No, España no es tierra conquistada por Asturias

ASTURIAS

Las palabras de Pablo Casado despiertan la polémica en las redes sociales pero el mito de la Reconquista se ha reescrito varias veces a lo largo de la historia

05 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En una plaza de toros de Valencia abarrotada para poner fin a la convención nacional del PP, en su discurso final el presidente del partido, Pablo Casado, se vino arriba varias veces y para respaldar la postura de la formación regional contra la oficialidad del asturiano exclamó «no permitiremos que nos dividan por la lengua, ya hasta en Asturias que ya se sabe que es España y lo demás es tierra conquistada». Bajo el sol de justicia mediterráneo, la presidenta del PP asturiano, Teresa Mallada, ataviada con un sombrero promocional del partido aplaudía con entusiasmo. Pero más allá del coso valenciano las reacciones a las declaraciones de Casado se recibieron de forma desigual.

La idea de que Asturias es una suerte de España auténtica y esencial con el resto de la península siendo territorio reconquistado es un viejo lema muy extendido en el grandonismo atávico regional y con resonancias nacionalcatólicas que, en realidad, no se corresponden con el rigor histórico. El uso propagandístico de Asturias como quintaesencia del nacionalismo español conservador y el llamado «covadonguismo» tampoco es nuevo, puede remontarse incluso a la década de los años 30 del siglo pasado, en la víspera de la Guerra Civil con el accidentadísimo mitin de Gil Robles en el lugar y, de forma mucho más reciente, cuando Vox eligió el paraje astur para dar comienzo a su campaña de las elecciones generales de 2019 pocas semanas después de que Pablo Casado ungiera su precampaña en la catedral de Oviedo visitando a Cruz de la Victoria.

Pero lo cierto es que ni siquiera el término «reconquista», la idea de recuperar un territorio perdido y reinstaurar una España arrebatada por el invasor musulmán tenía mucho sentido para los primeros astures que iniciaron el pequeño reino del norte en el siglo VIII alrededor de la mítica y envuelta en la leyenda figura de Pelayo y Covadonga. No sería hasta tiempo después, con la consolidación de la monarquía y su expansión hasta el sur cuando empezara a esgrimirse la idea de la recuperación del antiguo dominio visigodo como fuente de legitimidad en su conquista.

En su conferencia «Pelayo y Covadonga: la construcción histórica de un mito», impartida por el profesor Miguel Calleja en 2018 en las celebraciones del aniversario del Reino de Asturias, hace un recorrido por la variación de la interpretación histórica de el primer rey astur y la batalla primordial en las montañas y de los cambios que sufrió a través de los siglos. Porque la batalla existió, no desde luego con intervención divina ni tampoco en la magnitud gigantesca que los relatos posteriores cristianos quisieron dar como un enfrentamiento de fuerzas de enorme envergadura. Pero tanto uno como otro bando hace referencia a un conflicto que se dirime en la cordillera y la cuestión es que las narraciones más antiguas y la versión musulmana del choque no habla de querellas por dinastías sino de espíritu de resistencia. Ibn Hayan de Córdoba describe a un Pelayo que «criticaba a sus compatriotas por su cobardía, por su sometimiento, por la pérdida de la tierra de sus padres, por la indefensión de sus mujeres e hijas. En definitiva, describe simplemente los atropellos de una fuerza de ocupación que genera la resistencia local. Haría falta un largo proceso para que a ese discurso se fuesen adhiriendo motivaciones nuevas para la lucha: primero la dinastía y la fe, más adelante la recuperación del territorio de los visigodos y el origen de una nación. Pero será necesario llegar al siglo XVI para que se muestre a Pelayo luchando por España, y al XIX para que se hable de Reconquista»; explica Calleja.

Damos un salto, y no pequeño, de casi dos siglos hasta pasado el año 1.000. El reino es mucho más amplio, Toledo ya ha sido tomada por los cristianos y los territorios de León y de Castilla inician su pujanza. Toma fuerza aquí el relato religioso porque la iglesia asturiana no le interesa nada pasar desapercibida y es así que «en la catedral de Oviedo también se reescribe la historia, en un último empeño por fijar al territorio de su diócesis los orígenes de la monarquía», indica Calleja. Se fijan las sepulturas de los antiguos reyes, se traza una línea de sucesión entre ellos, un relato de continuidad, incluso se delimita por primera vez el territorio «en clave providencialista: Asturias inter duo flumina Ove et Deva, a Pirinei montes usque adora maris (Asturias, entre los ríos Eo y Deva, desde los Pirineos hasta al mar)».

Esas bases para la construcción del relato religioso serán muy importantes para la siguiente fase en la relectura de la Asturias de Pelayo: en el imperio español. El vasto dominio de los Austrias en el que no se ponía el sol era también espada de la fe católica y recurre entonces a la fuente de Covadonga como «fundamento de España. Pero esa España debe entenderse sobre todo como la personificación de la monarquía, que al fin y al cabo es la depositaria de la soberanía».

Falta mucho todavía, hasta el siglo XIX para que empiece a forjarse en concepto moderno de las naciones. De hecho, tras el fin del Antiguo Régimen y el atribulado camino del liberalismo español se da paso a la siguiente interpretación del mito: Jovellanos escribe una obra de teatro en el que el mítico rey es padre de la patria, es 1769. Con la invasión napoleónica y la Guerra de Independencia Covadonga reaparece con una nueva utilidad «aunaba una idea integradora de país, un régimen monárquico y una sociedad definida por su catolicismo; ni siquiera faltaba el movimiento popular, tan del gusto de los liberales».

Pero en el siglo XX, en una España que estaba por sufrir inusitados episodios de violencia política y un desgarro ideológico que llevó a las armas, llega la última interpretación, netamente conservadora, de Covadonga y Pelayo desde el nacionalcatolicismo, como escudo frente a nacionalismos periféricos, como pilar de una España cristiana martillo de herejes más allá de las divergencias religiosas, contra todo el que se aparte del relato de cuartel y sacristía que será automáticamente la Anti España. Y ese es mayoritariamente el relato que oyó en su infancia la generación que hizo la Transición y que legó, para devoción de unos y horror de otros, a la siguiente.

 «Todo ello parece síntoma» -destaca en sus conclusiones Miguel Calleja- «de que para una mayoría social importante el mito de Covadonga sigue asociado a su uso por el nacional-catolicismo. Dicho de otro modo, la sociedad española aún no ha sabido releer aquel mito según sus actuales circunstancias, algo que sí se ha hecho repetidamente a lo largo de la Historia, según demuestran estas páginas. Y es preciso, por tanto, acometer una lectura democrática del mito».