Las autolesiones se duplican entre los adolescentes mientras Asturias lidera la tasa de suicidios

María Viñas / Juan M. Arribas

ASTURIAS

El trastorno bipolar es una enfermedad mental caracterizada por la existencia de una alteración en los mecanismos cerebrales de regulación del ánimo.
El trastorno bipolar es una enfermedad mental caracterizada por la existencia de una alteración en los mecanismos cerebrales de regulación del ánimo. La Voz de la Salud

La radiografía de la salud mental de una comunidad que encabeza el consumo de ansiolíticos y tranquilizantes

05 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los pocos datos que van saliendo a cuentagotas —y con retraso— confirman un diagnóstico que no por sospechado es menos demoledor: la pandemia está siendo el golpe de gracia a la salud mental de una sociedad ya tocada antes de las mascarillas y los encierros. Las farmacias asturianas alertan de que la demanda de ansiolíticos, antipsicóticos y tranquilizantes está disparada. El problema es que el Principado lleva años liderando su consumo: Asturias es una de las comunidades que más relajantes y somníferos se despachan y más antidepresivos demanda. Más de 146.000 asturianos toman tranquilizantes y otros 112.000 usan antidepresivos. En este último caso, la tasa asturiana de consumo es casi el doble del conjunto de España. Además, la tasa de suicidios es la más alta de toda España: Asturias tiene una tasa de 11,98 casos por cada 100.000 habitantes, con 122 suicidios en un año, según los últimos datos del INE. La tasa de Asturias duplica la de Madrid.

El pasado jueves, la Fundación Anar —al otro lado del teléfono de las principales líneas de ayuda urgente a la infancia— constataba con cifras la alerta de los profesionales del diván: en el 2021 hubo el doble de intentos de suicidio y autolesiones entre niños y adolescentes que en el 2020. En total, 251.118 chicos se pusieron en contacto con ellos para pedirles ayuda, 4.212 desde Asturias. De todas esas llamadas, 7.770 estaban relacionadas con ideaciones suicidas o daño autoinfligido. En el primer año de pandemia 14 niños y 300 adolescentes y jóvenes se quitaron la vida, duplicando el dato oficial del 2019.

«Alrededor de un 75 % de los trastornos de salud mental aparecen antes de los 18 años —advierte Ana González, presidenta de Salma, fundación para el cuidado de la salud mental—. Y una de cada tres consultas en atención primaria tiene que ver con salud mental». ¿A qué responden estos datos? ¿Qué es lo que pasa en esta esquina de España? «Si fuese culpa del clima o de la falta de luz, la gente de los países del norte de Europa estaría suicidándose en masa», razona la experta, que reclama dejar de banalizar las cosas con argumentos, muy extendidos, que solo «tapan la realidad». Y la realidad, dice, es que no se está atendiendo a la gente, que a los adultos «se les dan pastillas» y a los jóvenes «ni siquiera se les presta atención». El sistema hace aguas, cree. No hay medios. No hay personal.

González sabe de lo que habla. Lleva años peleando por la consolidación de un marco legal en materia de salud mental y un modelo asistencial integral, escuchando a familias y otros eslabones de la cadena. «Los orientadores tienen a su cargo en colegios e institutos a 800 alumnos, ¿cómo van a atenderles ellos solos? Se ahogan en los protocolos, en la burocracia, y cuando consiguen derivar a algún niño con problemas la espera se alarga hasta cinco meses —cuenta—. Algunos, directamente, les dicen a las familias que se planteen pedir préstamos para asumir atención privada. Porque solo se están derivando a niños si la situación es grave, y si es grave es que es urgente». Insiste: «Los médicos dedican 15 minutos de media a cada paciente. Si no atendemos a los niños y a los jóvenes, esas patologías se agravan. Y esto, a la larga, acaba generando muchos problemas».

Cada dos horas una persona se quita la vida en España

En el 2020, se suicidaron en España 3.941 personas —y por cada persona que se quita la vida lo intentan otras 20—; nunca habían sido tantas. Suponen una media de 11 muertes al día, una cada dos horas. El 74 % eran hombres (2.930) y el 26 % mujeres (1.011), y aunque Andalucía fue el territorio donde más personas se quitaron la vida —793—, las peores tasas, en proporción a su población, se las llevan Asturias y Galicia.

Son las personas de mediana edad las que más se suicidan, concretamente entre los 50 y los 54 años. Les siguen los de 55 a 59, y los de 45 a 49. En personas mayores de 80 los casos aumentaron en un año un 20 %. En cuanto a los jóvenes —de 15 a 29—, fueron 300 los que se quitaron la vida en el 2020, mismo año en el que se suicidaron 14 menores de 15 años, el doble que en el 2019. Al siguiente, Anar ayudó a 3.200 adolescentes que se cortaban, arañaban o quemaban en zonas de su cuerpo —ocultas a la mirada de los adultos— como válvula de escape de su ira, miedo o frustración. Hoy hay 56 veces más niños que se autolesionan que en el 2009.

Esta es una autotortura muy contagiosa entre los jóvenes que se impulsa y propaga desde perfiles y a través de chats de las redes sociales, comentan desde la oenegé. Benjamín Ballesteros, director de Programas de Anar, relaciona estas prácticas con la soledad derivada del refugio en la tecnología en detrimento del ocio con amigos, que a su vez acarrea más exposición a la violencia y al ciberbullying; también, con la escasa comunicación existente entre adolescentes y adultos y con el aumento de la violencia, los abusos y los conflictos en unos hogares dañados, alterados por problemas psicológicos varios. La pescadilla que se muerde la cola.

«Una de cada cuatro personas, a lo largo de su vida ha tenido, tiene o va a tener algún problema relacionado con la salud mental», avisan desde la Fundación Salma. Tres de cada diez ya lo padecen, según el último informe del Sistema Nacional de Salud. Hay que hablar de ello, hay que hacer cultura de ello. «Es irresponsable seguir negando la gravedad», sentencia Ana González.

«Hay gente que lleva 20 años tomando pastillas sin haber ido nunca a un psiquiatra»

Se trata el síntoma, no el origen de la enfermedad. Es un mantra repetido hasta la saciedad en el que insisten los expertos en salud mental consultados. «Hay gente que lleva 20 años tomando medicación sin haber ido nunca a un psiquiatra —denuncia Ana González, de la fundación Salma—, porque se está supliendo la falta de medios con pastillas. El problema, aunque lo silencien los fármacos, sigue ahí». Entre el 2010 y el 2019, el consumo de antidepresivos ha aumentado en España un 36 % y el de sustancias hipnóticas y sedantes, un 23 %, según datos del Ministerio de Sanidad hechos públicos esta semana. «Son la solución más rápida y la más cómoda, y parece también la más barata, porque una caja de pastillas cuesta un par de euros, pero, a la larga, acaba resultando caro», lamenta González, cuya receta pasa por un nuevo modelo de atención vigilado por un observatorio ajeno a siglas políticas, que incluya unidades de salud mental en los propios centros de salud, al menos un psicólogo en cada colegio e instituto, y la formación de profesores y familias. Solo así, cree, funcionará la detección temprana, piedra angular.