Asturias es original. Pero eso no es decir mucho. Único es una condición que cumplen todos los territorios que tienen nombre. La diferencia la marca la Geografía; aún en los tiempos de la globalización y los viajes aéreos del Inserso, de los teléfonos 5 G y los drones que lindian vacas. La singularidad de cada país la modelan elementos permanentes, como el mar Cantábrico, cuyas rabietas repentinas provocan cabeceos, balanceos y cuchareos . Eso lo debe a la gran cordillera, cercana y generadora de inestabilidad, que alborota aún más un mar que recoge todas las turbulencias atlánticas y sorprende al viajero con brumas y rayos sordos cuando la cruza. Mar y montaña dan un paisaje pinturero a un pueblo original, que según uno de sus hijos más preclaros, Luis Enrique, se crece en la dificultad, va por derecho, y no le gustan las ruedas de prensa, y al que el maestro Cervantes adjudicó un punto de locura y vanidad; la que corresponde a los hidalgos quijotescos.
Los territorios que tienen nombre lo tienen por originales. Así, entre nuestros vecinos, los gallegos lo son por trabajadores; buena gente que pesca en todos los mares del mundo. En sus villas les gusta poner medianeras y comer todo lo que se mueve, y aún lo que no se mueve. Son inventores de la empanada de berberechos y suya es otra de las grandes aportaciones a la cultura occidental, la orquesta gallega, la super big band hispana. No hay evidencias de la existencia de ningún asturiano, viaje o no con Mariano, que no admire como portentosa la cultura gallega.
Los leoneses no son aptos para el servicio; es decir, no valen para la hostelería. Ni aunque sea para dar tiques en la autopista. Son hidalgos, aunque de segunda división, según algunos de sus sobrados vecinos del norte; los del principado metropolitano que queda tras las brumas del Negrón, una especie de Mordor para los leoneses, donde anidan los hidalgos originales, los godos asturianos, descendientes directos de la bragueta de Pelayo, que andando el tiempo dejaron la aldea y bajaron al pozu, y al contacto con el peligro les hirvió la sangre, por lo que periódicamente tenían que enfriarla en las bodegas de Valencia de don Juan, donde oficiaban, calientes por el sol, al grito de: « tu. Pon otra ronda, que esta vuelvo pagála yo. Me c….. ». No me extraña la inapetencia al servicio. ¡Qué paciencia!
Desde luego este sistema clasificatorio deja mucho que desear, pues los estereotipos equivocan. Tanto como los que ven a los castellanos como seres que tiran cabras desde los campanarios y gastan bromas pesadas a los toros; no estiman a los bichos, ni a los pájaros, ni a los árboles, pues les gusta contemplar amplios horizontes, en soledad. De los de Lepe se cuenta que lo creen todo; lo propagan sus vecinos, envidiosos por la audacia que los leperos demuestran navegando todos los mares desde hace siglos. De los murcianos dicen que se comen las letras, que adoran al ajo y que cantan en alto canciones muy raras, que solo ellos entienden. Los madrileños también hablan muy alto. Cuando vienen a Asturias piden tostadas «con una pincelada de mantequilla» y luego fartúcanse de tortos con picadillo. De los catalanes, al menos de su clase política, se dice que saben sorber y soplar a la vez. Algunos creen que tal habilidad les viene de serie. Pero eso es otro estereotipo. Tanto como decir que un vasco nunca lo podría conseguir, pues solo trabajan en un modo, o matan o mueren. ¡Que equivocados están! Los vascos, además de levantar grandes piedras, las manejan con la habilidad de trileros, hasta el punto de que Rajoy ya no sabe dónde está oculta la piedra. Pero son leales y cumplidores, y si se les mete algo en la cabeza, tal como ir a pescar ballenas al Gran Sol, bacalaos a Terranova o dejar de hablar a la hija porque parió en Madrid , lo hacen . Lo que el vasco dirigente no hará es decir, «el candidato ha sido siempre de momento Artur Mas». Hasta ahí no llegan, pues saben que si soplan y sorben derraman el agua.
Así que en esta goleta que se llama España viaja y viajará Asturias. Fue de las primeras de su clase en el mundo y aún anda alterosa. Su edad es garantía de eficacia, y precisamente por experta España funciona . Aunque algunos quisieran negarla, el mundo está lleno de españoles. Perfectamente distinguibles. No hay más que ver a qué hora almuerza un vasco francés y a qué hora lo hace un vasco español. Sea cual sea «la nacionalidad» del español , parece que éste se comporta como tal en cualquier otro ambiente nacional; por ejemplo, en el portugués, el del vecino de puerta , discreto, callado , cortés, trabajador individualista, que se dobla sin grito y que a la mañana siguiente está en su ser habitual, resiliente, impávido frente a su ruidoso ruidosos vecino, que se dobla entre horrísonos gritos y visajes, pero al que le cuesta conservar su tradicional postura, quizá porque no la conoce.
Así que a dónde vayamos, los asturianos iremos con nuestros vecinos peninsulares. Con los que compartimos urbanización ampliada. La original fue construida hace muchos siglos, producto de tres vientos: el cantábrico, el atlántico y el mediterráneo , que han soplado constantes desde hace milenios, aunque con diversos rumbos. Unas veces hacia fuera , y así su espíritu fertilizó las tierras más lejanas, donde encontró acomodo. Otras, hacia dentro, para acoger a los que hasta aquí llegaron. Probablemente, España sea el nombre del cemento que cohesionó la península más occidental de Europa. Una parte de este mortero seguirá siendo producido en Asturias. Que ahora inicia un nuevo ciclo de vida. No cómo un náufrago sino en compañía de amigos leales. Ciclo en el que por su tamaño quizás adquiera la forma de ciudad-estado, culta, civilizada y pinturera, atractiva por su humanidad y paisaje para los de fuera , ya sean empresas o personas , que aquí encuentran valores ciudadanos, oportunidades y bienestar, que se cultivan con trabajo, voluntad y talento. También puede caer en lo castizo. En la impostura bobalicona y blanda que quiere reproducir uno de los estereotipos, el que se recrea en mitos. En un pasado que solo fue en mentes enajenadas. De las que no saldrá el futuro que necesitan los jóvenes, y con ellos el país. En resumen, menos atecharse tras la toneladona y su circunstancia, y más creatividad para emplatar cachopos y desenclavar Mordor. Queda dicho.
Comentarios