El aniversario de la revolución de 1934 en Asturias se cumple sin conmemoraciones oficiales y envuelto en las nieblas del mito

La madrugada de un día tal como hoy hace 85 años era de un amanecer muy distinto en Asturias. Con la salida del sol, una acción coordinada de trabajadores, con los mineros como principal fuerza de choque ponían cerco a los principales cuarteles de la Guardia Civil en las áreas más pobladas de las cuencas mineras, cuarteles a los que se conminaba a rendirse bajo amenaza, cumplida, de ser volados a fuerza de dinamita; y una fuerza de alrededor de 800 hombres cruzó los primeros disparos con agentes de la Guardia de Asalto en los alrededores de La Manzaneda, camino de Oviedo. Acaba de comenzar la revolución de octubre de 1934, que se extendió en Asturias alrededor de dos semanas, y que se saldó con alrededor de un millar de muertos, graves destrozos en la capital, una durísima represión y también en la creación de un icono político, un mito que se agrandaría años después con la Guerra Civil pero que, en la actualidad, 85 años después apenas ha contado con conmeraciones de renombre ni en Asturias ni tampoco a nivel nacional.

Hubo un octubre en Asturias, otro en Cataluña (de índole nacionalista que duró apenas un día) y poco más que conatos en Madrid y el País Vasco. Lo que permitió que la insurrección asturiana se convirtiera en una revolución hecha y derecha, capaz de dominar durante varios días la práctica totalidad del territorio, no fue sólo la mucha mayor preparación de los implicados (que llevaban meses acumulando armas y preparándose para el enfrentamiento) sino un hecho político crucial que no volvería a repetirse y que forjó (aquí también) uno de los lemas míticos de la Guerra Civil del 36: el U.H.P (Uníos Hermanos Proletarios), porque sólo en Asturias hubo un acuerdo (y no sin disputas) pero que se mantuvo para un entendimiento entre las principales fuerzas del movimiento obrero de la década de los 30, los socialistas, los anarquistas y los comunistas.

Firmemente asentados en las cuencas mineras desde el primer día de la revuelta (en momentos de mucha turbulencia llegaron a difundirse panfletos con órdenes del comité revolucionarios proclamando la abolición del dinero en La Felguera), los esfuerzos militares de los revolucionarios se centraron en la toma de Oviedo, donde se vivieron encarnizados combates en las calles, y en detener la entrada del Ejército de la república desde León, en Campomanes donde se dieron auténticas batallas que se prolongaron hasta el 13 y el 14 de octubre, cuando empieza la retirada de los revolucionarios. Los insurrectos instalaron una ametralladora la estratégica posición de la iglesia de Santa Cristina de Lena, los soldados de Oviedo resistieron a los revolucionarios desde la torre de la Catedral. La biblioteca y el edificio histórico de la Universidad ardieron. Además de las humanas, con ejecuciones sumarias y torturas tras la derrota se sumaron a una pérdidas materiales terribles para Asturias y que además se prolongaron aún más con la Guerra Civil. 

La revuelta asturiana se explica por el éxito de la denominada «alianza obrera» pero también tuvo un peso fundamental la influencia de la prensa obrera, y singularmente el periódico socialista Avance. Años atrás, para crear polémica con las protestas mundiales contra la segunda guerra del Golfo en Irak, el filósofo Gustavo Bueno terció diciendo que fue en la revolución asturiana cuando se había fraguado el concepto de «guerra preventiva». Más allá de la boutade, lo cierto es que los revolucionarios asturianos llevaban meses informándose a través de las páginas de este diario (de gigantesca tirada para su época, hasta 25.000 ejemplares) sobre los avatares de Austria, Alemania e Italia y el ascenso de los gobiernos fascistas y nazis. A sus ojos, la entrada de la CEDA en el gobierno de Lerroux (que fue lo que disparó la revuelta el 4 de octubre) era el comienzo del fin de la república y el inicio de un estado autoritario al que querían plantar batalla para no terminar como había ocurrido a muchos partidos de izquierdas en otros países europeos. También es cierto que en el desarrollo de la república iban cada vez quedando menos aprecios a la democracia y tanto a la izquierda como al derecha eran cada vez más voces las que se sumaban a una apuesta para hacerse con el poder con la fuerza de las armas.

La España de los años 30, como otros países de Europa, su muy frágil república, estaba acosada por una durísima crisis internacional iniciada con el crack del 29. Las democracias liberales caían como piezas de dominó en el centro de Europa bajo regímenes totalitarios y la Unión Soviética en Rusia estaba todavía muy lejos de su decadencia. El filósofo Slavoj Zizek señala que en nuestro tiempo contemporáneo podemos imaginar todo tipo de universos paralelos y sociedades de fantasía pero no una alternativa real al capitalismo. Los revolucionarios de Asturias en 1934 sí la que veían posible y además sentían que la tenían al alcance la mano, rozándola con los dedos.

Indalecio Prieto llegó a sacar una pistola en el Congreso en julio del 34. Ese era el clima. Tomó parte fundamental en los acontecimientos de octubre y, sin embargo, años después no dudó en expresar su arrepentimiento. En México, en 1942, antes de que terminara la II Guerra Mundial, declaró: «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario [de octubre de 1934]. Lo declaro, como culpa, como pecado, no como gloria. Estoy exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento, pero la tengo plena en su preparación y desarrollo. Por mandato de la minoría socialista, hube yo de anunciarlo sin rebozo desde mi escaño del Parlamento. Por indicaciones, hube de trazar en el Teatro Pardiñas, el 3 de febrero de 1934, en una conferencia que organizó la Juventud Socialista, lo que creí que debía ser el programa del movimiento. Y yo -algunos que me están escuchando desde muy cerca, saben a qué me refiero- acepté misiones que rehuyeron otros, porque tras ellas asomaba, no sólo el riesgo de perder la libertad, sino el más doloroso de perder la honra. Sin embargo las asumí».