Alberto Pardo de Vera, autor de «La luna de Addis Abeba»: «Es muy duro cuando tu hija adoptiva te rechaza»

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Marcos Míguez

Este gallego acaba de publicar un relato en el que cuenta el proceso de adopción de su hija Asha, quien de adolescente cae en una profunda depresión manifestando con toda su crudeza el síndrome de apego

06 jun 2022 . Actualizado a las 08:49 h.

La luna de Addis Abeba es un relato novelado inspirado en la historia real de una niña etíope que fue adoptada a los 4 años y que aborda, desde una perspectiva pedagógica, los problemas de los que sufren por su identidad. El autor Alberto Pardo de Vera, natural de Lugo, afincado en Madrid, es también el padre de la criatura, y con este relato pretende provocar una reflexión sobre la cara b de las adopciones. «En nuestro caso fueron entre 3 y 4 años de lucha, en los que nos llegó, incluso, a rechazar», señala.

—Una historia tan real como la vida misma.

—Sí, absolutamente real, contada casi, casi al detalle. Se cuenta todo el proceso, incluso desde antes de ser adoptada. Los sentimientos, la preparación del padre, que en este caso soy yo, aunque aparezco con otro nombre. Toda esa etapa que es profunda, complicada, generalmente de mucho movimiento interno para las personas que adoptan, la adopción en sí misma, la adaptación de Asha, la vida en España... El libro cuenta desde los 4 años cuando fuimos a recoger a la niña hasta prácticamente los 17-18 años. Ahora tiene 20.

—Asha es una niña que, a pesar de tenerlo todo, hay un momento en su vida en el que algo le falta, ¿no?

—En realidad, le faltaba algo desde el principio. Los niños adoptados generalmente vienen con lo que se llama adversidad temprana, que es cualquier carencia que hayan podido tener en los primeros años de su vida. Obviamente, el 99 % de los niños adoptados vienen porque tienen una carencia, que se resume en la palabra abandono. Aunque hayan vivido en buenas condiciones y sean entregados respetando su derecho y su dignidad, lo cual no suele ser frecuente, se sienten abandonados y culpables, porque creen que algo deben haber hecho mal o no son buenos o aceptables, y que por eso se les abandona.

—Es complicado.

—Un menor no entiende, y cuanto más pequeño, menos lo entiende. Esto a su vez deriva en un trastorno de apego. El apego es lo que todos los seres humanos construimos en el momento de nacer con la persona, generalmente la madre, que nos cuida. Esto lo desarrollan los bebés inmediatamente, incluso está demostrado que son capaces de reconocer si el que lo está cuidando es la madre u otra persona. A veces ese apego no llega a construirse bien, a establecerse el vínculo con esa persona ni con todas las demás que se suceden en su vida. Ese trastorno de apego estará ahí, a veces oculto como en el caso de Asha. Hay síntomas que te pueden advertir, pero normalmente no les das importancia, te parecen problemas de adaptación, y puede derivar en unos conflictos tremendos en la adolescencia.

 Como padre adoptante me preguntaba si con otra familia hubiera estado mejor

—En el caso de Asha, ¿cómo y cuándo se manifestó?

—Hacia los 12 años aproximadamente, cuando empezó a entrar en la adolescencia. Empezó a decaer, a estar más callada, a ofrecer resistencia al colegio, en el que sacaba notas espléndidas, a angustiarse ante cualquier examen que tuviera, a no querer hacer deporte a pesar de que había ganado premios en varias disciplinas en la categoría benjamín y luego alevín…

—¿A priori podría ser una adolescencia rebelde?

—Sí, por mi experiencia de 40 años como profesor y educador, en la adolescencia se produce una regresión, todos los niños con mayor o menor intensidad sufren regresiones a la infancia, por eso también son tan escandalosos y llaman la atención…

—Pero había algo que no era así…

—Cuando esa regresión se produce de una manera mucho más profunda y empieza a haber comportamientos extraños, rechazo hacia los padres adoptivos, hacia el colegio, hacia la familia, los amigos… obviamente hay algo más. Y si además esa persona empieza a llevar una doble vida, como es el caso de Asha, y se suceden cosas de riesgo… El problema es que no te enteras hasta que la cosa está muy cruda. Asha es una niña muy inteligente que supo cómo hacer para que esa doble vida pasase desapercibida, también porque no nos quería hacer daño, solo a sí misma, por lo que te decía antes de que se sienten culpables.

—¿Cómo lo encajáis?

—Normalmente las familias adoptivas no están preparadas para esto, no lo ven venir porque falta preparación. La adopción es un recurso extraordinario que como tal requiere casi un doctorado en temas de desarrollo infantil, psicología, el mundo de la infancia, el trastorno de apego, etc. Como no tienes esa preparación, vas de sobresalto en sobresalto, y si además esa menor, como Asha, ha tenido una trayectoria, no voy a decir impecable, porque también ha tenido sus cositas, pero grosso modo excelente, pues no lo entiendes, no te lo explicas. Recurres a todo lo que tienes a tu alrededor, empezando por los profesores, el equipo de orientación del centro, amistades, al psicólogo que tienes de mano, que te parece que te puede ayudar, y pones en marcha una serie de recursos que no funcionan, al principio. Hasta que la cosa se agrava, empiezan las autolesiones y recurres a los servicios de salud mental y, afortunadamente, como en este caso, das con gente que sí sabe del tema.

—En esta crisis de identidad, esta sensación de no encajar en ningún sitio, ¿influye la edad a la que llegan?

—No te creas, siempre se pensó que sí, que cuanto más pequeño, mejor, pero esto es muy relativo. Hay muchos casos de éxito de niños mayores, porque de alguna manera su personalidad se ha asentado, vienen más estructurados, no han sufrido un maltrato grave; o si ha sido un abandono, el orfanato en el que hayan estado se ha hecho cargo más o menos de la situación, y han encontrado un referente, a lo mejor no llegan a ser universitarios, pero se adaptan bien. En cambio hay muchas decepciones en niños muy pequeños, incluso en bebés. Hay familias que adoptan bebés y que creen que el niño no entiende nada, no recuerda nada y que prácticamente nace con ellos, y esto es un error. El bebé puede venir ya traumatizado, con un trastorno de apego, simplemente desarrollado en 2-3 meses. Se desmonta esa idea de que los niños pequeños vienen con la garantía como el que compra una cosa nueva. No existe esa garantía.

—Comentabas que hay un momento en el que Asha se rebela, incluso os rechaza. Para unos padres que han vivido un proceso de adopción, que es duro, extenuante, pero que cuando se completa es la felicidad más grande, ¿esto es un jarro de agua fría o se llega a entender?

—Depende de los recursos y la preparación que tengan el padre o la madre. En nuestro caso, yo tengo cierta experiencia como educador también en el mundo del psicoanálisis, igual que su madre, y de alguna manera, hemos intentado relativizar, entender y ver lo que había detrás. A pesar de todo, los jarros de agua fría son bastante frecuentes. Es una montaña rusa, tan pronto te parece que la cosa va a mejor como caes en picado, porque los comportamientos y las sensaciones de Asha cambian de un día para otro. Cuando esto se mantiene un tiempo, en este caso han sido entre 3 y 4 años de lucha, que se dice pronto, es realmente agotador, y hay momentos de desánimo. ¿De tirar la toalla? Nunca, porque sabes que no hay alternativa, que tienes que luchar. ¿De arrepentirte de la adopción? Jamás. Más bien pena por la niña, por lo que estaba sufriendo, y a veces, te cuestionas si tú eras la persona más adecuada, si con otra familia igual hubiera estado mejor. Es muy duro.

—¿Se habla poco de esto?

—Sí, se habla poco del lado oscuro de la adopción. Es la otra cara, no quiere decir que no haya casos exitosos, que los hay, por supuesto. Pero se habla poco de lo que sucede porque también hay otra cuestión, las familias adoptantes cargan con un cierto sentimiento de culpa cuando la cosa no va bien. Tiendes a pensar que eres tú el que falla, que has hecho algo mal, y cuando sucede esto, no cuentas mucho las cosas. Y tampoco lo haces porque no quieres estigmatizar al menor, la gente enseguida hace juicios de valor. Cuando mi hija se escapaba alguna noche de casa, alguna madre lo sabía y lo comentaba con cierta mala fe. «Fíjate, Asha se va por la noche. Menudo problema tienen». Esto hace que no cuentes mucho, solo en el ámbito terapéutico.

—Hace poco una experta en adopción me decía que recibe llamadas de niños de familias, a las que en su día ayudó con la adopción, preguntando por sus orígenes. A veces, ellos quieren tirar del hilo.

—Nosotros desde el primer momento que la recogimos tuvimos claro que queríamos conocer a la familia. Ella hablaba de una abuela y de la madre; el padre no llegó a conocerlo, murió cuando era pequeñita. Hicimos seis búsquedas diferentes, esto antes de que estallara el conflicto, porque nos parecía importante, ella tenía muchos recuerdos de su vida en Etiopía y, además, queríamos ayudar a esa familia, agradecerle el relevo en la crianza de la niña.

—¿No fue un problema?

—Nunca. Es muy importante para ellos, porque algunos tienen a su familia de origen, aunque no la hayan conocido o reconocido, en el caso de los bebés, en su fantasía. Saben perfectamente que no son hijos genéticos de los padres adoptivos, y de alguna manera tienen una doble vinculación: una real con los padres adoptivos, y otra imaginaria con esa familia con la que fantasean. Es muy importante para construir su identidad el abordar este tema, el de la búsqueda de los orígenes, aunque esto se traduzca, como en el caso de Asha, en conocer simplemente el entorno en el que vivió.

—¿No los encontrasteis?

—No encontramos a su familia, pero al menos buscamos con ella. Cuando empezó a superar su conflicto la llevamos allí. Fue un viaje importante, pisó las calles por donde anduvo de niña, buscó con nosotros, conoció a gente… De alguna manera, conectó con esa fantasía en la realidad. Esto es algo que cada vez se reclama más, y no entiendo que los padres adoptivos se nieguen, porque alguno se niega, lo viven como un rechazo, les preocupa. Creo que hay que hacerlo bien, porque también hay familias biológicas que no quieren saber, y también tienen ese derecho.

—¿Ahora, cómo está la cosa?

—Con algunos altibajos, pero aceptándolos... y a nosotros.