Guerra abierta en el campo por la gestión del lobo

Raúl Álvarez OVIEDO

ASTURIAS

Lobos muertos
Lobos muertos Coordinadora Ecoloxista d?Asturies

La escalada verbal de descalificaciones ahonda la brecha entre los dos campos. Algunas asociaciones consideran a los pastores responsables de incendios y ataques a la fauna y los sindicatos agrarios replican con descalificaciones a los «ecoterroristas»

12 nov 2017 . Actualizado a las 09:32 h.

Nunca la gestión del medio natural asturiano había sido tan divisiva. La deriva hacia posiciones irreconciliables de las asociaciones que representan a los agricultores y ganaderos de la comunidad autónoma, por un lado, y las organizaciones conservacionistas, por el otro, ha llevado a las relaciones entre ambos bandos a un punto bajo sin precedentes en las últimas décadas. Los desacuerdos sobre las prioridades y las formas de abordar los problemas no son ninguna novedad, han existido siempre, pero tampoco se recuerda otro momento tan cargado de desprecio mutuo e intercambio de calificativos y acusaciones tan graves. Si desde las entidades agrarias se desliza el término ecoterrorismo para definir el comportamiento de los activistas verdes, estos, a su vez, replican a los ganaderos con cargos de comportamiento mafioso y exterminador de especies. La actitud hacia el lobo, cuya población tiene un tamaño insoportable y un comportamiento agresivo y en exceso dañino para unos y una conducta normal en un animal salvaje a juicio de los otros, ha sido la espoleta de una crisis y unas discrepancias sin remedio que se extienden ahora hacia otros ámbitos: la gestión del oso pardo, una especie hasta ahora totémica e intocable; la responsabilidad en los graves incendios de los últimos años; y la reforma de la ley de montes, que tras un cambio aprobado por la Junta General permite el aprovechamiento para pastos de terrenos quemados.

«Hay ecologistas que son radicales, verdaderos ecoterroristas. Vienen con acusaciones injustificadas y sin pruebas contra todos los ganaderos. Absolutamente todos, sin excepción. De esa manera, no solo somos quienes sufrimos las consecuencias de una mala gestión, sino que además nos retratan como delincuentes», ha afirmado esta semana la secretaria general del sindicato agrario COAG en Asturias, Mercedes Cruzado. «El lobo no es el único problema, y probablemente ni siquiera es el mayor, de los ganaderos asturianos. Además, el mundo rural abarca muchos más aspectos que la ganadería. No solo ellos pueden decidir sobre la biodiversidad, la riqueza y los recursos naturales, que son de todos. La gestión no puede hacerse de esa manera. Claro que existen los daños, pero para cubrirlos están las compensaciones de la administración», señala, por su parte, Olga Álvarez, coportavoz en Asturias, de Equo, el partido verde.

Precisamente sobre la administración (el Gobierno autonómico, que ejerce las competencias en la materia) se cruzan las miradas y los reproches. A los ecologistas les parece criticable su opacidad, la falta de datos concretos a partir de los cuales puedan formularse políticas. Los ganaderos creen que no hace lo bastante para impedir la proliferación de daños. Hay quien interpreta esa pasividad como alineamiento del Principado con una de las dos partes, aunque no hay acuerdo sobre cuál: depende del alineamiento del observador, que por lo general considera que el Ejecutivo favorece a la parte contraria en la polémica. Sin embargo, Xuan Valladares, impulsor del colectivo Asturias Ganadera, opina que es una postura calculada para presentarse ante la opinión pública como la opción templada y responsable entre los dos radicalismos opuestos de quienes quieren matar muchos lobos y quienes no quieren tocar ni uno solo.           

Choque de ideas

Valladares, muy activo en los últimos meses, presenta un perfil mixto, inhabitual en el campo asturiano. Tiene un título universitario en Biología. Al completar la licenciatura, decidió regresar al oriente, al pueblo, para vivir de la ganadería. Lo que se encontró fueron dificultades insalvables para reconciliar el cuerpo de planteamientos teóricos que le había proporcionado su educación con los retos prácticos que le planteaba la vida diaria. «Entiendo el conservacionismo y tengo sensibilidad ambiental, pero se da un ecologismo rancio, algo maximalista y muy poco ilustrado. Hay mucho ecologista desinformado. Lo sé porque yo venía con los mismos prejuicios. Eso lo aprendí al ver las realidades», señala. A su juicio, el enrarecimiento de la situación y la propensión al enfrentamiento de los sectores más exaltados de ambas partes de la divisoria son indiscutibles. Cualquier solución, opina, debe pasar por aislar a esos sectores nada dispuestos al compromiso. «Hay fanáticos e irresponsables en todas partes, aunque yo diría que son menos entre los ganaderos que entre los conservacionistas, que son menos quienes defienden matar a todos los lobos que los que no quieren cazar a ninguno. De todas formas, también creo que los más ideologizados son quienes se expresan más en ambas partes. Encuentro más fanáticos en los medios que por la calle», resume.

El surgimiento de nuevas agrupaciones conservacionistas que cuestionan desde la base el control de las poblaciones y el sentimiento de agravio en el campo después de decenios de abandono se combinan, a juicio de Valladares, para dar lugar a esta nueva mezcla explosiva de ideas y sentimientos contrapuestos. «En los últimos 40 años, no se ha hecho nada por el mundo rural. Al contrario. Se le ha desempoderado. Se han prohibido sus prácticas tradicionales y no se le ha dado una gestión alternativa. Y, al final, para los ganaderos, la cuestión de los daños causados por la fauna salvaje no es académica. Si te matan 30 ovejas y solo cobras la indemnización por una, te cabreas por necesidad. Ser ganadero o ser ecologista no hace a nadie más ecuánime», reflexiona.

Equo, sin embargo, pone objeciones a ese planteamiento. «Se confunden los marcos y no se analizan los problemas de unos y de otros. No todas las explotaciones sufren por igual. En unas se producen ataques y en otras no. ¿Por qué es así? ¿Por qué algunas no sufren daños, o sufren pocos, y otras sufren muchos? Quizá el problema no sea el número de lobos, sino la gestión de las explotaciones. Unas lo hacen bien y otras menos bien. Ese debate, sin embargo, no se da. Nosotros creemos que el lobo y la ganadería son compatibles», apunta Olga Álvarez. 

Solo en Asturias

La Fundación Oso Pardo, que trabaja por la conservación de esa especie en diversas comunidades autónomas y en foros de ámbito nacional, añade otra consideración al debate. El enconamiento máximo entre las posturas opuestas es una singularidad de Asturias. Galicia y Cantabria, por citar a dos comunidades vecinas del Principado, han encontrado enfoques pragmáticos respaldados por consensos amplios. «Desde luego, lo que pasa en Asturias no sucede en otras partes. Si no se recupera la voluntad de acuerdo, las cosas van a ir a peor», vaticina el presidente de la organización, Guillermo Palomero.

En algunos aspectos, ese empeoramiento ya está en marcha. Las hostilidades que rodean la gestión del lobo empiezan a envenenar otras cuestiones sobre las que hasta ahora nadie había levantado la voz. Este año, por primera vez desde que la situación del oso pardo tocó fondo en los años 90 y se empezaron a aplicar las medidas para evitar la desaparición completa de la especie, se han empezado a escuchar algunas quejas acerca de la recuperación excesiva de sus poblaciones y de los daños que causa a la ganadería. Son voces minoritarias y las medidas de control que plantean en ningún caso llegan a pedir la caza de ejemplares, pero son una advertencia. «El oso no es el lobo. Sigue en una situación delicada, aunque tenemos ya la mayor densidad de población de Europa. Pero si empieza a crear problemas, lo mejor es tener soluciones preparadas», señala Valladares. Olga Álvarez cree que no hay debate posible: el oso pardo aún continúa en la lista oficial de especies en peligro de extinción, a pesar de que su situación haya mejorado en los últimos años, y no puede hacerse nada que le perjudique. 

Sospechas incendiarias

Los incendios, que el mes pasado resurgieron con efectos arrasadores en el suroccidente de la comunidad autónoma después de otra oleada preocupante en la primavera, vienen a redondear las causas de enfrentamiento. Hace unas semanas, mientras ardían las inmediaciones de la reserva de la biosfera de Muniellos, uno de los lugares que simbolizan la asociación de Asturias con el eslogan del paraíso natural, y las llamas amenazaban al mismo tiempo otras decenas de montes y núcleos de población en la comarca, muchos dedos señalaron de inmediato el interés por la generación de pastos como una causa probable para explicar el origen de muchos de los focos. El cambio legal, aprobado en marzo por la Junta General con el apoyo de todos los grupos políticos excepto Podemos, permite el uso ganadero de terrenos quemados, aunque aún restringe las zonas de arbolado y aprovechamiento maderero.

Para Podemos y los demás detractores de la medida, la nueva figura crea incentivos para el uso del fuego como generador de pastos, una práctica secular y común para eliminar la maleza y abrir terreno para el ganado. «El fuego no soluciona nada. El problema, precisamente, es que hay muchos montes sin presión ganadera en los que no hay vínculos con la actividad humana ni limpieza», diagnostica Olga Álvarez. La coportavoz de Equo está preocupada porque ese discurso, unido al de la caza de las especies que generan inquietud, le suena a marcha atrás en el tiempo. «Volvemos a los años de las alimañas. Es una retroceso hacia lo que se oía hace más de cuarenta años atrás. Es una regresión histórica para la que no hay ni razón ni legalidad», añade. Valladares, por el contrario, señala el uso del fuego desde hace milenios y apunta que no cualquier hectárea de terreno tiene el mismo valor que Muniellos. Señala, además, que algunas acusaciones contra los ganaderos son, de manera manifiesta, infundadas. Los incendios que comienzan en laderas muy empinadas no tienen nada que ver con los pastores, que en ningún caso van a sacarles partido, asegura.

Sobre el terreno, algunos ganaderos añoran un poco de tranquilidad. El secretario general del sindicato UCA-UPA, José Ramón García Alba, asegura que los ánimos estarían más tranquilos si el sistema de pagos por los daños contase con más presupuesto para cubrir todos los casos y funcionara de forma más ágil. Él intenta evitar su encasillamiento en ningún bando y no se siente parte de ninguna guerra en el campo, salvo como víctima. «Si es que solo somos sufridores. A los ganaderos nos atacan a la vez los lobos, los ecologistas y la administración», asegura. La controversia, sin embargo, les seguirá persiguiendo. Hay en marcha un cambio de enfoque sobre muchas cosas y el terreno aún no está listo para asentarse.