José Ramón Silveira: «Cualquiera de nosotros podría dejar a un bebé olvidado en el coche»

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CESAR QUIAN

Su conocimiento y experiencia abren mucha luz sobre el comportamiento de nuestro cerebro en sucesos como el reciente en que un niño murió en el interior de un vehículo por el descuido de su padre. «No hace falta estar enfermo o sufrir patología, es un desvío de la capacidad de atención por exceso de tareas», explica el psiquiatra

07 jul 2023 . Actualizado a las 08:56 h.

José Ramón Silveira (A Coruña, 1971) es médico especialista de la unidad de hospitalización de psiquiatría del Chuac. Su experiencia y conocimiento abre mucha luz sobre el comportamiento de nuestro cerebro en casos como el del padre que dejó abandonado a su bebé en el coche. Un suceso que no es aislado, que se ha repetido, y que sigue provocando extrañeza por esa falta de atención hacia un hijo.

-¿Es posible que cualquiera de nosotros nos dejemos a un bebé olvidado en el coche?

-Sería posible, sí. No hace falta estar enfermo para que te pase eso, no obedece a ninguna enfermedad o patología especial psiquiátrica. En ese sentido, sí nos podría pasar a cualquiera. No conozco bien el caso concreto del suceso, pero sí es posible que nos pase a cualquiera algo parecido. Lo que es más raro es que se prolongue durante tanto tiempo el abandono. Despistes de estos son frecuentes, sobre todo cuando tenemos algo más de estrés. No hace falta estar enfermo, ni tener depresión ni ansiedad...

-¿Entonces a qué se debe?

-Si nuestra capacidad de atención está distraída porque está focalizada en alguna tarea en concreto, es posible que no podamos atender otra.

-¿Le podemos llamar despiste? ¿Le podemos poner un nombre?

-Sí, le podemos llamar pérdida de la capacidad de atención por exceso de tareas. Es decir, si yo voy en el coche, voy a llevar a mi hijo a la guardería y en el camino que hago de forma automática, mi atención se desvía a otra tarea, por ejemplo una reunión de trabajo, esa tarea focaliza mi atención, la capta, la atrapa completamente, yo voy concentrado en eso. Llego, conduzco, voy pensando en otra cosa -eso nos ha pasado a todos-, aparco, y mi atención descuida la otra tarea anterior. En este caso, creemos que tendría que ser una tarea «superior» porque es un hijo, pero pasa a una categoría de atención inferior. Estoy más pendiente de mi trabajo que de mi hijo.

-¿Tiene relación entonces con la vida que llevamos, con el estrés?

-Esto nos pasa a todos a diario, si llevamos una vida un poco ajetreada. No vamos a llamarle ansiedad porque eso es patológico, en cambio el estrés es algo normal. Estamos hablando de cúmulo de tareas mentales: cuando uno tiene que pensar qué mete en la nevera, tiene que pensar en los cuadernos que llevar al trabajo, los documentos hechos, si tiene que pensar en llevar al niño al médico... Son tareas mentales que se van acumulando y que van entrando una detrás de otra en nuestro cerebro para ir solucionándolas. En el momento que está una dentro capta nuestra atención, si esta tarea es de suma importancia capta mucho más mi atención, me concentro más en ella. Por ejemplo, si tengo que pagar en un plazo corto la hipoteca de la casa estaré muy captado por esa atención, más que si tengo que pagar las entradas del cine. Es muy diferente cómo nuestro cerebro le da importancia a una cosa u a otra.

-¿Cómo se superpone esa atención?

--Te pongo un ejemplo. Nos pasa a todos, a veces estamos viendo en la televisión una película de intriga. Entonces llega el intermedio, te levantas a por un vaso de leche a la cocina y por el camino vas pensando ‘el asesino era este, seguramente le pasó esto’. Y de repente llegas a la cocina y no sabes a qué venías realmente. Algo parecido es lo que interpreto que le ha podido pasar a este padre, pero muy, muy superior. Más estrés, tareas más importantes. ¿Qué pasa? Que si nosotros volvemos a la sala, a la televisión, al cabo de un rato sabemos a qué íbamos a la cocina: a por el vaso de leche. Vuelves y completas las dos tareas.

-¿Nos puede pasar a todos, insisto?

-Sí, de hecho a mí me ha pasado en alguna ocasión esta pérdida de atención. Yo ocasionalmente llevo al colegio a mi hijo, que queda de camino al hospital. Un día iba pensando en el trabajo, me pasé de largo y en lugar de desviarme hacia el colegio llegué al párking de mi hospital. El niño entonces me dice: «Papá, ¿hoy no vamos al cole?». Claro, inmediatamente reaccioné y lo llevé al colegio. Lo normal es que yo recupere la tarea anterior. ¿Qué pasa? Que si yo tengo algo importante de trabajo, tengo un asunto que ha captado demasiado mi atención, si mi hijo no habla, va dormido, me veo que me puede pasar: que baje del coche y aparque. Es difícil, eso sí, que luego no recuperes esa atención y no vuelvas a la tarea anterior: que el niño está en el coche. Es posible que en este caso haya sido un cúmulo de mala suerte. Pero se puede dar, es posible, no hace falta ni estar enfermo ni tener ansiedad ni nada.

-Ni ser un mal padre.

-No, no, no. Yo no me considero un mal padre y me ha pasado. Y sé por mi entorno que hay a más gente que le ha pasado. Y yo no soy especialmente agobiado, ni las tareas me embargan, pero si tienes una forma de ser un poco más preocupada, y te metes mucho en las cosas, es aún más probable. Lo raro, insisto, es que no vuelvas a la tarea anterior. Que no te acuerdes del vaso de leche. Eso es lo raro del caso, que ya te digo que desconozco.

-En ese proceso, ¿la parte automática tiene mucho que ver?

-Nosotros desarrollamos rutinas, ¿qué quiere decir? Que nuestra atención puede estar centrada en una cosa y nosotros podemos seguir haciendo otra actividad de forma automática por debajo. Por ejemplo, conducir. Podemos automatizarla, y de repente nos damos cuenta de que hemos hecho un trayecto sin saber cómo. Eso no quiere decir que no sepas lo que has hecho, pero tampoco vas al cien por cien. Tu cabeza está pensando en otra tarea, y a la vez, por lo aprendido, por lo muy practicado ya, puedes seguir conduciendo. Mi camino al hospital es algo que hago a diario, voy pensando en otra cosa, y en ese momento no me desvío hacia el colegio, porque no estoy atento. Lo raro es no darte cuenta un tiempo después y que no te vuelvas a centrar. Es una coincidencia nefasta lo que podría explicar esta desgracia que ha sucedido, pero no tiene por qué ser un mal padre. Hay casos en los que sí el individuo se fue de juerga, o algo más, y ahí sí hay una mala conducta.

-Hubo un caso también de una madre de ocho hijos que se olvidó a uno pequeño en casa.

-Eso sí es más raro que no te des cuenta en poco tiempo. Pero todo depende de la situación de estrés y la tarea que tienes por delante. Imagínate, la comunión de tu sobrino, que llegas tarde, que estás pensando en ver la cara de tu madre... Eso puede pasar, que no te des cuenta al salir de casa de que te falta uno, si son tantos. Pero enseguida lo normal es que, por ejemplo, al subir al coche repares en que no están todos. Siempre hay momentos en los que repasamos la atención. Si, además, en el caso del padre no tenía costumbre de llevar al niño a la guardería, su automatismo era ir a su oficina, su mente se ocupó de una tarea, entró en automatismo y no fue capaz de volver a la tarea que se había saltado.

-Evidentemente si tu rutina es llevar el niño al cole no te pasa.

-Claro, pero te pones en automático, que es ir al colegio. Si te toca, en cambio, llevarlo un día cuando no es habitual, entonces te pasa como a mí, que llegas con el niño al hospital.

-¿Es similar a cuando uno pierde un niño en un centro comercial?

-Es un poco lo mismo. ¿Por qué lo pierdes? Porque estás mirando un escaparate, porque te encuentras a fulanito y empiezas a hablar con él y tu atención se desvía.

-Pero es inevitable que pensemos: «¡Un hijo es lo más importante!».

-En ese momento, con otras tareas, deja de serlo, aunque en tu interior y en tu moral sea lo más importante. En ese momento no es lo que domina la atención. Estás atendiendo a la conversación de tu amigo, y lo que suele suceder es que hagas un repaso de esa atención cada x tiempo, cada minuto, cada tres... ¿ay, dónde está el niño? Bueno, pues ese recuerdo de la tarea anterior es el que pudo fallar en este caso por esa subjetiva atención.

-¿Antes estas cosas no pasaban?

-La sociedad se mueve muy rápido y esta es sin duda una causa del estrés y la ansiedad que tenemos, que es casi como el estrés patológico. Mi abuelo que trabajaba en el campo, se levantaba temprano, comía, descansaba y a las siete paraba. Y parar significaba parar. No había tele, luz eléctrica, se dedicaría a unas tareas mínimas de casa y luego descansaba, a las 9 o 10 estaba en la cama. Eso te permite descansar, tenía seguro menos estrés, aunque una vida más dura en otros sentidos. Hoy a las siete tienes luz, a las once tienes luz, no hay un regulador natural que cese nuestra actividad, podemos estar 24 horas con actividad, estamos en muchas tareas. Todo alrededor nos lleva a hacer una cosa detrás de otra, muchas cosas, sin descanso. Entras en un centro comercial, tienes la música a tope, los estímulos son muchos, por eso hoy en día, si no lo practicamos, no tenemos un entorno que nos facilite descansar la mente. Disminuir la atención, relajar, para que nuestro cerebro descanse.

-Eso tú sí lo recomiendas.

-Eso lo recomiendo enormemente, es la fuente de la vida hoy en día. El problema de nuestro siglo está ahí: en esta concatenación de tareas que, al final, si uno no le pone cortafuegos, no podemos esperar que nos lo ponga el entorno porque está diseñado para todo lo contrario, como los trabajos. Estamos conectados todo el día, el entretenimiento es también así, todo está diseñado para tenerte conectado, enganchado, atento. Y esa atención desgasta el cerebro.

-¿Entonces tú ves relación entre el tipo de vida y estos casos?

-Sí. El no descansar la mente nos lleva hacia ahí. Lo que no puedo decir es que este señor estuviera así, o que le pasara algo. Si no le ponemos freno nosotros, si no cortamos nuestra actividad, nos puede llevar al desgaste y después sufrir estrés, luego empieza el insomnio; si no descansas bien, al día siguiente tienes que hacer más esfuerzo, pisar más el acelerador... Gastas tus recursos, porque el cerebro no es infinito.