Así ha cambiado Asturias desde que arrancó la vacunación

L.O.

ASTURIAS

Tras superar una segunda y una tercera ola devastadoras, el impacto de las dosis logró doblegar la meseta con efectos relevantes en las hospitalizaciones a mediados de abril

17 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El 27 de diciembre, Asturias llegaba al final del 2020 agotada por una segunda ola terrible pero con un destello de esperanza. En la Residencia Mixta de Gijón, Eulalia Josefa Paleo, de 80 años, y conocida como Pepita por todos sus compañeros, se convertía en la primera asturiana en recibir la ansiada vacuna contra el covid. Con ella comenzó una campaña de administración que no se ha detenido ni un día hasta llegar a las cifras del presente. El Principado roza con los dedos (seguramente lo logrará esta semana) tener a la mitad de su población diana, los mayores de 16 años, con al menos una dosis y la cuarta parte de ellos ya tiene la pauta completa y se considera inmunizada. El impacto de las vacunas ha sido indiscutible.

La estrategia se basó en la cobertura prioritaria de los grupos más vulnerables, por rangos de edad, y en el personal sanitario. Que los segundos ya estén vacunados es lo que  ha permitido al Sespa empezar a planificar el regreso a la presencialidad pautada en Atención Primaria a lo largo de los meses del verano. El grado de inoculaciones entre los mayores asturianos ha tenido un efecto crucial en el descenso de hospitalizaciones y, lo más importante, de muertes. En lo peor de la segunda ola había un millar de contagios semanales, en la tercera más de 700, en el presente una media de 50. En lo que atañe a las muertes, la media semanal en la segunda ola era de 145 en su pico, en la tercera 65, en esta última semana se han contado tres.

Asturias llegó confiada al final del pasado verano tras haber resistido a la primera oleada de la pademia de forma notable. La segunda supuso un golpe demoledor y las cifras de muertes se triplicaron. Pero las vacunas en el año nuevo comenzaron a tener un efecto muy relevante con el paso de los meses. No fue fácil, tras las navidades, un ciclo festivo plagado de reuniones familiares con cenas, el pico volvió a subir y llegó al máximo el 2 de febrero con una incidencia de a 7 días de 342, en el presente está en 33 después de un periodo de meseta pque duró más que una oleada.

Los contagios entre los grupos de mayores de 70 y 80 años empieza a despegarse de la incicencia general de la comunidad ya en febrero, cuando se llega a mayo rozan el cero. La tendencia es paulatina pero ya en marzo comienza a apreciarse una divergencia relevante que hace ver el impacto de la cobertura entre la población más vulnerable en lo que atañe a los positivos.

En ese periodo, y tras pasar una tercera ola que en los hospitales se padeció sin tregua (y que muchos sanitarios definían como una prolongación de la segunda que no se había detenido), los dedos se cruzaban en el Principado por lo que pudiera pasar con las vacaciones de Semana Santa. La comunidad se estancó en una meseta de alrededor de un centenar de contagios diarios, que decrecía pero muy lentamente, y que se prolongó durante algo más de dos meses, una duración similar a la de las oleadas anteriores. Pero hubo un momento en que esa línea que apenas se curvaba empezaba a prometer que no habría cuarta ola. Y así ha sido. 

No ha fechas ni porcentajes mágicos porque todo esto tiene muy poco, más bien nada, que ver con la magia, y mucho con la ciencia; pero sí se puede señalar un momento y un intervalo, algo después de mediados de abril, pasado el día 19, cuando las tasas de vacunación de los mayores de 60 años, con una dosis, empiezan a pasar de la mitad del grupo etario. El efecto arranca en cascada y los contagios empiezan a bajar, la meseta ya no se sitúa en una media del centenar de positivos diarios sino de la mitad, medio centenar, y las altas hospitalarias empiezan a ser más que los ingresos. Con una diferencia respecto a las olas anteriores, y no menor, los pacientes que pasan a ocupar una cama en los hospitales de Asturias y los que tienen la desgracia de entrar en la UCI son más jóvenes y sus estancias son más prolongadas. 

Pero los número hablan de forma clara de ese efecto. El día en que comenzó la campaña de vacunación, la ocupación de camas hospitalarias por covid estaba en un 8%. Parecía que se había dejado atrás, como un respiro, el fatídico mes de noviembre, el pico de la segunda ola en que se alcanzó el 30%, se abrieron gimnasios y el recinto ferial de Gijón. Todavía quedaba el pico de la tercera ola, el 7 de febrero, cuando se llegó al 20%. Después el descenso de la curva y la meseta de marzo y abril. El efecto de la vacuna llega de forma drástica a mediados del mes pasado, en que se pasa a cifras por debajo del 5%, un nivel de riesgo bajo. En las últimas jornadas, de forma intermitente, el balance diario de Salud ha llegado a contar uno o dos ingresos diarios, a veces ninguno en las UCIs, mientras crecen las altas.

Las unidades de cuidados intensivos son las que depiertan más preocupación. Llegaron al 50% de ocupación en el pico de la segunda ola, en noviembre, y hasta 39% a mediados de febrero, en el pico de la tercera. Es el recurso que más cuesta liberar. El descenso notable comenzó en mayo en un nivel medio, por debajo del 15% de ocupación, pero todavía sin bajar del 10%. Es una mala noticia que envuelve a una buena más difícil de ver. Los pacientes son más jóvenes y estñan más tiempo en la UCI (una afectación de covid puede postrar al enfermo durante meses) pero no se mueren tanto como en el inicio de la pandemia.