Nadia Quintela es madre, madrastra y «familia patchwork»: «Lo primero que debemos hacer las madrastras y los padrastros es entender los duelos de los menores, y poner normas»

ACTUALIDAD

Nadia, de 42 años, tiene dos hijas y un hijastro de 17 años.
Nadia, de 42 años, tiene dos hijas y un hijastro de 17 años. ANGEL MANSO

Ser madre y madrastra no es un cuento de hadas... O sí, porque los estereotipos de ficción aún calan en el mundo real. Nadia tiene dos hijas de padres diferentes y un hijastro con el que ha afrontado nueve años de duro y fructífero camino. La suya es una «familia patchwork» que ha reforzado sus vínculos

18 nov 2025 . Actualizado a las 08:07 h.

Nadia Quintela tiene nombre de protagonista de novela y una vida con argumento y reveses en la trama. A sus 42 años recién cumplidos, esta periodista coruñesa sin miedo a reinventarse sin espejitos mágicos se ha casado dos veces (la primera, en una boda solo para adultos, sin niños; la segunda, sin anillos, con hija e hijastro, y con votos de arena), ha superado un duro duelo laboral, y es hoy una madre y madrastra dispuesta a arrancarle el corazón a estereotipos caducos. La suya, dice citando una expresión que leyó en el libro En familia!, de Alexandra Maxeiner y Anke Kuhl, es una «familia patchwork». «Somos una familia patchwork porque estamos hechos de retales, somos un poquito de aquí y un poquito de allá... Mi hija mayor tiene un hermano por parte de su padre, una hermana por parte de su madre y un hermanastro, que es el hijo de mi marido», explica en una frase esta comunicadora que fue Meiga Mayor en el 2010.

Ser madre no es fácil, por más que se haga con amor y entrega la vida entera. Ser madrastra —con el lastre de un largo tren de clichés y mandatos— menos. ¿Se puede ser madrastra y no morir en el intento? Nadia es un ejemplo. Sigue viva, y vive para contarlo, tras más de ocho años de paciencia y esfuerzo. «Alguna vez pensé que me iba a quedar por el camino...». Pero ha sobrevivido a circunstancias como puñales. «La clave, en mi opinión, es que tus hijastros o hijastras tengan una buena relación con tu pareja; es decir, en este caso, su padre. Porque si la relación con su padre o con su madre es buena, todo es más fácil», sostiene Nadia.

Sin tópicos, sermones, clichés ni prejuicios a la vista se expresa esta luchadora que nunca se da por vencida, que da cuenta de que la maternidad y la madrastridad son cosas distintas, pero tienen algo en común, además de sentimientos a flor de piel que si se silencian se enquistan. Estos dos roles cargados en lo educativo hacen que la mujer esté en el ojo del huracán de la crítica. Socialmente hay muy pocas cosas peores que ser «malamadre». Una, sin duda, es ser una madrastra dispuesta a poner normas y límites con asertividad y valentía. Nadia, que fue madre antes que madrastra, pone límites tras saber lo que es «hacer de tripas corazón» cuando una relación se rompe y hay pequeños a los que proteger de las heridas y los trapos sucios de la ruptura. Pasa en las mejores familias...

«Hay dos tipos de madrastras: las que tienen hijos y las que no»

«La primera vez que mi hijastro me dijo ‘‘te quiero’’, las Navidades pasadas, fue especial... Fue por WhatsApp en un momento en el que estaba haciendo de canguro de su hermana, de mi hija pequeña. Yo soy el vínculo entre su padre y él y él lo empieza a valorar», comparte Nadia. La historia de su hijastro con su padre fue dura, señala, y ella, como pareja de papá, lo tuvo «muy difícil, implicó años de terapia».

Nadia asegura que, tras romper con su primer marido, como madre se lo puso «fácil» a la nueva pareja de su ex. Su primera hija, Sofía, tenía 5 años cuando su padre rehízo su vida sentimental. «Yo tardé un poco más. Y mi hija me decía: ‘‘¿Y tú no tienes novio?”. Mi hija Sofía fue una suerte. Olivia, la pequeña, es más toxiño...», detalla.

En los cuentos no hay madrastra que sea buena. En la vida, según Nadia, «hay dos tipos de madrastras: las que tienen hijos y las que no». Cuando la que no tenía hijos se estrena como madre las cosas cambian, se complican los vínculos, que no son solo lo que reparte el azar de la naturaleza, sino los que se van tejiendo. «Solo sabes lo que duelen los hijos cuando los tienes», explica quien asegura que como madrastra no se ha limitado a aceptar cualquier cosa.

Poner límites es la prueba de fuego del amor y el cuidado. Y esos límites, si muchas veces no se entienden en las madres (inolvidable el éxito popular del «yo por mi hija mato»), son impensables de partida en una madrastra.

Cada familia es feliz a su manera. Las «familias patchwork» —que, según el INE, las enlazadas o ensambladas pueden ser un 14 % del total de las familias españolas— se parecen en la cantidad de personas y la complejidad de las relaciones que entran en juego en ese tapiz que rompe el molde convencional que impera. Por ejemplo, en la familia de Nadia rara vez conviven cinco personas en casa (ella, su pareja, su hija en común, la hija de Nadia y el hijo de su pareja), pero pasan de tres a cinco de golpe al menos uno o dos fines de semanas al mes.

Las normas y la adolescencia no hacen match de primeras. La rebeldía y los duelos entran a todo trapo en escena, cada cual reivindicando su sitio. «Las madrastras y los padrastros tienen que entender los duelos de los menores. Y entender esos duelos no es que los padres expliquen por qué se separan, que es algo que hoy está al orden del día, sino ver de qué manera se puede reajustar la relación con los progenitores. Pero nadie les ha explicado qué papel tenemos que tener o cómo hay que hacer en lo concreto, cuando vienen sus amigos, por ejemplo... Yo trato de ser la madrastra superguay. Les pongo normas, pero soy enrollada», dice quien vive con la puerta abierta a la novia y las amistades de su hijastro.

La relación de Nadia con él fue el fruto de un largo y arduo camino en el que debió ir sorteando socavones y piedras. «Cuando le dijimos que iba a tener una hermana [la benjamina de la familia, Olivia] él se puso a llorar de emoción. No puedo olvidar ese día. Fue tan bonito... Ver el vínculo que tiene Tomás con Olivia, que se llevan 13 años, ha sido muy especial, un regalo», cuenta Nadia. Al principio, hubo que situarse; la pequeña Olivia pensaba que Tomás era un «amigo de papá». Todo llevó su tiempo, como es natural. Con hijos e hijastros, los frutos de la cosecha se ven muy a menudo a largo plazo.

REVISIÓN DE ROLES

Tomás tiene un papel destacado en esta historia de largo recorrido. «Me ha dicho que ha necesitado tener más edad para valorar el papel de las madrastras y cómo te ayudan en la relación con tu padre. Cuando me lo dijo, yo pensé: ‘‘Es la mejor recompensa que puedes tener’’», valora esta mamá que alberga un deseo para madrastras debutantes. «Que lo tengan más fácil que yo», manifiesta, por más que el esfuerzo merezca la pena. Algo que no duda.

«Tienes que ser muy generosa», dice Nadia, y esa generosidad va no solo de aprender a encajar cosas que no te gustan; por ejemplo, del trato que ves a tu hija a veces por parte de la pareja de tu ex. Aprender a encajar, pero diciendo eso que molesta que no te parece adecuado. La generosidad sabe de límites, atreverse a ponerlos es un ejercicio que sienta las bases del respeto mutuo, el cariño y la confianza.

«Si solo ve a su hijo cada dos fines de semana, es fácil que un padre le consienta muchas cosas. Muchos progenitores que tienen a su hijo esporádicamente, al niño se lo consienten todo», apunta Nadia. Quién quiere ser un padre autoritario o de mal rollo cuando el tiempo con un hijo es escaso. «¡Cómo no voy a ser yo la madrastra mala si soy la de las normas!», plantea. Llevado a lo concreto, si en casa ese día hay de comer espaguetis, se comen espaguetis. Nada de menú a la carta. Nada de móviles a la mesa.

En las tormentas de la adolescencia, como dicen los expertos en la edad de la metamorfosis que afecta a todo Kafka, hay que ser junco o palmera, pues en la flexibilidad está la fortaleza de no romperse a las más duras. «En todo caso, hay que tener claro [cuando hay divorcio, y dificultad para reconfigurar las relaciones y los roles de la familia] que el niño no tiene la culpa», subraya Nadia.

Hijastras e hijastros influyen en la relación de pareja. «Claro —asiente—, pero mi marido y yo también discutimos por mi hija... Madrastras y adolescencias no son la combinación ideal». «Pero la historia es tan injusta para las mujeres que hasta las madrastras somos protagonistas... Los padrastros no», piensa. En ese estigma está escondida la fortaleza emocional de las mujeres. Es una suerte de manzana envenenada.

Mucha mujer se dejó la piel y el corazón por el camino de tejer vínculos familiares en situaciones difíciles. «No sé cómo no me quedé por el camino», revela Nadia, que cuenta que en su «caminito» con Tomás hubo un punto de inflexión doloroso, «un impasse». «Creo que ahora estoy recogiendo lo que he sembrado durante nueve años. Y creo que me lo he ganado», se empodera. «Cuando él ve que estoy ahí, incluso cuando la relación entre su padre y madre no pasa por el mejor momento, lo valora. Ve que estoy y que soy implacable. Que si te tengo que reñir, te riño. Que puedo dar un consejo... ». Nadia se los da a Tomás, no como «a un hijo, porque no es tu hijo». Él tiene a su madre.

A un hijastro no se le quiere como a un hijo. Tampoco se quiere a los hijos igual, sostiene Nadia. «A mis hijas no las quiero igual. Con la misma intensidad sí, pero diferente», explica.

No hay emoción que justifique que la escondan si hay confianza. «A mí mi hija de 4 años un día me preguntó: ‘‘Mamá, ¿a ti te han roto el corazón alguna vez?’’». «Y yo: ‘‘Pues sí’’». «¿Cuando te descasaste con papá?»... Es la vida.

Las madres, como los ricos, también lloran. Y cuando sobreviven a lo duro de ser madrastras pueden reír como la más escandalosa. ¿Lo mejor del camino de madrastridad de Nadia? «Lo mejor son muchas cosas. La primera vez que me dijo ‘‘te quiero’’. Cuando lo veo que se preocupa por mi hija Sofía (la fue a ver al hospital, ella estuvo muy malita). Veo lo buen niño que es y cómo se ha dado cuenta, a sus 17 años, de muchas cosas que antes no veía».

Hijastro, hijastra, madrastra y padrastro no son palabras de su diccionario familiar de usos. «Cuando ellos empiezan a quererte, no les gusta decir esas palabras, que son feas», considera Nadia que no olvida, como el común de los mortales, la maldad de la madrastra de Blancanieves. «¡Ni la de Cenicienta! Porque la de Blancanieves no tenía hijos, pero la de Cenicienta sí...», dispara. «No hay madrastra buena en ningún cuento, película o serie —advierte—. Bueno... Sí hay una. ¿Sabes esa película de Susan Sarandon y Julia Roberts, Stepmom...? ¡Cómo lloré! Esa; yo soy esa madrastra», el personaje de Julia Roberts en el filme traducido al español como Quédate a mi lado. «No es que me compare con Julia Roberts, eh...», sonríe esta madre y madrastra que valora el fruto de haber trabajado años los vínculos familiares. Una «familia patchwork» es el arte de combinar retales sin que quede uno fuera.