Mugabe se aferra al poder pese a haber sido destituido por su partido

Mario Beramendi Álvarez
mario beramendi REDACCIÓN / LA VOZ

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KIM LUDBROOK | EFE

En un mensaje televisado, el presidente se negó a dimitir y pidió que el país vuelva a la normalidad

20 nov 2017 . Actualizado a las 07:16 h.

Las tiranías suelen perpetuarse en el tiempo, pero más tarde o más temprano, también suelen morir de viejas, igual que las personas. Llega un momento en el que los cimientos que la sustentaban se resquebrajan, y entonces todo empieza a derrumbarse. Eso vive Zimbabue estos días. Robert Mugabe, 93 años y casi cuatro décadas perpetuado en el poder, es quizás el exponente más extremo de longevidad en una satrapía. El viejo tirano está cada vez más solo: sus viejos aliados le han abandonado, tiene menos apoyos y, lo más importante, la protesta popular está apoyada por el Ejército.

Como suele ocurrir en estos casos, a veces solo basta un acontecimiento para que todo se desencadene. Y el viejo edificio, sin grietas aparentes en la fachada, empieza a temblar. Apoyada por la nueva generación del partido, la llamada Generación 40 (G40), Grace Mugabe, 52 años más joven que su marido, se estaba abriendo paso con el apoyo de su esposo. De hecho, ella es considerada la desencadenante de esta crisis tras forzar, hace diez días, la destitución del vicepresidente Emmerson Mnangagwa, alias el cocodrilo, y tratar así de despejarse el camino para convertirse en la sucesora de su marido en el poder. 

El resultado de la operación ha sido justo el contrario al previsto. Tal vez Mugabe jamás pudo presagiar ni en la peor de sus pesadillas que la máquina que el mismo había creado para perpetuarse acabaría dándole la espalda. Ayer mismo fue destituido como líder del partido que él fundó, un instrumento con el que ha gobernado desde que se proclamó la independencia, hace 37 años. 

Intervención televisiva

Sin embargo, y pese a lo que se esperaba, Mugabe se aferra al poder y se resiste a marchar. Ayer, en un mensaje televisado, anunció que no pensaba dimitir. Es más, insistió en «la necesidad de llevar a cabo acciones para devolver el país a la normalidad», según recogió Efe. Acompañado por los altos mandos del Ejército, reclamó que el país no se «deje llevar por la amargura» y dijo que «tiene en cuenta» todas las quejas formuladas por diferentes estratos de la sociedad y por su propio partido. Acerca del alzamiento militar del pasado martes, declaró: «Nunca ha representado una amenaza contra nuestro orden constitucional ni contra mi autoridad como jefe de Estado, ni siquiera como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas». Sobre las purgas en su partido, como la del exvicepresidente Emmerson Mnangagwa, que desencadenaron la intervención militar, Mugabe apuntó que la formación «estaba fallando» en el cumplimiento «de sus propias reglas y procedimientos».

Precisamente el Comité Central del ZANU PF (la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico), para sustituirle, ha nombrado a Mnangagwa. Qué paradoja: el destituido retorna con más fuerza. De hecho, será el candidato en las presidenciales del 2018. Más allá de la lucha orgánica, Mugabe ve cómo ha perdido uno de los grandes bastiones que creyó de su lado: el apoyo social. Un respaldo apuntalado con mano de hierro, alejado de la voluntad democrática, y en unas condiciones sociales de misera. Y ocurre como con los volcanes, que duermen años, pero un día inesperado se desata una erupción incontrolable.

Mugabe lleva días aguantando, en gran medida, porque el ejército se lo ha permitido. De hecho, los militares continúan negociando con Mugabe para garantizarse su dimisión, lo que evitaría así la intervención de organismos internacionales como la Unión Africana (UA) o la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional, que no ven con buenos ojos un golpe de Estado. La salida de Mugabe tampoco garantiza, ni mucho menos, un retorno de Zimbabue a la normalidad. La incertidumbre sobre el futuro del país preocupa a los expertos, que apuntan que la posible vuelta de Mnangagwa podría suponer problemas con la comunidad internacional debido a su papel en las purgas étnicas de los años 80, en las que perdieron la vida más de 20.000 personas de la etnia Ndebele. 

Un territorio devastado

Con los peores indicadores sociales y económicos del mundo, hay cifras que asustan: un 15,3 % de la población vive con el sida, la esperanza de vida no llega a los 40 años y la tasa de paro se estima en el 70 %. Un desastre así es fruto de una amplia variedad de problemas que no solo obedecen a un poder presidencialista y una estructura militar que lo ha arropado para el enriquecimiento de una élite mientras la miseria se extendía entre la población. Esa es una característica que acompaña a otros países africanos sin cifras tan devastadoras. En Zimbabue confluyen factores para una tormenta perfecta: un déficit fiscal insostenible, una tasa de cambio inflada, escasas reservas y una galopante inflación. Pero hay otros dos hechos que han marcado profundamente la desgraciada senda de Mugabe: su implicación en la guerra de la República Democrática del Congo, que absorbió ingentes recursos económicos, y sobre todo, la reforma agraria del Gobierno, lastrada por el caos y la violencia, que ha generado enormes daños a un sector que pasó de exportar a importar.

En su mensaje televisado de ayer, Mugabe reconoció que la economía nacional «está pasando por un bache» desde la hiperinflación del año 2008. Sin embargo, el presidente culpó del mal momento económico a las rencillas internas en el seno del partido y del Gobierno.

El líder de los veteranos de guerra llama a nuevas movilizaciones

El líder de los veteranos de guerra en Zimbabue, Chris Mutsvanga, aseguró ayer que el proceso de destitución del presidente Robert Mugabe sigue adelante, ya que el sátrapa no ha anunciado su dimisión en un esperado discurso este domingo. Mutsvangwa envió un mensaje de texto a la agencia Reuters poco después del final de la intervención de Mugabe asegurando que los ciudadanos volverán a tomar las calles de Harare el próximo miércoles. El pasado sábado una multitudinaria manifestación tomó la capital del país para exigir la salida definitiva del poder de Mugabe en plena crisis política por la intervención de los militares.