resulta necesario irse a 35 kilómetros para comprobarlo. Aquí también hay experiencia en eso, y ahora con más poder que nunca. La hemeroteca no perdona.
Ojalá realmente el problema fuese de discurso, pero es de fondo. Cuando el máximo accionista vende Mareo como referencia mundial, lo que proyecta es una desconexión preocupante con la realidad. Los discursos suelen edulcorarse, omitir lo incómodo o maquillar verdades. Pero esto va más allá. Si se habla solo de instalaciones, basta comparar desde fuera para saber que no es cierto. Y usted también lo sabe. Entiendo que no puede ser eso. Hace cuarenta años quizá colaba. Hoy, es mucho más accesible medirte con Mareo. Ya no digo nada si miramos a otros países más fuertes en inversión. Y si se refiere a algo más que hormigón, entonces el autoengaño me parece aún más peligroso.
El propio David Guerra, ahora en un rol más relajado, mostró incluso cierto atisbo de sorpresa hace meses cuando le trasladé públicamente en una rueda de prensa la cuestión de un Mareo desatendido. Y defendió todo lo contrario. Resulta difícil creer que el hasta hace dos días presidente ejecutivo de la entidad desconozca la situación contractual de sus técnicos de distintas áreas, con contratos parciales, jornadas que se alargan más de lo que se paga, camufladas como exigencia interna, y una estructura muy poco optimizada. El gasto es alto, como siempre. La eficiencia y la profesionalización real, bajo mínimos. Y no por el trabajo de quienes van allí a diario. El primer problema de Mareo es de inversión.
La sensación es que quienes toman decisiones viven en realidad alejados del día a día de la cantera. Aunque en su discurso Irarragorri insistiera en que es algo «fundamental» dentro de su gestión. No se trata de observar simplemente la cifra final en un balance -demasiado elevada para un club anclado nueve años en Segunda-, sino de percibir y palpar realmente lo que sucede sobre el terreno. En eso no parecen diferenciarse tanto de otros viejos conocidos.
Para colmo, en esa misma rueda de prensa volvió a aparecer el comodín de la «profesionalización», esta vez en boca de José Riestra. O no saben lo que hay fuera, o no conocen lo que tienen dentro. Lo cual es peor. Porque hoy, vender Mareo como una cantera profesionalizada es una temeridad. Primero los hechos y luego las palabras. No al revés. Y ya nos conocemos de hace más de tres años como para haber hecho muchas más realidades en ese sentido.
Y un apunte final, señor Irarragorri. Si ya no le preocupa que otros clubes «roben» jugadores de Mareo, mejor no pregunte por Girona qué tal le van las cosas a dos chavales asturianos que destacaban en una gran generación juvenil rojiblanca hasta el pasado verano. Esos discursos son tan ambiciosos como peligrosos. Y suelen tener memoria: casi siempre terminan volviéndose en contra con el paso del tiempo.