Fuentes animales de coronavirus: una amenaza latente
Dromedarios, civetas y, sobre todo, murciélagos han conseguido transferir virus a otras especies
Se viene debatiendo en las últimas semanas sobre el origen animal del coronavirus (SARS-CoV2) causante del COVID-19. En un reciente estudio publicado en la revista Nature, investigadores de la Universidad de Hong Kong encontraron una cercanía genética entre el SARS-CoV-2 y los coronavirus hallados en el pangolín, un pequeño mamífero cuyas escamas se usan en la medicina tradicional china como remedio para la artritis, el reumatismo o el asma.
Sin embargo, hasta este momento, no hay evidencias concluyentes y el pangolín, cuya carne también se consume, no es sino una entrada más en una larga lista de especies animales que albergan coronavirus. Las investigaciones se dirigen igualmente hacia el murciélago como reservorio remoto. Este pequeño mamífero levanta sospechas dada su implicación en brotes anteriores de coronavirus, como más abajo veremos.
Se conoce desde hace muchos años la presencia de coronavirus en numerosos animales, tanto domésticos como salvajes. En ocasiones pueden ser patógenos para el hospedador animal como conocen bien los veterinarios clínicos, pero en no pocos casos el animal actúa como simple portador. Algunos de estos virus han conseguido llegar al hombre desde los animales.
Dos saltos previos
En lo que llevamos de siglo ya se ha producido en dos ocasiones el salto de coronavirus desde el hospedador animal al ser humano. Resulta muy interesante la intervención de diversas especies animales en la génesis de ambos brotes, como analizaremos a continuación. En ambos casos, se vivió una situación de epidemia global, dada la difusión geográfica que alcanzó el coronavirus, si bien de menor gravedad a la que se vive en la actualidad.
Recién iniciado el siglo, en el año 2002, se registró el primer caso de lo que más tarde se conocería como síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés). La pandemia se inició a unos mil kilómetros al sur de Wuhan, en la provincia china de Guandong, No fue, sin embargo, hasta el mes de febrero de 2003 cuando se produjo el anuncio oficial del brote de enfermedad por parte de las autoridades chinas.
Se trató de la primera pandemia provocada por un coronavirus, que afectó a 26 países. El SARS se saldó con unos 8.000 mil casos, uno de ellos en España, y 770 muertos.
En la difusión de la enfermedad jugó un papel destacadísimo un médico chino que viajó a Hong Kong para asistir a un congreso científico. Este super-contagiador fue capaz, el solito, de propagar el virus a otros congresistas, huéspedes del hotel en que se alojó y personal sanitario del hospital donde finalmente fue ingresado.
Se identificó como agente responsable del SARS a un coronavirus, al que se denomino SARS-CoV. Mediante estudios del material genético viral se concluyó que se trataba de un coronavirus de origen animal. Las investigaciones subsiguientes determinaron que el SARS-CoV procedía de la civeta, un mamífero distribuido por amplias regiones del sudeste asiático. Se trataba, por tanto, de una zoonosis, es decir, una enfermedad que puede transmitirse de los animales al hombre.
Si bien la procedencia del SARS-CoV era la civeta, su origen estaba en otro mamífero, el único mamífero volador de la naturaleza: el murciélago. La civeta había desempeñado el papel de estación intermedia en un viaje cuyo destino final fue el ser humano.
Ahora en Oriente Medio
En el año 2012, ocho años después del brote de SARS, se observó en personas de la península arábiga una neumonía atípica, de pronóstico grave. Aunque en un principio se pensó que podía tratarse de un caso de SARS, enseguida se evidenció que se trataba de un cuadro patológico diferente, al que se dio el nombre de síndrome respiratorio de Oriente Medio o MERS (Middle East Respiratory Syndrome, en inglés), aludiendo a la región geográfica en la que había surgido.
Investigaciones posteriores consiguieron demostrar que el agente causal de la enfermedad era nuevamente un coronavirus, al que se denominó MERS-CoV. Los estudios sobre la epidemiologia de la enfermedad detectaron que los individuos enfermos presentaban en común el hecho de tener contacto habitual y estrecho con dromedarios.
El siguiente avance en el conocimiento de la enfermedad fue el hallazgo del MERS-CoV en estos mamíferos, que habían actuado como fuente de contagio para las personas enfermas. De nuevo, nos encontrábamos ante una enfermedad zoonótica.
Meses más tarde, las autoridades sanitarias de Kuwait, Catar y Omán también notificaron el hallazgo del MERS-CoV en sus poblaciones de dromedarios. Con el tiempo, se constató que el MERS-CoV se había expandido a dromedarios de otros países de Oriente Medio, y propagado hacia el oeste, llegando a diferentes países del norte de África e incluso a las islas Canarias.
Estudios adicionales demostraron que el dromedario, al que también se conoce como camello arábigo, había sido un simple trampolín que el MERS-CoV utilizó para llegar al ser humano desde su reservorio original que era, nuevamente, el murciélago.
Se notificaron 2.500 casos de MERS, que se extendió por 27 países. España, en este caso, resultó indemne.
Ambos brotes (SARS y MERS) fueron posibles porque el virus sufrió una serie de modificaciones en su dotación genética que le facultaron para infectar civetas y dromedarios en primer lugar, y al ser humano posteriormente.
Los coronavirus comparten algunas características con los virus de la gripe (llamados influenzavirus). Una de ellas es la capacidad de experimentar cambios frecuentes en el material genético.
La inmensa mayoría de las mutaciones o modificaciones en el material genético no aportarán ninguna ventaja al virus; es más, muchas de ellas darán lugar a variables víricas no viables. Sin embargo, alguna de estas mutaciones concederá a la nueva variante una característica especial, como pudiera ser la capacidad de infectar a nuevos mamíferos, rompiendo de este modo la barrera de especie.
En las dos epidemias a que hemos hecho referencia, el coronavirus que originalmente portaba el murciélago adquirió sucesivamente la capacidad para infectar, primero, a la civeta o el dromedario y más tarde al hombre.
Los riesgos
Todos los mamíferos, en mayor o menor medida, albergan virus capaces de ocasionar zoonosis. En los murciélagos esta capacidad es mayor que en el resto de mamíferos. Debido a sus hábitos alimenticios -la mayoría de las especies son insectívoras- pueden recibir diariamente una enorme carga de gérmenes que inicialmente portaban los insectos, que, como sabemos, son a su vez reservorio de numerosos gérmenes patógenos.
Surge inmediatamente el interrogante sobre el origen de la extraordinaria capacidad de este mamífero alado para actuar como reservorio de virus. Un equipo de investigadores chinos dirigido por Jiazheng Xie responde a esta cuestión en un artículo publicado en la revista Cell Host & Microbe.
Una adaptación del sistema inmune de los murciélagos a su particular metabolismo sería la causa de la elevada carga de virus patógenos que pueden portar estos mamíferos. Sin dejar de cumplir su función protectora, el sistema inmunitario se ha hecho más tolerante que el de otros mamíferos con los virus. Esta circunstancia permite a los virus acantonarse en el murciélago sin provocar su respuesta inmune.
Esta elevada carga vírica plantea riesgos nada desdeñables para la Salud Pública. En el año 2007, pocos años después del brote de SARS, el investigador de la Universidad de Hong Kong Vincent C. Cheng, publicaba un artículo en Clinical Microbiology Reviews en el que advertía que la combinación de un reservorio de coronavirus similares al SARS-Cov en murciélagos de herradura junto con la costumbre extendida por el sureste de China de comer animales exóticos era una bomba de relojería. La bomba a la que aludía Vincent C. Cheng estalló doce años después en forma de pandemia de COVID-19 y sus efectos los estamos sufriendo en la actualidad.
Están muy difundidos por el sudeste asiático mercados donde se comercializan todo tipo de animales, domésticos y salvajes, así como productos derivados de ellos. Los controles veterinarios sobre los animales que acceden a estos mercados son inexistentes. A ello se suma el consumo de sus carnes sin que exista un dictamen sanitario previo sobre su aptitud para el consumo. Todos estos factores generan una situación de riesgo dramática por la altísima probabilidad de que patógenos animales pasen al ser humano, como así ha sucedido.
Advertía Vincent C. Cheng en el artículo ya citado: «La posibilidad de que surjan de nuevo el SARS-CoV o nuevos virus a partir de animales o en laboratorios y la necesidad de estar preparados no debería ser ignorada». Nada ha cambiado en este aspecto desde 2007, con lo cual la amenaza continúa latente.
@JLBlancoScience