Mai Oltra, 34 años: «Perder 51 kilos no me hizo más feliz»

ALEJANDRA CEBALLOS LÓPEZ / S.F.

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«Cuando tenía una obesidad mórbida, me veía sexi», expresa Mai, que llegó a pesar 131 kilos

23 jul 2022 . Actualizado a las 10:25 h.

«La gente utilizaba mi forma de ser y mi cuerpo para hacerme bullying; era gorda y sacaba buenas notas. Los niños en la escuela me daban palizas. Entonces, comía mucho a escondidas, y había dos opciones: o me sentaba mal y vomitaba o le decía a mi madre que me dolía la tripa y así podía faltar al colegio. Para mí era un día salvado, en el que no me insultaban, no me pegaban ni me humillaban. Descubrí muy joven que comer compulsivamente tenía ese efecto: no tener que ir a estudiar. Tengo tan vivo el recuerdo que si cierro los ojos, me veo en casa de mis padres, al lado de la despensa y te puedo decir, uno a uno los alimentos que estaba tomando». Así comienza la historia de Mai Oltra, cuando solo tenía 8 años.

Ahora tiene 34, hace siete decidió comenzar el proceso que la llevó a perder 51 kilos y escribir su libro: 51 kilos menos. Sin embargo, ella recalca que lo más importante no fue la pérdida de peso, sino aprender a gestionar sus emociones y el trastorno de alimentación. Mientras hablamos por teléfono, detiene el coche. «Si sigo,ya no tendré cobertura», explica al tiempo que me cuenta que hace dos años también se mudó de Barcelona a una aldea de 8 habitantes en Girona donde solo hay internet por radio. Lo que sí tiene es una vida coherente con lo que quiere desde lo emocional y lo ecológico. Cultiva sus propios alimentos y a su alrededor hay una red de personas que la sostiene y está ahí en los días duros, cuando aparecen los fantasmas de los 17 años que sufrió Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA).

A los 25 años, Mai tenía obesidad mórbida, pesaba más de 130 kilos y sufría trastorno por atracón. En el momento en que fue consciente de que algo no iba bien decidió hacer un cambio en su vida. «Un médico me dijo que las personas que tienen comportamientos adictivos o nocivos son capaces de salir del bucle cuando el placer que esto les aporta les hace más mal que bien. Yo, hasta entonces, le mentía a todo mi entorno, si tú le preguntabas a cualquier persona te decían que yo comía poquísimo. Lo que pasa es que alternaba restricciones muy fuertes con atracones muy bestias. Estaba sufriendo tanto que fue entonces cuando decidí pedir ayuda», relata.

Sobre la vulnerabilidad

Oltra insiste en la valentía que implica aceptarse vulnerable y buscar ayuda. Más allá de médicos y psicólogos, contar con alguien a su lado hizo que el proceso fuera más llevadero. «Nos han enseñado el estoicismo de “poder con todo”, pero no hay nada más bonito que tener a alguien que te sostenga. Esto para mí es un logro. Tengo una red de personas que me cuidan y me quieren cuando yo no puedo sola», reflexiona.

Con su médico de cabecera y un enfermero nutricionista empezó el verdadero cambio: aprendió a sentir el hambre y la saciedad otra vez, aprendió a comer bien. Pero la preocupación de fondo no eran los kilos de más, sino, sobre todo, la parte emocional. «Incluso cuando tenía una obesidad mórbida, yo me veía sexi. Pero había pasado por todas las dietas, porque no era el cuerpo, sino la relación con la comida lo que me hacía daño. Gestionaba mis emociones comiendo, y sentía mucha culpa porque engordaba, sufría mucha gordofobia y así me pasé desde los 8 años, que tengo el primer recuerdo de atracón, hasta los 25. Lo que me salvó fue el acompañamiento psicológico», continúa.

Pero no fue fácil llegar hasta aquí. Sufrió maltrato por parte de compañeros y profesores, juicios injustos del personal sanitario y la machacaba la sensación de no tener un cuerpo con derecho a hacer ejercicio. «Una vez en el colegio me pegaron una paliza y, para poder irme, me hice daño en el tobillo corriendo. Le pedí a mi madre ir al médico porque me dolía caminar y al llegar, lo que el doctor me dijo fue: `Bueno, es que con el peso que tienes, habría que reforzar los tobillos´. No fui capaz de confesar que estaba huyendo de las palizas de mis compañeros», cuenta.

Mai también atravesó conductas relacionadas con el alcohol, al que recurrió tras la muerte de su padre. «Cuando bebía compulsivamente nadie me dijo: `Tendrías que dejar de beber´, pero sí: `Tendrías que adelgazar´. Viví la gordofobia desde la culpa. Es como cuando estás triste y te aconsejan que no lo estés´. Pero sí me sugerían: `Deja de  comer´.Bueno, ya quisiera yo dejar de comer, lo hacía hasta el punto que me dolía».

Aun así, reconoce que los atracones le salvaron la vida. «Era la única manera de dejar de sentir sufrimiento. Ahora tengo otras herramientas, hubiera pedido ayuda antes, evidentemente. Pero no me puedo arrepentir, fue el recurso que tenía para dejar de sentir dolor».

 Estaba sustituyendo los atracones por el control sobre lo que comía o el deporte que hacía.

Un ejemplo para otras

Después de superar los atracones hubo un período corto donde la obsesión de Mai fue mantenerse delgada, reforzada por todos los halagos que venían del exterior. «Mi niña herida se sentía muy valorada porque había bajado de peso, porque de repente un pantalón de Zara me entraba. Por eso acabé desarrollando una anorexia. Llegué a tener un peso muy bajo, poco saludable para mí. Estaba sustituyendo los atracones por el control sobre lo que comía o el deporte que hacía. Por suerte y con ayuda terapéutica, lo frené muy pronto. Ya llevo 5 años desde que me dieron de alta», cuenta con orgullo.

Parte de su propósito actual es evitarle ese dolor a otras niñas, así que da charlas en institutos sobre la influencia de las redes sociales en la percepción de la imagen corporal. También comparte su experiencia en cuenta de Instagram @entretallas «Es importante explicarles mi experiencia desde alguien que toda su vida se pasó deseando un cuerpo determinado y pese a perder peso, sintió que no era suficiente. Pasé de un trastorno a otro en la búsqueda de cuerpos “perfectos”, que nos ha hecho anhelar la sociedad en la que vivimos».

«Cuando sufría anorexia seguía muchas cuentas en redes sociales que me hacían muchísimo daño, porque venden una imagen que es absurda, cada persona es un universo, y esto solo aumentaba el odio a mi cuerpo. Aparte, al haber perdido tanto peso, me quedó mucha piel —tengo 6 o 7 kilos que sobran—, pero no me voy a operar. Ahora he dejado de seguir muchas cuentas de alimentación saludable, porque categorizan los alimentos como buenos o malos, y al final, terminas culpabilizándote por comerte un trocito de brownie», reflexiona.

El camino continúa y su discurso ha ido evolucionando. Algunos fantasmas siguen allí, como la dificultad de entrar sola al supermercado en los días difíciles. Sin embargo, la parte más complicada se ha quedado en el pasado. Lo que comenzó con un proceso largo y de paciencia en el que Mai se reconcilió con el ejercicio y la comida, está en el punto en el que es capaz de mirar sus temores a la cara y reconocerse vulnerable sin que eso suponga un problema.

Al final, Mai ha aprendido a comer sin culpa, a moverse por gusto y no por obligación. Se conoció a sí misma, descubrió que era una tía guay, una persona criada desde el amor, dispuesta a cuidar a los otros y de sí misma. También entendió que ella es mucho más que el dolor que sufrió en algún momento, o los kilos que bajó. «Lo importante es aceptar tu cuerpo en el momento en el que está y que tu estado de ánimo no dependa de cómo te veas. Y eso solo puede conseguirse con amor. El camino hacia una vida tranquila y en paz pasa por el amor. La vuelta al sol número 34 me ha traído este aprendizaje», concluye Mai.